«No queremos ayudas, solo pedimos una oportunidad para poder ganarnos la vida»

Una familia salvadoreña asentada en Ortigueira lleva más de tres años a la espera de lograr permiso de residencia y trabajo

La Voz de Galicia, Ana F. Cuba, 24-07-2022

Los salvadoreños Luci Bolaños, de 35 años, su marido, José Adalberto Martínez, Tiko, de 47, su hija, Eleonora, de 4, y su amiga Norma Pineda, de 22, recalaron en Ortigueira en abril de 2019. Luci, Tiko y su hija vivían junto a la playa de El Sunzal, en el departamento de La Libertad, y dos años antes de emigrar conocieron a Norma. Su familia reside en una aldea, a una hora a pie de la carretera donde la dejaba el bus escolar. El acoso de las maras (pandillas violentas) le obligó a dejar los estudios, por miedo, hasta que conoció a Luci y a Tiko, a través de su tía, que trabajaba en el servicio doméstico. «Cuando supimos su historia decidimos acogerla y darle estudios, iba a ser una más de la familia», cuentan. Así ocurrió.
Cuando se vieron abocados a abandonar el país hablaron con sus padres y acordaron que ella los acompañaría. Finalizó el Bachillerato en el IES de Ortigueira, donde también ha cursado el ciclo medio de Carpintería. Esta familia, asentada en Braelle, en la parroquia de Couzadoiro (Ortigueira) desde octubre de 2021, dejó su país tras sufrir un atentado y amenazas continuas.
«La zona entre las playas de El Sunzal y El Tunco es un destino turístico a nivel mundial, mi exmujer era experta en turismo y cuando nos casamos, en 2008, montamos tres empresas relacionadas con este sector, y comenzamos a explotarlas, sin ceder a los intentos de extorsión. De las 170 empresas que hay allí unas 120 están manejadas por el crimen organizado, que alcanza a ministros, alcaldes, policía… mafia de altas esferas. Yo me lo fui llevando, no entré en el juego, nos divorciamos y seguí con dos de las firmas, la de arte y la de mantenimiento», relata Tiko.

Años después conoció a Luci y más adelante nació Eleonora. «Un día me llamaron para reparar el motor de un molino en una vivienda, y ese día justo me acompañó Luci —cuenta—, lo revisé y cuando estaba hincado con medio cuerpo dentro de la estructura llegó un tipo con un machete diciendo ‘hoy es el día que te mato’». Luci cerró la puerta de metal y logró detenerlo, y en la huida golpeó su coche.

Víctimas del crimen organizado

Denunciaron lo ocurrido, se celebró el juicio y la condena se redujo a «buscar un trabajo, buscar a Dios, no acercarse a más de 300 metros [de Tiko y su familia] durante dos meses y dejar de tomar». «Siendo que tenía un expediente delictivo probado, hasta había sido deportado a Estados Unidos», señalan. Era a comienzos de septiembre de 2018. El 27 de diciembre, alguien prendió fuego al portal de entrada de su vivienda, de madera, con Norma y la niña dentro. «En Navidad y Año Nuevo se tiran cohetes, pero no a las nueve de la mañana […]. Hablé con el comisionado de turismo [una especie de jefe territorial] y pedí que lo investigaran», repasa Tiko.

Hasta finales de enero no tuvo respuesta, que reproduce: «Estuvieron llamándote, saben tus movimientos y no has querido colaborar, luego fue el sicario y ahora esto… las órdenes vienen del señor de los cielos [los jefes están dentro de las cárceles] y yo no puedo hacer nada, solo calmar las aguas. Tenés familia y eres un hombre trabajador, podrás hacer tu vida en cualquier parte del mundo menos en América».

Eligieron España por unos conocidos que habían hecho la tesis sobre turismo rural en una de las empresas de Tiko y su exmujer. «Nos recibieron en Barcelona, pero es una lima, todo es carísimo. Desde allí contactamos con una amiga gallega que vivía en Guatemala, regresaba en un mes, esperamos, le dijimos que necesitábamos un lugar tranquilo donde Norma y Eleonora pudieran continuar sus estudios». Siguiente destino: Ortigueira.

«Solicitamos asilo político. Empezamos el procedimiento en Barcelona y lo acabamos aquí», explican. Así comenzó el calvario burocrático, agudizado por la pandemia, en el que siguen inmersos. Al llegar les dieron la tarjeta roja, un documento provisional que permite a un extranjero quedarse en España mientras espera la resolución de asilo político, y que se renueva cada seis meses. Pero acabaron denegándosela a Tiko y a Luci porque, con la pandemia, nadie les ofrecía un empleo. No hubo respuesta al recurso de reposición (el silencio administrativo es negativo). Les han propuesto varios contratos pero han tenido que renunciar al trabajo legal por carecer de permiso, pese a estar inscritos en la oficina de empleo e incluso haber estudiado aquí.

Ahora empiezan a ver la luz y esperan conseguir en breve permiso de residencia y de trabajo por arraigo social (una autorización por un año, renovable, que les permitirá residir en España de manera legal). En este tiempo han subsistido gracias al «fondo estratégico» (sus ahorros) y la ayuda del Concello y de vecinos. «Recibimos la Risga [renta de inserción social] por la niña, pero al denegarnos el asilo se suspendió, al año de venir», indica Luci. Después solicitaron ayuda de emergencia en el Ayuntamiento, que los apoyó. «Nos obligan a trabajar en irregular», lamentan.

Tiko estudió en universidades de México e Italia, gracias a dos fundaciones norteamericanas. Es ingeniero electricista y en irrigación, tiene un máster en automatización y «es muy manitas», como acreditan quienes le conocen. Luci se graduó en Ciencias de la Comunicación, en la especialidad de audiovisual. Desde que aterrizaron en España no han dejado de formarse. Tiko y Luci homologaron el carné de conducir, Tiko y Norma aprobaron el ciclo medio de Carpintería en el IES, Tiko realizó un curso de fontanería y Luci, un máster de dirección y creación de marcas de moda.

Las «pupusas» del Mundo Celta

En 2019, Tiko vendió miniaturas talladas en piedra en el Mundo Celta, y este año revolucionaron el festival con las pupusas, una torta de maíz blanco típica de El Salvador, que se rellena de casi todo. Pero «lo que realmente volvió loco al festival fue el loroco», una flor aromática comestible que se combina con queso y provoca «una explosión de sabor» al morder la pupusa.

«No queremos ayudas, solo pedimos una oportunidad para poder ganarnos la vida. Hay gente dispuesta a dárnosla, pero necesitamos los permisos. Somos emprendedores, no queremos vivir chupando del bote, estamos acostumbrados a trabajar duro. No estamos habituados a que nos den, pero nuestra situación nos obliga a recibir», remarcan. Lejos de su casa se han topado con gente «muy, muy buena, y también alguna muy, muy mala». En el balance pesan más los primeros.

Tras pasar por dos pisos y un chalé en Ortigueira (inmuebles que ellos mismos reformaron, por sus habilidades, por gratitud y para sobrellevar el tedio de la pandemia), acabaron mudándose a una casa en Braelle, con huerta, que cultiva Norma, que también cuida de los conejos y las gallinas. Es una aldea soleada, con un clima similar al de su país. Los ascendientes de Luci provienen de Torres, en Lugo, de donde emigraron dos hermanos Bolaños; y Tiko es «mezcla indígena y española». «Aquí nos sentimos bien, es un buen lugar para ver crecer a la familia. Solo queremos una oportunidad», reiteran.

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