Refugiados de guerras olvidadas encuentran asilo en Pamplona
El sudanés Rachiz Zagaui y el maliense Sakaba C. se jugaron la vida para huir de la violencia que asola sus países por conflictos que no copan portadas ni abren telediarios.
Diario de Noticias, , 28-06-2022Rachid Zagaui cayó de su patera a las aguas del Mediterráneo justo en el momento en el que habían sido avistados por un barco de salvamento marítimo. Pese a su intentó por mantenerse a flote a base de pataleos y brazadas se hundió: “No sé nadar, donde yo vivía en Sudán nadie nadaba”. La histeria de las 120 personas que viajaban en el cayuco hizo que la barca, que perdía agua desde hacía horas, terminase volcando. Eran las 5 de la mañana, no se veía nada y cuando Rachid se hundió bajo el agua, pensó que todo se acababa: “Lo siguiente que recuerdo es estar tumbado en un barco con gente atendiéndome. Me salvó un italiano, al que siempre le estaré agradecido. Pero el chico que iba detrás mía, que nos hicimos amigos, no tuvo esa suerte y murió ahogado”.
A Rachid y a las otras 120 personas que se embarcaron con él en Libia los salvó el famoso barco Aquarius, que tras la negativa de Italia a acogerles finalmente el Gobierno de España dejó que echase el amarre en Valencia. Aquel fue el final de la huida que el joven sudanés emprendió cuando tan solo tenía 5 años, un éxodo al que él y su familia se vieron empujados por el conflicto étnico de Darfur, al oeste de Sudán, que estalló en 2003 y que ha llevado a Rachid a encontrar asilo en Pamplona. “Mataron a mi padre cuando tenía 5 años. Tratábamos de huir porque el Gobierno de Sudán era de raza árabe y armó a esa etnia y les dio vía libre para matar a los que somos de etnia negra. Mi madre, mi hermano pequeño y yo conseguimos escapar. Pero a mi padre lo cogieron, lo tumbaron en el suelo y le pegaron 10 tiros en la cabeza”, recuerda el joven.
Su historia, con sus particularidades, es la de más de 84 millones de personas que en la actualidad viven bajo el estatus de refugiados en terceros países. En Navarra hay en la actualidad más de 1.000 refugiados, cifra que ha aumentado considerablemente con la guerra de Ucrania, pero que también incluye a personas de conflictos que han caído en el olvido o que directamente nunca han importado a Occidente. Víctima de uno de ellos es Sakaba C., un joven de Malí, que también ha recibido asilo en Navarra y que, al igual que Rachid, se embarcó en una patera para huir del terror yihadista que asola el norte de su país y que acabó con la vida de su padre. “Yo vivía en Sofara, en el centro de Malí, una zona que hace años era muy tranquila, se vivía bien. Pero desde 2012 los yihadistas no dejan de atacar pueblos y de usar la violencia, especialmente contra las mujeres. Un día llegaron a Sofara y mataron a mi padre mientras trabajaba en el campo y a muchas personas más. Después de aquella matanza, mi madre me pidió que huyera del país”, relata Sakaba.
La ruta Canaria
8 días y 1.400 kilómetros por mar
Tras la matanza, el joven maliense dejó su pueblo, su familia y el campo en el que trabajaba para cruzar en autobús el país y dirigirse al oeste, a la frontera con Senegal. “Crucé a Senegal por la ciudad fronteriza de Kidira. Allí trabajé dos semanas cargando y descargando camiones de pescado y cuando conseguí dinero fui a Saint Louis, en la costa, desde donde salió nuestra patera”, recuerda. Sakaba embarcó en el cayuco junto con otras 47 personas para emprender la famosa ruta canaria: de Saint Louis a la isla de Las Palmas, más de 1.400 kilómetros por mar en una pequeña barca: “Estuvimos 8 días en la patera. Éramos todo hombres porque las mujeres y los niños no suelen hacer ese viaje tan largo porque es muy duro. Se nos terminó el agua y la poca comida que teníamos y al octavo día se acabó la gasolina de la patera”.
Cuando eso ocurrió, a Sakaba le invadió el miedo: “Muchos se habían desmayado, pensábamos que algunos habrían muerto. Al poco tiempo vimos un barco a lo lejos y poco a poco se acercó…”, recuerda Sakaba. Un buque de salvamento marítimo de Canarias fue en su búsqueda cuando les quedaban varias millas para llegar a la isla. “Una vez en tierra nos dieron ropa nueva, porque la nuestra la teníamos completamente mojada, y un paquete de galletas. Entonces, empezaron los trámites de fotos, huella dactilar, etc.”. Después, Sakaba fue llevado a un centro de acogida en Tenerife, donde estuvo cuatro meses antes de que le destinasen a Pamplona, ciudad en la que vive en acogida desde hace dos años.
(Puede haber caducado)