Una clase de integración
Los colegios piden traductores y psicólogos para integrar a los a los 346 menores que han huido de Ucrania y se han escolarizado en Gipuzkoa
Diario Vasco, , 31-05-2022Euskadi está a las puertas de terminar un curso escolar en el que han tenido que afrontar un nuevo desafío: la escolarización de menores ucranianos. 748 niños y niñas que han huido de la guerra junto a sus familias –346 de ellos en Gipuzkoa– tratan de adaptarse a una nueva vida, lo que lógicamente pasa por una integración en el curso escolar que no está siendo fácil, ni para los críos que se ven en un entorno completamente nuevo y ajeno ni tampoco para los equipos docentes, por las dificultades del idioma –no comparten ni el alfabeto latino– y la ‘mochila’ psicológica que arrastran estos niños, víctimas inocentes del conflicto.
Se trata de un esfuerzo extra que los colegios afrontan «con responsabilidad», conscientes de la necesidad de esos pequeños a los que quieren ayudar a toda costa pero faltan manos. En la clase de Begoña Ganzarain, de la ikastola Jakintza de Donostia, hay dos niños ucranianos de 3 años. Sus otros 19 pequeños demandan la misma atención de siempre. «No es fácil», reconoce. «Encontrar el equilibrio entre unos y otros no es sencillo. Quitas tiempo de unos para emplearlo en otros y tienes la sensación de que no llegas a todo», explica. Esa sensación de «desborde» la comparten los profesores del donostiarra San Luis La Salle. «Las primeras semanas fueron duras. Quieres ayudarle pero tienes a todos los demás alumnos», reconoce María Puras, profesora y orientadora de la ESO en el centro.
El traductor en el móvil es el aliado más fiel desde que llegaron, aunque «a veces no es muy fiable», reconoce Edurne Ajuria, profesora de Jakintza, donde hay una docena de niños ucranianos escolarizados, algunos de ellos desde marzo. «Depende de cómo hablen de rápido va mejor o peor». En San Luis La Salle tienen una plantilla con dibujos para saber a golpe de vista qué necesitan. «Es la manera más fácil de comunicarnos», apunta Unai Ramón, profesor del aula de apoyo y orientación de Primaria del centro. Desde ‘estoy bien’, a ‘me siento mal’ o ‘necesito un bolígrafo’, todo a través de dibujos. Tienen escolarizados a un niño en Infantil, otro en Primaria y una chica en la ESO que habla algo de castellano, «y la diferencia es absoluta», reconoce María Puras.
Compañeros volcados
En ambos centros, la prioridad de sus profesores es el bienestar emocional de los estudiantes. En muchos de los casos desconocen cuál es su historia, qué han dejado atrás y qué han visto. «No les preguntamos y ellos tampoco cuentan nada», dice Leire González, profesora de refuerzo de euskera en Jakintza para los alumnos de Primaria. También velan por el resto de alumnos, para quienes han tenido que adaptar a cada edad las explicaciones de dónde vienen sus nuevos compañeros. «En Primaria al principio le cosían a preguntas, tuvimos que pedirles que aflojaran un poco, y que le dieran más espacios», cuenta Unai Ramón. «De momento tampoco hemos percibido miedos entre ellos porque la situación de guerra se pueda reproducir aquí». María Puras, en cambio, ve cómo el alumnado de Secundaria es más prudente. «No hacen preguntas, respetan su espacio».
María Puras atiende a la alumna ucraniana en San Luis La Salle
María Puras atiende a la alumna ucraniana en San Luis La Salle / LOBO ALTUNA
Los estudiantes han acogido a sus nuevos compañeros con entusiasmo. La figura del ‘acompañante’ funciona a la perfección. «Todo el centro se ha volcado, desde el personal a las familias», destaca Ajuria. «Al estar en un barrio –El Antiguo– coinciden en la calle jugando, y se hace más sencillo». Para Puras, el hecho que su alumna de 4º de la ESO esté en los grupos de WhatsApp de la clase «es un síntoma de integración total», recalca.
Una vez que consiguen, «a su ritmo», que los niños ucranianos estén «cómodos» en su nueva vida escolar, los profesores han empezado a preocuparse en el aspecto curricular. Puras está ahora trabajando con esa chica de Secundaria lo que puede ser más útil para ella en un futuro a corto plazo. «Hemos cogido la programación de cada asignatura y estamos viendo qué le puede resultar más eficaz para el próximo septiembre. Por ejemplo, en lengua castellana nuestro esfuerzo está en la lectura y la escritura. Esos son nuestros objetivos prioritarios», explica. «Su intención es quedarse aquí y no sabe bien qué quiere. Nos dice que esto no estaba en sus planes. Vive en una adaptación continua que le ha venido impuesta de sopetón con la mentalidad de una joven de 15 años», destaca. «Además tiene que cambiar de centro haga lo que haga porque acaba el ciclo y nosotros no tenemos más clases. Nos dice que está desconcertada. ¡Como para no estarlo!».
En el patio de Jakintza los menores ucranianos comparten juegos con sus compañeros.
En el patio de Jakintza los menores ucranianos comparten juegos con sus compañeros. / LOBO ALTUNA
En el caso de los más pequeños, las familias no saben todavía qué va a ser de ellas. «Una quiere regresar a su país en cuanto las cosas se calmen, la otra tiene en mente ir a otra zona de la península», explica Ramón. Por ello han decidido, con el visto bueno de las familias, «ser prácticos» aunque reconoce que es un «tema delicado» porque «somos modelo D». Además, el niño de Primaria, a través de un horario por colores, ha conseguido algo más de autonomía, «solo cuando hemos visto que estaba un poco mejor y podía responder», insiste. Cuentan con la ayuda del profesor que empezó a principio de curso como refuerzo Covid y ahora atiende a los niños ucranianos. Al mencionar la palabra del virus, Ramón se sorprende. «Parece que ha pasado muchísimo tiempo de todo lo que hemos vivido con la pandemia. Había que ver cómo estábamos antes y después de Navidad», manifiesta.
Necesidad de intérpretes
En los colegios se arreglan con lo que disponen, aunque tienen claro qué echan de menos. «Tuvimos reuniones para mostrarnos recursos académicos que podíamos utilizar», explica Puras. Reclaman traductores y psicólogos. «Ya no es solo para atender a los pequeños, también a sus familias. Estamos en un momento de reuniones, de ver cómo tendrían que hacer el curso que viene si se quedan. Nos resulta muy complicado hablar con sus madres sin un intérprete. Dijeron que iban a traer a alguien, pero todavía nada», señala Ajuria. «Resulta muy duro ver a un niño y no poder ayudarle porque no se puede comunicar», lamenta Puras. «Necesitamos recursos humanos para saber qué hay que preguntar, qué no, cómo trabajar el duelo», enumera.
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