Galicia, tierra de acogida para los ucranianos que huyen de la guerra
Las familias refugiadas relatan a La Voz cómo rehacen sus vidas a miles de kilómetros de su país natal
La Voz de Galicia, , 16-05-2022Tras el horror desatado por la invasión rusa de su país, millones de ucranianos cruzaron la frontera huyendo de la guerra. Decenas de ellos han encontrado refugio en Galicia, donde los colegios y las familias de acogida hacen una labor crucial para que puedan empezar una nueva vida a miles de kilómetros de su país.
Es el caso, por ejemplo, del área de Barbanza, donde, según informa M. X. Blanco, han recalado más de medio centenar de refugiados. Para hacer frente a las necesidades más urgentes de los ucranianos en Ribeira, el párroco, Alfonso Mera, ha movilizado a un grupo de voluntarios, que imparten clases de español. En Boiro, los refugiados aprenden español con la Cruz Roja y el Concello ha puesto a su disposición un traductor y un intérprete de lengua de signos, puesto que varias personas tienen problemas de audición. El modelo de apoyo a las familias acogidas en Barbanza se repite en toda Galicia, donde los niños ucranianos han sido escolarizados y se les brinda acceso a la sanidad.
Las familias relatan a La Voz cómo viven entre nosotros.
Tania Nepomnaschay: «Estoy rota, pero tengo que ser fuerte por mi hija»
Tania Nepomnaschay y su hija Maria, ucranianas acogidas en FerrolTania Nepomnaschay y su hija Maria, ucranianas acogidas en Ferrol JOSÉ PARDO
Cuando Rusia invadió Ucrania, el marido de Tania Nepomnaschay tuvo claro que su mujer y su hija Maria debían abandonar Kiev y ponerse a salvo lo antes posible. Lo consiguieron gracias a la solidaridad de una familia gallega que viajó en furgoneta hasta Polonia y les abrió de par en par las puertas de su casa de Ferrol, sin fecha tope ni condiciones.
Han pasado ya dos meses desde su llegada y Tania y Maria hacen todo lo posible por integrarse. Tania aprende español en la Escuela de Idiomas y Maria está escolarizada en el instituto de Canido y acude a clases de danza en una academia de la ciudad. «Baila desde los tres años, en Ucrania participaba en muchísimos festivales y su sueño era ser coreógrafa», cuenta Tania sobre su hija Maria, de 14 años, que fue finalista del concurso Global Talent de su país.
La joven explica que la danza le ayuda a sobrellevar la situación, aunque el dolor y la preocupación por los suyos siempre están ahí. Como su madre, echa muchísimo de menos a su padre —que se quedó en Ucrania «defendiendo Kiev»—, al resto de su familia y a sus amigos del colegio, ahora desperdigados por medio mundo.
«La guerra nos arrebató la vida que conocíamos y la perspectiva de un futuro libre en Ucrania», denuncia Tania, que no oculta que tiene momentos de bajón casi a diario. «Estoy rota, pero tengo que ser fuerte por mi hija», añade esta «mujer luchadora», como la define su familia de acogida. Su prioridad ahora es encontrar trabajo —en Kiev era gerente de una empresa de construcción— y confiesa que no piensa en el futuro y vive «al día». «Yo quiero volver a mi país, sueño con regresar a Ucrania, pero la guerra cambió todo de un día para otro y me demostró que no se pueden hacer planes a largo plazo».
Daria Uhmivemko: «Me preocupaba que esta guerra le estuviese robando la infancia a mis hijos»
La ucraniana Daria Uhmivemko, de 39 años, llegó a Malpica con sus dos hijosLa ucraniana Daria Uhmivemko, de 39 años, llegó a Malpica con sus dos hijos ANA GARCÍA
Daria Uhmivemko, de 39 años, llegó a Malpica con sus dos hijos hace tres semanas. Quedarse en Ucrania, dice, no era una opción: «Por la salud mental de mis hijos, porque todo lo que oían a su alrededor tenía que ver con la guerra y porque el menor, que tiene solo 8 años, incluso llegó a preguntarme si tendría que ir a luchar», explica. A principios de marzo, salieron del país hacia Moldavia, pero allí tampoco se sentían del todo seguros, así que cuando una voluntaria les ofreció trasladarles a España no lo dudó. «Pablo y su mujer, Mila, nos acogieron en su casa a nosotros y a una amiga con su hija. Estoy sinceramente agradecida a toda la gente que hemos conocido aquí, que nos ha apoyado y nos ha proporcionado de todo para poder vivir», añade Daria, que tuvo que dejar en Kiev a su marido. «Nos comunicamos mucho por internet. Al menos ahora no tiene que preocuparse por la seguridad de nuestros hijos y yo también estoy mucho más tranquila», dice, contenta de haber ido a parar a lo que ella describe como el «último rincón de la tierra». Los niños ya van a clase y enseguida han hecho amigos, ya que entre los más pequeños no hay tal barrera lingüística: «Hablan el idioma universal de la infancia». «Por lo menos ya no tienen tiempo para pensar en la guerra. Me apenaba que este conflicto les estuviese robando su juventud, su inocencia», concluye Daria.
Alina: «Ardió todo en Mariúpol. Ya no tenemos casa»
Alina, refugiada ucraniana acogida en PontevedraAlina, refugiada ucraniana acogida en Pontevedra CAPOTILLO
Alina, de 35 años y madre de dos niños de 7 y 11 años, vivía en Mariúpol antes de que estallase la guerra. Desde hace un mes ella y sus hijos se alojan, junto con otros 47 ucranianos, en el colegio San Narciso, en Marín, que les ha abierto las puertas y les facilita escolarización y manutención. En un español quebrado por la emoción, señala: «Estoy muy agradecida por la ayuda de los españoles y al colegio San Narciso, que nos hace sentir como en casa». Esta mujer, ingeniera de profesión, señala que España es un país bueno para vivir. Tenía amigos en Madrid que le hablaban bien del país y la animaron a venirse con el grupo de refugiados a Marín. Ahora incide en que ha comprobado que «lo que me decían mis amigos de los españoles es verdad. Sois gente muy amable, maravillosa». Sus hijos hablan inglés en clase con sus compañeros, tienen un profesor de ucraniano como refuerzo y se van adaptando bien a su nuevo entorno, que podría ser más permanente de lo que pensaron cuando dejaron su hogar y es que en el otro confín de Europa, en Mariúpol, ya no tienen nada. «Ardió todo, ya no tenemos casa allá», lamenta con pesar, mientras recuerda que su marido, profesor de ucraniano, y sus padres todavía están en Kiev, ya que no pudieron salir del país con ella y los pequeños.
La labor crucial del colegio para «darles el máximo cariño posible» a Alina y su familia
Angelina, en el colegio Paradai de LugoAngelina, en el colegio Paradai de Lugo Carlos Castro
Angelina, de 9 años, es uno de los miles de niños refugiados de la guerra que tienen que abandonar su país y empezar de cero, con las dificultades que supone para alguien de su edad. Vive en Lugo junto con su madre y su hermano pequeño, ambos escolarizados en el mismo centro.
El CEIP Paradai, en el que apenas llevan dos semanas, marcó el comienzo de la nueva vida de estos dos pequeños. Por el momento, el equipo docente está centrado en la adquisición del idioma y en su adaptación que «está siendo igual de positiva que con el resto de alumnos», cuenta Marta Castro, directora del centro. Los pictogramas, diseñados en exclusiva para ellos, los traductores y los diccionarios están siendo los materiales que emplean con la niña para avanzar en el conocimiento del idioma. Posteriormente, pretenden centrarse en otras materias, por ejemplo, en matemáticas que «no requieren mucho conocimiento de la lengua y lo vamos haciendo de manera fácil para que ellos se vayan dando cuenta de lo que están haciendo», cuenta Marta Castro.
Además de la implicación del profesorado del centro en el que el 54 % de los matriculados son de origen extranjero o de minorías étnicas, la propia ayuda del resto del alumnado está facilitando el aprendizaje de Angelina, que ya cuenta con compañeros de juego en el recreo. Las limitaciones con respecto a la lengua no impiden que se relacione con los demás escolares, que se comunican con lo básico, pero «lo aceptan muy bien porque tienen muy interiorizada la cultura de la inclusión», cuenta Alba, profesora de audición y lenguaje en prácticas.
Su madre, con la que se comunican en inglés, también es clave en el proceso, aunque en este caso se dificulta porque no cuentan con el apoyo de familias acogedoras de Ucrania, una colaboración que emplean en la adaptación de alumnado de otras nacionalidades. En el caso de su hermano, el proceso es similar, aunque se basan «en gestos y normas muy sencillas para que aprenda, poco a poco, a base de canciones y juegos manipulativos», señala Castro. De nuevo, «los niños también le ayudan a su nivel» y es que su principal objetivo es «acogerlos y darles el máximo cariño posible, algo que hacemos tanto profesores como compañeros y familias», afirma la directora del CEIP.
Juliia Korehanova: «Mi hijo estuvo de cumpleaños hace poco y pidió de regalo volver a casa»
Juliia Korehanova, refugiada ucraniana en A EstradaJuliia Korehanova, refugiada ucraniana en A Estrada R. G.
Juliia Korehanova, 33 años, originaria de Khmelnitsky, dejó hace dos meses su ciudad con dos niños de la mano. «Nuestra ciudad no está en la zona de más conflicto, pero aún así, hay bombardeos periódicamente. Cuando los había, los niños tenían que meterse en la bañera porque vivimos en un piso y no tenemos sótano ni otro sitio donde refugiarnos. Mis padres me insistían en que tenía que marcharme con los niños y yo también lo sabía. Una tarde, cogí una maleta y eché a andar. Toda mi vida en una maleta… No podía creérmelo», cuenta.
Tras una semana en Polonia, Juliia y sus pequeños acabaron en A Estrada. «Polonia está demasiado cerca de la zona de conflicto. A Estrada me gusta. Es un sitio tranquilo. Me siento segura. No es muy grande, así que podemos ir caminando a todas partes. La gente es muy amable con nosotros. A veces, en el súper la gente incluso le quiere comprar cosas a los niños», explica.
La familia numerosa de acogida
A su llegada, Juliia y sus hijos fueron acogidos por una familia numerosa en su piso de alquiler. «Fueron muy, muy amables. Siempre preguntando si estábamos bien y dándonos todo lo que necesitábamos. Estoy muy agradecida», cuenta. Desde hace unos días, Juliia y sus dos hijos se han mudado a un piso cedido que consiguieron a través del Concello de A Estrada. Cruz Roja les facilita vales para comida y medicinas.
Juliia está aprendiendo español y quiere buscar un trabajo. En Ucrania era profesora de una escuela infantil. Aquí, luchará por algo parecido, pero de entrada está dispuesta a trabajar en lo que sea para sacar a su familia adelante. «Lo que menos me gusta de todo esto es la sensación de estar siendo mantenidos. Yo siempre trabajé para sacar adelante a mi familia», dice.
Los hijos de Juliia aún no se han adaptado. El idioma es una barrera importante. Están deseando volver a Ucrania. «Lloran cada vez que hablan con los abuelos», dice Juliia. «Yo todavía no puedo hacer planes de futuro. Vivo al día. Tengo claro que aunque acabe la guerra no podré volver a Ucrania en un tiempo, pero tampoco me veo quedándome aquí para siempre. Mi sueño sería poder volver. Mi hijo estuvo de cumpleaños hace poco y pidió de regalo volver a casa», apunta Juliia.
Yevgeniia Piontkovska: «Echo de menos a mi madre y a los dulces»
Yevgeniia ( de negro) , refugiada ucraniana que vive en Teo con su prima DariaYevgeniia ( de negro) , refugiada ucraniana que vive en Teo con su prima Daria XOAN A. SOLER
Tras una semana de viaje desde Kiev, Yevgeniia Piontkovska, de 21 años, llegó a la estación de tren de Santiago la noche del 12 de marzo, junto a Arina (9 años) y Tatiana (53), para reunirse con sus primas en Teo. Es la única de las tres que continúa en España, ya que Arina y su abuela Tatiana decidieron regresar a su casa en Ucrania. Pero Yevgeniia no quiere irse. Se ha integrado bien en el municipio, le gusta mucho la gente de Galicia y el ambiente. Entre otras cuestiones porque su prima Daria (20 años, tres de ellos viviendo en Teo) ejerce como su particular guía de ocio: «Yo le enseñé muchas cafeterías y a veces salimos de fiesta». Yevgeniia continúa con sus estudios a distancia en Kiev, y se esfuerza para aprender castellano. «Ya entiendo un poco», dice.
Echa de menos de Ucrania, sobre todo, poder estar con su madre y las calles de allí, donde nació y creció. «Y también los dulces ucranianos», señala con una sonrisa, aunque tercia Daria para decir que «ya probó la empanada y muchas cosas más». La joven tiene su documentación en regla, y cuenta con una tarjeta monedero de la Cruz Roja. El soporte familiar hace el resto para poder empezar en Teo una nueva vida, tras la que las bombas rusas truncaron en Kiev.
Familia Yamnuk: «Ahora este es nuestro hogar»Los refugiados ucranianos Vladimir y Neyla, con sus hijos, en Codoselo (Sarreaus)Los refugiados ucranianos Vladimir y Neyla, con sus hijos, en Codoselo (Sarreaus) Miguel Villar
Con 38 y 34 años, Vladimir y Nely intentan reconstruir sus vidas en el municipio ourensano de Sarreaus, donde les han cedido una casa con un huerto que ya han empezado a cultivar. Con cinco hijos —dos gemelos de diez meses, una niña de tres años y dos varones de cinco y nueve, respectivamente— son la familia de refugiados más numerosa de la provincia.
Y todos, grandes y pequeños, intentan aprender el español a toda prisa. «Es muy importante para la integración», apunta Vladimir. que quiere comenzar a trabajar cuanto antes. «No planeo trabajar en un banco —era su anterior empleo— puedo hacer muchas cosas: labores de mantenimiento, de electricidad, como conductor…», añade. Ya tiene cita para una entrevista laboral, con ayuda de sus anfitriones se ha inscrito en dos talleres de empleo y ha convalidado su permiso de conducir. «La gente es maravillosa. Nos cuidan mucho, traen comida y ropa, pero quiero trabajar porque ahora este es nuestro hogar y debemos centrarnos en nuestra vida aquí. No podemos estar pensando en volver porque no sabemos cuándo se podrá», reflexiona.
Olga Kim: «Quiero volver, pero no sé si será posible»La refugiada ucraniana Olga Kim, con sus dos hijos, ha sido acogida en A CoruñaLa refugiada ucraniana Olga Kim, con sus dos hijos, ha sido acogida en A Coruña MARCOS MÍGUEZ
Olga Kim, de 46 años, llegó junto a sus hijos Myhailo, de 12, y Aurelia, de 10, a A Coruña a principios de abril, procedentes de un campo de refugiados de Crimea. Gracias a la solidaridad de Chema López y su familia, ahora residen en su casa. «Tengo amigos en la asociación AGA-Ucraína y cuando vi que buscaban casas de acogida se lo comenté a mi mujer y mis hijos, porque teníamos dos habitaciones libres. Esto fue un jueves y el domingo, llegaron. Ahora somos siete en casa».
«Quieren volver, como la mayoría, pero no saben si será posible», apunta Chema. Los niños ya acuden en la ciudad al colegio Eusebio da Guarda, un punto fundamental para la tranquilidad de su madre. «Cuando deja a la pequeña en el centro, ella se va a clases de castellano». En cuanto a los pequeños, la niña va a patinaje con el club Roller y el niño entrena a fútbol con el Orillamar. Sobre su futuro, la familia todavía no sabe qué hará. «El marido de Olga sigue en Ucrania, ya que está en edad de unirse al Ejército, y por ello no pudo abandonar el país. Su madre es de origen ruso y su padre procede de Corea. De hecho, la hija mayor del matrimonio está en ese país estudiando Periodismo. Un canal de la televisión de Corea le propuso viajar a A Coruña para reunirse con su familia y relatar el día a día de los refugiados. Hacía dos años que no los veía y fue la fórmula de poder reencontrarse con ellos. Estaba muy preocupada», apunta Chema.
Olena, Anna y Olha: «Queremos trabaja y mejorar nuestro español»
Familias ucranianas acogidas en BurelaFamilias ucranianas acogidas en Burela
Mes y medio después de llegar a Burela huyendo de la guerra, las familias de Olena Steblin, Anna Didenko y Olha Kovshyk dicen sentirse integradas. Ellas y sus hijos son ocho de los doce ucranianos acogidos en un primer momento en el municipio de A Mariña. Prueba de su integración en Burela es que esta primavera ya participaron en la Semana Santa —Olena es florista en su país y ayudó con la decoración floral—, van a partidos de fútbol sala, colaborarán en la alfombra floral de las fiestas…
Junto con otra familia ucraniana comparten un fondo de ayudas de entidades y particulares, «algo que agradecen muchísimo», explica Violetta Chernova, que ejerce como traductora. «Todas quieren encontrar trabajo y mejorar su español. Les gustaría poder defenderse por ellas mismas muy pronto», confiesa Violetta.
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