Aviñón / Festival

Brook se pone bajo el fuego xenófobo

El Mundo, 19-07-2006

El director londinense vuelve a la cita francesa, 15 años después, con un espectáculo audaz acerca de las dudas que se plantea un inmigrante sobre su identidad por su situación irregular Peter Brook escenifica un alegato contra el racismo en Swizwe Banzi es mort. La obra narra la historia de un subsahariano al que se le presenta la oportunidad de utilizar los documentos de un cadáver.


Peter Brook (Londres, 1925) combate el racismo con el ejemplo, con la palabra y con la obra, aunque Sizwe Banzi est mort no es un mero alegato político ni un guiño oportunista a la actualidad migratoria. De hecho, el mérito del director británico consiste precisamente en involucrar al espectador en la historia particular o personal de los protagonistas.


Ambos padecen esa opresión burocrática que las democracias manejan sin piedad a cuenta de los papeles en regla, pero Brook no se recrea en el plano largo ni redunda en el contexto general de la crónica. Prefiere exponer el plano corto, transmitiendo la sensación de espontaneidad y de inmediatez, más o menos como si los actores hubieran asimilado biográfica y hasta orgánicamente la deriva de la clandestinidad cuando suben al escenario.


La apariencia milagrosa de la improvisación oculta un complejísimo trabajo con los únicos dos actores protagonistas. El primero, Habib Dembele, curtido en el estudio y en la academia, había asombrado en la última version de Hamlet de Peter Brook, mientras que el segundo, Pitcho Womba Konga, proviene de la cantera africana del hip – hop con ademanes intimidatorios.


Suya es la responsabilidad de plantear en escena la pirueta de la supervivencia en los tiempos del apartheid sudafricano: sus papeles están manchados con la deshonra administrativa y le impiden acceder al marco de la legalidad, pero tiene a su alcance la oportunidad de redimirse con los documentos de un cadáver que se ha encontrado accidentalmente en la calle. La duda de la identidad le impide razonar. «¿He de renunciar a mi nombre, a mis orígenes, al honor de mis padres y al apellido de mis hijos por un papel?», se pregunta Sizwe Banzi.


La actualidad del argumento explica la sensibilidad de Brook, aunque el texto fue escrito hace 30 años por tres dramaturgos sudafricanos – Athol Fugard, John Kani, Winston Ntshona – que cultivaron el teatro de acción y de combate en los guetos recurrentes del apartheid. Llama la atención el humor y la ironía de la trama, recursos compensatorios de la crudeza con que un negro tenía que demostrar todos los días haberse separado de la familia de los simios.


Ahí radica la grandeza de Brook. No sólo por la capacidad de contar una historia sin aparato escénico ni alardes tecnológicos.También porque ha demostrado manejar con igual audacia y sentimiento las grandes crónicas de la humanidad – Mahabharata, El rey Lear, Don Giovanni – que los episodios pequeños de los telediarios occidentales.


«Los acontecimientos de los últimos años», precisa el genio londinense, «nos demuestran que no basta con nacer y vivir para existir.La existencia nos la dan los papeles, el pasaporte. Sucedía hace 30 años en Sudáfrica. Ahora ocurre en nuestro Occidente opulento».


La llamada de atención llega al auditorio con la palabra y con el gesto. No vemos explícitamente la depresión social ni se nos muestra morbosamente el cadáver que redime el porvenir del protagonista. Brook nos enseña, a cambio, un sombrero de copa roído sobre la tapa de una caja de cartón.


Metáfora de un lápida y de tantas lápidas indocumentadas.

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