Las profesoras refugiadas
La Voz de Galicia, , 08-08-2022uiero llamar la atención de mis lectores sobre lo que me han contado mis colegas profesoras que ahora están en Europa como refugiadas. Ellas son graduadas de facultades de filología extranjera y dominan idiomas. Sin duda alguna, es un lujo. Otro lujo es el hecho de que muchas de ellas ya antes de la guerra habían tenido contactos personales y profesionales y estaban seguras de que en los sitios a donde viajaban a ellas las esperaban amigos. Puedo suponer que la primera etapa de integración en el nuevo mundo les costó menos que a otras mujeres que salían de Ucrania sin poder explicarse y sin tener idea de la vida cotidiana y de la burocracia migratoria europea. Ninguna de mis colegas se ha quejado de que sus niños han enfrentado problemas en la escuela. Ellas siguen dando clases a distancia en sus universidades y clases privadas a sus alumnos en Ucrania y en todo el mundo y de esta manera pueden ganar más dinero para vivir. Prácticamente todas están ayudando a otros ucranianos refugiados a aprender lenguas, a traducir papeles, a crear escuelas y están participando en acciones de apoyo a Ucrania, aparecen en los medios, difunden la información sobre la guerra. En pocas palabras, más o menos están manteniendo su rutina habitual.
Su dolor principal son sus familias en Ucrania. Sus maridos e hijos adultos o están en el Ejército o se ocupan de otras cosas sin poder salir del país. Sus padres, si no se han refugiado con ellas, son la razón aguda y permanente de sus preocupaciones. Es horrible ser consciente de que tus prójimos se esconden en sótanos en tu ciudad severamente bombardeada o que pueden ser capturados cada minuto por los invasores. Las decisiones tomadas por el Ministerio de Educación de Ucrania y las autoridades de las universidades también provocan complicaciones: el inicio del año académico se aproxima y muchos rectores y directores de colegios exigen que los profesores refugiados regresen a sus ciudades antes del 1 de septiembre. Si mis colegas no lo hacen, perderán el trabajo o les suspenderán sus contratos. En la traducción a la lengua normal esto significa que ellas no serán despedidas de sus universidades, pero no podrán dar clases y obtener un sueldo. Mientras tanto, la vida en las ciudades ucranianas es peligrosa y es imposible regresar a casa con niños. Los maridos, que están ahora en Ucrania, insisten en que sus mujeres no vuelvan. Como resultado, mis colegas se enfrentan a un dilema casi hamletiano.
En comparación con otras ucranianas refugiadas al extranjero para salvar sus vidas y, sobre todo, las vidas de sus hijos, la situación de las profesoras de filología puede parecer un poco más privilegiada. Sin embargo, puedo estar equivocado. Aprovecho la oportunidad de poder publicar mis textos en La Voz de Galicia para dirigirme a la gente universitaria con la idea de crear un archivo de testimonios de las refugiadas ucranianas en España para tener un cuadro más completo de sus experiencias.
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