República Checa da un giro radical a su política de acogida y se vuelca con los refugiados ucranianos

Gobierno y sociedad civil se envuelven en los colores de la bandera de Ucrania después de que la Unión Europea llevara al país ante la Justicia, junto a Hungría y Polonia, por negarse a acoger a refugiados sirios

Público, Marta Maroto , 04-05-2022

Derbora Bezděkovská, coordinadora de voluntarios en Praga de ADRA, organización internacional que con esta crisis se encarga de facilitar la primera recepción y acogida, resume en una frase el sentir general de los checos: “No queremos ser los siguientes”. Y en este sentido fue interpretada en el país la decisión del primer ministro checo, Petr Fiala, cuando el 15 de marzo acudió junto a sus homólogos polaco y esloveno a Kiev en la primera visita de representantes europeos a Ucrania. Un mensaje de apoyo a los ucranianos, sí, y otro a los de casa: el Gobierno no permitiría la repetición de otra violenta primavera.

El goteo constante de refugiados ha colapsado las instalaciones oficiales de recepción, obligando a abrir hoteles, gimnasios

El miedo a que la historia se repita y la hermandad repentina con un país con el que comparte enemigo común se ha traducido en acciones como el envío de tanques a Ucrania, ya que República Checa ha sido el primer país miembro de la OTAN en hacerlo, y en una acogida asombrosa y sin precedentes a los exiliados ucranianos. El goteo constante de refugiados ha colapsado las instalaciones oficiales de recepción, obligando a abrir hoteles, gimnasios, a habilitar edificios abandonados o a ceder habitaciones y aulas de universidades, explica Kateřina Junáková, que gestiona los espacios cedidos a los refugiados por la Universidad Karlova.

“Claramente, República Checa no estaba preparada para este nivel de llegadas”, afirma Vlad, refugiado ucraniano. Desde su natal Odesa cruzó la frontera a Moldavia minutos antes de que su país impusiera la Ley Marcial e impidiera la salida de los hombres. Con sus cuentas de banco congeladas y la dificultad de conseguir las ayudas prometidas por el Gobierno checo a través de los visados especiales, se le están acabando los pocos ahorros que pudo traerse.

Natasha y Vlad, rusa y ucraniano, se enamoraron por redes sociales y la guerra adelantó sus planes de conocerse en Praga. / Marta Maroto

Natasha y Vlad, rusa y ucraniano, se enamoraron por redes sociales y la guerra adelantó sus planes de conocerse en Praga. / Marta Maroto

Vive con su pareja, Natasha, de origen ruso. Los dos de 23 años, se enamoraron por redes sociales, y el estallido de la guerra aceleró sus planes de verse por primera vez en Praga. Vlad ya sabía algo de checo cuando llegó y sobre todo las primeras semanas colaboró como voluntario para aligerar las colas de refugiados que a diario llegaban en trenes o autobuses desde Polonia o Eslovaquia.

El éxodo en la Estación Central de Praga es un carrito de bebé. Señales plastificadas en varios idiomas dirigen hasta un ajetreado pasillo donde esperan los recién llegados. Juliana es madre de dos niños pequeños con los que ha huido de Járkov, además de un tercero más mayor que cumple como voluntario en Ucrania. Entre bancos de madera y maletas dice en un suspiro que no se quedarán aquí mucho tiempo: “Hasta que termine la guerra”, y pone una fecha, “un mes”.

Andrew, que se esfuerza por traducir la conversación con Juliana, sonríe con el optimismo de la mujer. Él ha venido desde Polonia con su madre, sus hermanos y la pareja de uno de ellos. Tras años viviendo en el país vecino, la fábrica donde trabajaban cerró por la imposición de sanciones a Rusia, y explica que con el aumento de refugiados –“mano de obra desesperada”, se entristece–, les resultó imposible mantenerse. Llegaron hace unas horas con la intención de buscar un empleo en República Checa, así que están a la espera de coger un autobús que les lleve al centro de registro para empezar a tramitar su visado.

Juliana y sus hijos pequeños descansan en la Estación Central de Praga. / Marta Maroto

Juliana y sus hijos pequeños descansan en la Estación Central de Praga. / Marta Maroto

Mientras Andrew cuenta su historia, más maletas siguen llegando guiadas por los chalecos naranjas de los voluntarios que se encargan de recibir, ofrecer algo de agua y comida, y guiar en los siguientes pasos a las familias. Decenas de niños corretean entre los bancos y esquivan montañas de equipaje. Hay un puesto donde conseguir una tarjeta SIM al enseñar el pasaporte ucraniano y, por la noche, las compañías de trenes abren sus vagones para el descanso de las familias que no han conseguido reubicarse todavía.

“Las primeras semanas estuvimos desbordadas, pero por suerte con esta crisis el Gobierno ha cambiado su posición y ahora contamos con mucho más apoyo”, señala Anežka Gündoğdu, una de las coordinadoras de Iniciativa Hlavák, organización principal que toma el nombre de la estación. Como en muchas otras ciudades europeas, nació de forma espontánea en 2015 al calor de la primera gran crisis de llegadas a Europa, cuando la reacción de Gobierno y sociedad checa fue totalmente distinta.

Por la noche, las compañías de trenes abren sus vagones para el descanso de las familias que no han conseguido reubicarse todavía

En 2017 Bruselas llevó al Tribunal de Justicia de la Unión Europea a República Checa, junto a Hungría y Polonia, por negarse a acoger refugiados sirios e incumplir el sistema de cuotas diseñado en aquel momento. República Checa se retiró del programa tras dar protección a doce personas. “Cuando los migrantes de Oriente Medio llegaban, aunque fuera de paso, eran llevados a centros de detención checos, de donde salían a los dos meses con 15 euros de dinero de bolsillo y una orden para abandonar el país en siete días”, denuncia Gündoğdu, quien recuerda el acoso y señalamiento que sufrieron los miembros de la iniciativa.

Como en el resto de países aledaños a Ucrania, la historia común y la cercanía étnica, lingüística y cultural facilitan que en este caso sí aflore la empatía y la acogida hacia una comunidad que ya era la segunda minoría extranjera en el país antes de la guerra, recuerda Juan Francisco Muñoz, experto en geopolítica por la Universidad Karlova. E insiste en que la motivación principal de esta ayuda tiene que ver con que “en la psique checa están instauradas la existencia de Putin y Rusia como enemigo común”.

“Está por ver cuánto dura esta solidaridad de la sociedad con los vecinos”, comentan escépticas varias voluntarias.

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