Pesquero
El Correo, 22-07-2006JOSÉ MARÍA ROMERA j.m.romera@diario-elcorreo.com/
Ha sido un suceso muy consolador, sin duda. De esos que nos recuerdan que todavía queda buena gente en el mundo, gente dispuesta a hacer favores, a sacrificarse más de lo normal o a dejar a un lado sus intereses con tal de ayudar al prójimo en apuros. Me refiero a los marineros del ‘Francisco y Catalina’ que acogieron en cubierta a medio centenar de inmigrantes cuando éstos navegaban a la deriva en una cáscara de nuez cerca de las costas de Malta. Por estas mismas aguas se mueven petroleros clandestinos y buques de mercancías dudosas, con capitanes y tripulantes sin escrúpulos dispuestos a todo. Hasta a arrojar por la borda a los polizones. O piratas que igual trafican con petróleo que asaltan yates privados. Leyendas, tal vez, pero no muy alejadas de la realidad. Porque la mar es una especie de metáfora de estos tiempos nuestros, cada vez más despiadados, más dispuestos a producir tsunamis devastadores que plácidas meriendas en la playa a la sombra de las palmeras. Se han portado bien estos marineros, desde luego. Sin embargo hay algo de extraño en los elogios, en los reconocimientos, en las medallas que ya se han apresurado a concederles algunas organizaciones humanitarias. En un magacín de radio hablaban por teléfono con el patrón del barco. Éste respondía como si tal cosa, sin acabar de creerse un buen samaritano ni un héroe de la solidaridad, dando a entender que le parecía muy normal subir a bordo a unas personas en apuros. Si algo le sacó de su sencillez por unos instantes fue solamente el hecho de sentirse tocado por la fama, como quien ha sacado el gordo de la lotería o sale en la tele en un programa de sondeos de calle. ¿Lo he hecho bien?, preguntó a la entrevistadora al despedirse. No se refería al rescate de los inmigrantes, sino a la forma de responder a las preguntas. Afortunadamente los seres humanos conservamos en alguna parte el instinto de la ayuda, eso que nos impulsa a echar una mano cuando la necesidad de los demás y el sentido común propio nos dicen que hay que hacerlo. Ni siquiera es una cuestión moral, aunque contenga bondad. Hacemos lo que corresponde, sin darnos importancia ni mucho menos pedir recompensas por ello. Los marineros del ‘Francisco y Catalina’ sólo esperan una indemnización por los días perdidos sin faenar para no volver a casa con las manos vacías. Eso hace más sangrantes las filigranas diplomáticas de unos estadistas incapaces de ponerse de acuerdo para resolver la situación de los rescatados. Europa no logra encontrar acomodo a 48 personas que sin embargo sí han cabido en un barco pesquero de poca eslora, donde cada minuto que pasan es un grito contra el absurdo, la hipocresía y la incompetencia burocrática de quienes mandan.
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