El vendedorde pareos

Las Provincias, 20-07-2006

Acostumbrados como estamos a los héroes anónimos, tras el 11 – S, el 11 – M o el accidente del Metro, resulta curioso cómo uno de ellos ha pasado casi inadvertido tras el suceso. Se trata del hombre que rescató a la niña mordida por un pez golfar en la Playa de San Juan.


Dice el padre de la niña que era un inmigrante africano que vendía pareos en la playa quien la llevó hasta el puesto de socorro. Cuenta que el vendedor de pareos, sin pensarlo, soltó su cargamento y se preocupó solo de la niña. Luego se fue, quizás, como dice el padre, por miedo a que lo detuvieran por no tener papeles.


Es una historia que da gusto contar y leer después de tanta asociación entre inmigración y delincuencia y tantos intentos por evitar la entrada masiva de inmigrantes.


A la vista de este caso, y otros comportamientos, mucho deberían enseñarnos los oriundos de otros países a los ilustres españoles que hemos olvidado a veces las normas más básicas de convivencia. Por ejemplo, en Brasil es asombroso el respeto a las colas para subir al vagón de metro o al autobús, escrupulosamente formadas y acatadas. En Italia, permanecen las pautas mínimas de educación en el saludo incluso al desconocido o en el agradecimiento tras una mera pregunta en la calle. En Inglaterra es un clásico que aún perdura mostrar gratitud tras una invitación también entre amigos. Y en muchos de esos lugares resulta impensable no ceder el asiento en el autobús a los mayores o no ofrecerse a ayudarles a subir y bajar los escalones.


Sin embargo, en España buena parte del colectivo más juvenil, mimado y crecido entre la permisividad que produce el niño – emperador, cree que ese tipo de comportamiento corresponde a otra época. Quizás en efecto sea propio de épocas anteriores pero no en un sentido de evolución histórica sino de mantenimiento de pautas de convivencia basadas en una mirada que va más allá del propio egoísmo. Esa actitud no es ni progre ni carca, no pertenece al siglo XIX ó XXII pero en ocasiones se confunde con el sometimiento a normas sociales que se desean eliminadas. Para ésos, no hay más norma que la propia y en ella no cabe el sacrificio de arriesgarse a ser detenido por ilegal con tal de ayudar a una niña desconocida y ajena.

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