Miles y miles de polacos – – ya son dos millones, aseguran – – abandonan su país. Emigran para ganar más dinero. Ya no les mueven razones políticas, como en tiempos del comunismo. Por otro lado, la dictadura mantenía las fronteras cerradas para la gente del país. Yo viví durante algunos días aquella dictadura que desesperaba a los jóvenes – – y algunos me lo demostraron con todas las precauciones.
Tengo una gran simpatía por los polacos en general, una nación que ha sobrevivido entre dos potencias tan expansivas como Alemania y la Unión Soviética, que le mordían las fronteras. Quizá para mantener la identidad, la gente culta defendía el francés – – me sorprendió que los conciertos se presentaran en polaco y en francés – – y el pueblo era devotamente católico. Así se defendían los “hechos diferenciales”.
Polonia ha contado con excelentes artistas: pintores, escritores, músicos – – además de Chopin – – . Polonia se ha visto obligada a plegarse y desplegarse como un acordeón, pero siempre ha resistido. Incluso ha resistido a la corrupción que yo vi en tiempos del dominio soviético. Una persona que debía de tener un buen cargo político o econó – mico – – algo que en realidad era lo mismo – – me preguntó en un vagón de tren de dónde venía y, a continuación, lo que costaba un kilo de pan en España. Aquella misma noche me lo encontré en un restaurante para extranjeros bebiéndose, en alegre compañía femenina, dos botellas de vodka y disfrutando de una cena que costaba lo que cobraba un trabajador polaco cada mes.
Con qué dignidad callada se movían por Varsovia los polacos de la antigua clase media. Ahora, sus nietos corren a escaparse hacia Europa. No sé si cobran mucho. Hay emigrantes preparados. Las lecturas obligadas y únicas han quedado atrás. También los comisarios políticos que lo controlaban todo, incluso los percheros de los teatros. Y muchos regresarán a Polonia, estoy seguro. Polonia es demasiado Polonia para renunciar a ella.