Guerra en Ucrania -VIDAS EN PAUSA

El Whatsapp del horror de Valentina

DV vuelve a conversar con refugiados ucranianos en Gipuzkoa que fueron protagonistas de estas páginas cuando estalló la guerra en Ucrania

Diario Vasco, Patricia Rodríguez PATRICIA RODRÍGUEZ, 21-06-2022

El sonido de las sirenas y las columnas de humo en el horizonte de Kiev dieron comienzo a la invasión rusa en Ucrania el pasado 24 de febrero. Miles de familias se vieron obligadas a abandonar su país con lo puesto y buscar un lugar seguro donde ponerse a salvo. La ucraniana Anna Makalish, su hijo de 4 años Myroslav y su cuñada María; la familia de Victoria Zbrytska, su abuela Valentina y su prima Dasha, o Tatiana y Olga, familiares de la ucraniana afincada en Orio, Luda Davidenko, son algunos de los nombres que protagonizaron entonces las páginas de este periódico. Historias que hablaban del dolor de dejar atrás a sus familiares, de noches en vela, de corazones en un puño, del horror y el miedo de una guerra que estaba arrasando con todo. Cuando se van a cumplir 4 meses de la guerra, DV ha vuelto a ponerse en contacto con estas familias para saber de ellas. Aún resuena el martilleo de las bombas cuando cierran los ojos y la incertidumbre acompaña su día a día, porque a pesar de haber encontrado trabajo, una familia de acogida o una vivienda provisional, «lo más duro es no tener futuro por delante. Tenemos muchas ganas de volver a casa», coinciden todos.

Valentina y Dasha | Refugiadas en Donostia
«Tenemos piso pero hasta finales de verano, ¿después?»
Antes de empezar a hablar, Valentina quiere enseñar algo. Saca su móvil y muestra las imágenes del horror: los cuerpos mutilados de civiles muertos en la guerra y que recibe a diario desde Ucrania. Su nieta, Victoria Zbrytska, que lleva más de diez años residiendo en Donostia, no le deja ver las noticias «porque no llegan cosas buenas» y aunque «ya está más tranquila que cuando llegó» en marzo, no olvida lo que está pasando a más de 3.000 kilómetros de aquí. «Ella tiene ganas de volver. Desde el primer día que llegó quería regresar, aunque dice que el recibimiento ha sido muy bueno. Pero echa de menos hasta los árboles de su ciudad», traduce Victoria. Esta mujer acogió en su casa a su abuela, de 68 años, y su prima Dasha, de 15, y desde hace un mes viven de alquiler en un piso en Donostia «que consiguieron por unos conocidos, que se lo pusieron más barato. Tuvieron mucha suerte, lo agradecen mucho, aunque en agosto-septiembre se les termina el contrato, luego ya veremos». Esa incertidumbre es lo que peor lleva esta familia ucraniana. Mientras, intentan normalizar sus vidas. «Dasha se apuntó al colegio Manteo para terminar sus estudios de 3º de ESO y ya entiende bastante. Además su madre volvió de Ucrania hace unas semanas y está mejor. Estar separada de la familia es duro». Para cubrir con los gastos cuentan «con una ayuda de 300 euros del Gobierno Vasco y así van tirando», resume Victoria.

Anna, Myroslav y María | Refugiadas en Zarautz
«La mente está en otro sitio; se está haciendo muy largo»
«Lo más duro es no tener futuro por delante», dice la ucraniana Anna Makalish, de 28 años y madre de Myroslav. Esta mujer pasó su infancia en Zarautz, desde los 6 hasta los 18 años gracias al programa de Chernobilen Lagunak, en casa de Elena Aristegi y su familia y fue a la primera que llamó para pedir ayuda tras la invasión rusa. Desde aquella llamada, el tiempo corre lento para Anna. «Se me está haciendo muy largo y muy duro. Al niño lo escolarizamos al poco de llegar, va al colegio de Orokieta, y yo empecé a trabajar el pasado 19 de abril en un parking de camiones en Astigarraga, pero la situación no es nada fácil, parte de mi familia está en plena guerra, mi pareja que es militar de reserva, se tuvo que quedar ahí y la mente está en otra parte. El dolor es físico y psicológico», expresa.

La adaptación de su hijo de 4 años en el colegio también tuvo sus complicaciones. «Myroslav estaba encantado con la profesora y los niños pero al no saber el idioma no podía comunicarse ni expresarse y hubo una temporada que lo pasamos fatal», explica esta traductora de profesión y titulada en Filología Hispánica. Le gustaría poder trabajar de lo suyo «pero para ello tendría que validar mi título y aún no me he puesto con eso, poco a poco». No es esa su máxima preocupación. «Llevamos tiempo buscando una casa porque no nos vamos a quedar en el piso de Elena de forma indefinida. Hemos tocado todas las puertas pero desde la red de ayuda de CEAR nos dicen que como llegamos ‘por nuestra cuenta’ y no nos alojamos en un albergue desde la fase 0 no nos pueden ayudar; buscar un piso de alquiler en Zarautz o alrededores está complicado. Ahora el Ayuntamiento nos ha conseguido un piso de protección social para unos cuantos meses, pero ¿y después?», se pregunta.

Anna, su hijo Myroslav y María siguen residiendo en Zarautz; primero en casa de Elena y ahora en un piso social.
Anna, su hijo Myroslav y María siguen residiendo en Zarautz; primero en casa de Elena y ahora en un piso social.

Anna explica que su cuñada María, que también escapó con ella, «no cuenta mucho pero últimamente le noto que lo está pasando peor porque echa mucho de menos a su madre y sus amigos». Esta joven de 17 años quería ser ilustradora 3D «y ahora a saber qué va a hacer. No va al cole, así lo decidimos porque entrar en Bachiller sin saber nada del idioma… Va a clases de español y cuida de su sobrino».

Entre tanto desvelo, por fin llegan buenas noticias. Su madre Nina y su hermana llegaron un mes más tarde a Gipuzkoa y están en Mendaro en una familia de acogida. «Hasta entonces no sabía ni siquiera si estaban vivas. Mi madre ha empezado a trabajar en el mismo sitio que yo y está más aliviada de poder ayudar económicamente». A pesar de la dureza de la guerra, la vida parece volver en algunas ciudades ucranianas. Las tiendas y los restaurantes comienzan a abrir, «pero los cohetes pueden caer en cualquier sitio del país», expone Anna. Aún así, aún sabiendo que «las sirenas antiaéreas suenan todos los días y mueren muchos ucranianos, quiero recuperar mi vida de antes», revela esta mujer.

Olga y Tatiana | Refugiadas en Valladolid
«Aquí no tenemos trabajo y el dinero se acaba»
Luda Davidenko, ucraniana afincada en Orio, se comunica a diario con su madre Olga y su hermana de 12 años, Tatiana. Estas llegaron de Ucrania a principios de marzo y después de casi cuatro meses, resumen de forma escueta que «están bien». Todo lo bien que pueden estar quienes han huido del horror de la guerra.

Las primeras tres semanas se alojaron en casa de Luda. «Después, CEAR las mandó al albergue de Hondarribia, ahí estuvieron algo más de un mes y como no había sitio en Euskadi les han mandado a Valladolid», relata Luda, que se encuentra «mejor» al saber que su familia está a salvo. También su padre Oleksii y su hermano Dimitrii, aunque su condición de varones hace imposible que puedan salir del país. Cuenta esta mujer que su madre y su hermana están «a gusto» en Valladolid y se han adaptado «bastante bien, la gente de aquí les ayuda mucho. Mi hermana empezó a ir al cole y ha aprendido bastante el español, aunque mi madre no sabe el idioma y es difícil que encuentre trabajo. El dinero se acaba, no cae del cielo así que, sobre la marcha», concluye Luda.

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