«No debemos olvidar que la guerra sigue en Ucrania»

Cinco investigadores ucranianos en Gipuzkoa, tres de ellos refugiados, hablan de lo que está suponiendo para ellos la guerra cuando se cumplen seis meses de la invasión rusa

Diario Vasco, Javier Guillena, 23-08-2022

La noticia de la guerra les alcanzó a Kostyantyn Gusliyenko y Alexey Nikitin en San Sebastián, ciudad en la que desde hace años trabajan como investigadores en la Facultad de Química de la UPV/EHU y en el Donostia International Physics Center (DIPC). Pese a todo lo que se había hablado en los últimos días, no se lo esperaban, se habían resistido a pensar que Rusia iba a atreverse a invadir su país. Era algo que no entraba en su cabeza. «Me enteré esa mañana, cuando me desperté. No me lo podía creer. Me quedé sin poder hacer nada durante días», recuerda Alexey.

Era el 24 de febrero, poco después de las seis de la madrugada. Olena Klenina vivía en Leópolis, una ciudad ucraniana a 70 kilómetros de Polonia. «Allí no llegaron los misiles pero oímos la sirena de alarma y los aviones rusos», dice Olena, que llegó a Donostia con su hijo el 23 de julio. Era la guerra, que pasaba sobre su cabeza para acabar estallando en lugares como Járkov, a 40 kilómetros de la frontera con Rusia, donde la pareja formada por Oleksandr Krivchikov y Oksaka Korolyuk no tuvo que escuchar las noticias para saber que la tormenta se había desencadenado. «Oímos las primeras explosiones. Era de noche, estaba todo oscuro y el edificio temblaba. No podíamos creer que había empezado la guerra. En una noche nos cambió la vida», dicen.

Han pasado seis meses desde aquella madrugada y las bombas aún siguen cayendo sobre Ucrania. Olena, Oleksandr y Oksaka pudieron huir de la barbarie y han venido a parar a San Sebastián, donde han acudido a uno de los programas de acogida puestos en marcha por centros de excelencia del País Vasco. Los tres físicos se han reunido con Alexey y Kostyantyn en el DIPC para hablar de sus vidas aquí y de las que han dejado en su país, al que algunos de ellos quizá no reconozcan cuando regresen. De paso, insisten en agradecer el apoyo que han recibido en Euskadi y en el resto de Europa. «Aquí la gente es solidaria en todos los niveles», aseguran.

LAS FRASES
Oleksandr Krivchikov «Oímos las primeras explosiones. Estaba todo oscuro y el edificio temblaba. En una noche nos cambió la vida»

Oksaka Korolyuk «Intento no tener odio porque eso no me va a ayudar. Hay que luchar con la cabeza fría»

Olena Klenina «La gente intenta seguir con su vida como si no hubiera guerra. Su mayor reto es vivir»

Kostyantyn Gusliyenko «No esperábamos estos crímenes de gente tan parecida a nosotros. Es una imagen salvaje»

Alexey Nikitin «Siento decepción por el ser humano. Aún no somos lo suficientemente civilizados»

Pero el tiempo pasa, las noticias de la guerra cada vez ocupan menos espacio en los medios de comunicación y las banderas ucranianas que se colgaron de los balcones en los primeros días de la contienda lucen hoy descoloridas. Con los meses aumenta el riesgo de que la invasión pase a un segundo plano y el ímpetu solidario de Europa comience a disolverse. «Hay una sensación de que la gente se está acostumbrando a la situación», admite Oleksandr. «De vez en cuando aparecen noticias de que Europa va a detener los suministros de armas, pero es propaganda rusa», añade Oksaka. «No tenemos que olvidarnos de que la guerra existe», recalca Alexey.

Paseos bajo los bombardeos
Ellos no lo olvidan. Todos los días se informan sobre los combates en Ucrania y la situación de sus familiares y amigos. «La incertidumbre es total. La gente intenta seguir con su vida como si no hubiera guerra. Su mayor reto es vivir», explica Olena. En ciudades como Járkov los habitantes de las zonas destruidas tratan de acostumbrarse a una existencia «entre escombros, sin luz ni agua y con las ventanas rotas que no arreglan porque el siguiente bombardeo las va volver a romper». Son personas como el padre de Alexey, que «sale de paseo pese a que están bombardeando. A él ya le da igual. La sensación es horrible».

Los cinco investigadores creen «en la victoria» y, como si fuera un número de la suerte, tienen puestos sus ojos en la jornada de mañana, miércoles, fecha en la que se celebra el día de la independencia de Ucrania. «Este mes puede ser decisivo. Hay muchos rumores de que va a pasar algo», sostiene Olena. Hasta qué punto estas palabras reflejan más un deseo que una realidad lo dirá el tiempo, pero es una sensación que confirma Oleksandr. «Estamos todos esperando a que el conflicto se resuelva este mes, antes de que llegue el invierno», dice.

No dejan de agradecer la solidaridad que ha mostrado Europa, pero temen que la guerra pase a un segundo plano
Esperan también poder volver a su país, aunque Alexey reconoce que le da miedo pensar en lo que podría encontrar. «Si volviera ahora no sé qué sentiría. La ciudad de mi mujer ha desaparecido. Es un mundo que ya no existe», asegura. Es un mundo que ya han sufrido Oleksandr y Oksaka. «Hemos vistos los restos de coches, edificios y gente abrasada», dicen. En sus retinas la imagen del hogar que dejaron atrás es la de un lugar donde «todo está quemado».

«Nosotros teníamos una casa en un pueblo cerca de Kiev y nos la han destrozado», afirma Kostyantyn. Es un ejemplo más de la destrucción desencadenada por una invasión que ha dejado imágenes aún muy presentes en su memoria. «Lo que me ha impactado son los crímenes que han cometido los rusos. No lo esperábamos de gente tan parecida a nosotros. Es una imagen salvaje», explica.

Luchan para que la guerra no caiga en el olvido pero también para ahuyentar el odio. «Intento no tenerlo porque no me va a ayudar. Hay que luchar con la cabeza fría», recalca Oksaka. «Es mejor no tener odio. Debemos confiar en nuestras fuerzas y creer en la victoria», añade Olena, cuyo marido se ha quedado en Ucrania. Intentan que la rabia no les consuma pero no es fácil. «Yo siento decepción por el ser humano. Aún no somos lo suficientemente civilizados», dice Alexey.

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