La cara olvidada del problema

Las Provincias, 18-07-2006

Impresionante historia periodística la de ese barco de pesca
Francisco Catalina
, de matrícula alicantina. Oigo hablar por la radio al patrón y me pone la piel de gallina conocer los detalles de su aventura: la suya, y la de los otros componentes de la flota de pesca de Santa Pola que tienen que ir a faenar a aguas de Malta para hacer la temporada de la quisquilla.


¿Que me estoy equivocando? No, nada de eso: lo lamento en el alma, pero antes que esos 51 inmigrantes que el pesquero ha rescatado, lo que el instinto me pide saber es en qué condiciones se desarrolla cada verano esa campaña de pesca de gambas, de dos meses de duración, en unas aguas, situadas entre Malta y Libia, al sur de Sicilia, que se me antojan asombrosamente lejanas para la rentabilidad del negocio.


La aventura del pesquero y los inmigrantes me despierta una curiosidad que debería estar más explícita en nuestra vida cotidiana: qué esfuerzo hay detrás de lo que tengo en el plato; quién, cómo y dónde ha subido a un barco y ha traído a mi plato este calamar, esta rodajita de limón, estos pimientos, estas peras del postre.


De todo eso, sin embargo, se informa poco. La aventura de los subsaharianos que desde Túnez y Libia quieren ganar las playas europeas de Malta es tan vieja como el mundo. La capital maltesa, La Valetta, es una fortaleza reforzada por Carlos I y Felipe II antes de la batalla de Lepanto, cuando aquí teníamos una red de torres de vigilancia que enviaba mensajes y alertas desde Guardamar a Vinaròs. La historia de las pateras se viene repitiendo, idéntica, desde los tiempos romanos y es la que explica que Malta lo tenga tan cruelmente claro; su política de inmigración hace ya muchos años que es la misma: cero. No hay razones humanitarias cuando uno superpone el instinto de supervivencia.


Así las cosas, mi curiosidad es ver qué hace el Gobierno y si luego salen datos sobre esa gravísima crisis española que oficialmente no existe: la de los que cultivan y pescan lo necesario para que siga existiendo, desde luego a precio asequible, el delicioso arroz a banda de Santa Pola.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)