La nueva vida de la familia Myroniuk en La Isleta
Una familia de Ucrania se refugia de la guerra en el barrio portuario y trata de integrarse como vecinos de la capital grancanaria
La Voz de Galicia, , 11-04-2022A Inna Myroniuk se le cae la palabra «gracias» de los labios. Es uno de los primeros vocablos que ha podido articular en español. Y es el más repetido porque ahora mismo es uno de los sentimientos que la embarga. Tras escapar de la guerra de Ucrania, su país natal, ha acabado recalando en el barrio de La Isleta.
Esta ucraniana, de 41 años, trabajaba en un barco ruso como cocinera, un puesto en el que llevaba ya siete meses. El 20 de febrero pasado se le acababa el contrato laboral y decidía volver a su ciudad, Dnipró. Solo cuatro días después comenzaba la invasión rusa, el asedio y los bombardeos.
«Vivía cerca de una base militar pero estaba todo tranquilo», relata, «nadie pensaba que se fuera a desencadenar una guerra». Por eso, cuando el día 24 comenzaron los ataques del ejército ruso, se quedó en estado de shock.
«Decide venirse de manera inmediata», explica Ekaterina Lukianov, una compatriota que hace las veces de intérprete y que también ha ayudado a que la vida de Inna Myroniuk sea algo más sencilla, si este adjetivo puede utilizarse cuando se habla de una refugiada de guerra. «Me asusté, cogí una guagua y salí hacia Polonia», relata. Ella fue una de las más de dos millones de personas que han huido de su país por esta vía para encontrar asilo en Europa, según los datos que aporta el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados.
La familia posa junto a Ekaterina Lukianov, en primer plano, y la concejala Carmen Luz Vargas.
La familia posa junto a Ekaterina Lukianov, en primer plano, y la concejala Carmen Luz Vargas. / JUAN CARLOS ALONSO
En la primera oportunidad que tuvo para cruzar la frontera, decidió comprar unos billetes de avión y venir a España. Quería dejar tanta distancia como pudiera entre su hijo Olexander, quien la acompaña, y la guerra.
Su primera opción fue Barcelona. Sin embargo, en aquel momento no la dejaron entrar porque carecía del certificado de vacunación contra el covid-19. Perdió los billetes pero pudo contactar con el barco en el que había estado trabajando y consiguió que le remitieran un documento que certificaba que estaba protegida del virus. Entonces decidió seguir su viaje hasta la capital grancanaria. Tardó siete días. «Siempre había querido venir, pero en otras circunstancias».
Ella relata que tiene amigos de diferentes países: rusos, letones, ucranianos… Y ninguno comparte la sinrazón de la guerra. De hecho, algunas de las manos que más han ayudado a la familia de Inna son rusas. En cuanto llegó, una pareja de jubilados rusos la acogió unos días y luego los marineros de su barco, le pagaron el alquiler del piso en el que está ahora, por dos meses. Además, le han estado comprando comida para que pueda subsistir.
Con ayudas
La llegada de Inna tampoco escapó al radar de la comunidad ucraniana de Las Palmas de Gran Canaria, que está formada por un total de 241 personas, de las que 95 son hombres y 146, mujeres, según los datos que maneja el Ayuntamiento capitalino.
«Teníamos conocimiento de que estaban llegando familias de refugiados a Gran Canaria y nos pusimos en contacto con una conocida ucraniana que vive aquí desde hacía tiempo y nos consiguió el teléfono de Inna», explica Ekaterina Lukianov. A través de ella, Inna y su hijo también han tenido la asistencia de la cónsul honorario de Rumanía en Canarias, Alina Elena Ramaru, y del Rotary Club de Ciudad de Arucas.
También el Ayuntamiento se ha interesado por la situación de Inna. La concejala de Servicios Sociales, Carmen Luz Vargas, explicó que se ha puesto en contacto con la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (Cear) para trasladar a las familias necesitadas un dossier con los pasos a seguir para solicitar un permiso de estancia transitoria mientras dura la guerra, o pedir asilo.
El Consistorio ha facilitado la escolarización de Olexander, que acude a diario al instituto de La Isleta. Y va a hacer lo mismo con la sobrina de Inna, Diana Tolsokorova, a quien su madre trajo para evitar la guerra.
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Los 49.000 kilómetros de distancia que separan a Inna de su hogar no son, sin embargo, suficientes para olvidar. «No duermo, tengo una hija de 24 años que está embarazada y que no quiere dejar a su marido», explica. También se preocupa por sus padres, que son tan mayores que ya no pueden soportar un viaje como el de Inna. Dice estar siempre «muy nerviosa», sobre todo por las mañanas, cuando llama para ver cómo sigue su familia.
Gracias a los marineros rusos, tiene el piso pagado hasta junio. Tiene la posibilidad de trabajar en otros barcos, como cocinera, pero no le importaría desempeñar su profesión en un hotel o en un restaurante. Ni tampoco descarta emplearse como peluquera, si le saliese esa oportunidad.
Pero Inna no hace demasiados planes. La experiencia de los últimos meses le ha enseñado que la vida no se puede contener en un plan. Tiene claro que quiere seguir estudiando español, hacer un curso de repostería y aprender tango.
De la ciudad destaca el clima y la buena acogida que le ha dado la gente de La Isleta. «Siempre se paran a hablar con nosotros, aunque todavía no entendemos bien el español», reconoce, «siempre estaremos agradecidos».
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