«Si migrar ya es duro, hacerlo siendo mujer es aún peor»
Leioa acoge 'Bertokoak', una muestra fotográfica que ensalza «la fortaleza» de personas que han partido de sus lugares de origen para asentarse en Euskadi
El Correo, , 05-04-2022Kuper Gutiérrez nació en el municipio más antiguo de España: Brañosera (Palencia), por su Carta Puebla, fechada en el año 824. Rodeada de sus seis hermanos, padres y abuela, recuerda los momentos de la niñez con melancolía y felicidad. Animados por sus tíos, salieron de Castilla y León en busca de un futuro alejado de la mina. «Nuestra idea era partir justo cuando se jubilara mi padre, pero no pudo ser así, puesto que murió un día antes de que eso pasase», cuenta con tristeza. A cargo de cuatro hermanos menores, Kuper cogió las maletas y viajó hasta el barrio bilbaíno de San Adrián, donde «peleó» para sacar adelante a su familia. «Fueron momentos muy complicados porque me tenía que encargar de todas las labores del hogar y de administrar la economía», reconoce. Unos años más tarde, después de casarse, se asentó en Leioa, el pueblo que le hizo crecer culturalmente gracias a su participación en las asociaciones de mujeres, como Andrak.
Gutiérrez es una de las tantas mujeres que se desplazaron hasta Euskadi persiguiendo una vida mejor. La palentina forma parte de la muestra fotográfica expuesta hasta el 13 de abril en Kultur Leioa, ‘Bertokoak-Mujeres de aquí’, coordinada por la ONG Zabalketa y apoyada por la Dirección de Víctimas y Derechos Humanos del Gobierno vasco. «El objetivo es mostrar la diversidad cultural que existe en los municipios del País Vasco. Parece que la migración responde únicamente a historias de otros países, pero también tenemos personas de localidades nacionales que vinieron a causa de la revolución industrial y que en algún momento sufrieron rechazo social», explica Ainara Cortazar, responsable de la exhibición. La organización quiso enfocar la obra exclusivamente en mujeres con el fin de «realzar su fortaleza y resiliencia desde un punto de vista positivo». «Nos hemos dado cuenta que la migración tiene rostro de mujer, ya que son ellas quienes se van del país y envían el dinero al resto de la familia. Además, si ya el proceso es complicado, ser mujer lo hace todavía más duro», subraya Cortazar.
Un delicado estado de salud hizo que Clemen Baza, nacida en Congo, tuviese que ser trasladada desde África hasta Madrid, justo antes de llegar al País Vasco. Su vida no ha sido fácil. Desde pequeña heredó el afán por la solidaridad de su madre, ya que desde los nueve años perteneció al grupo de scout para «servir a quien más lo necesitara». Sin embargo, la crisis nacional en la que se sumergió el país tras el intento de golpe de Estado, donde desapareció su marido, obligó a Baza a pedir asilo político en Camerún. «Hay muchas clases de migración. Desde las mujeres que acuden detrás de sus maridos, hasta las que vienen solas para ganarse la vida. En mi caso, fueron las monjas quienes me trajeron a España para operarme de un problema de riñón, algo de lo que siempre estaré agradecida», alude. «Es cierto que después de haber sido refugiada, el proceso no fue tan complicado, pero aún así, me sentía sola, lejos de mis hijos y sin saber castellano», añade. No obstante, Baza quiso devolver toda la ayuda recibida y en 2015 creó la fundación ‘Unissons Nous-Nos Unimos’, una organización fundada en Balmaseda que tiene como principal deseo erradicar la pobreza, la desigualdad sociocultural y la separación de la familia.
Junto a Clemen se encuentra Socorro Rodero, que aunque ahora está afincada en Leioa, nació en Zorita de la Frontera, un pequeño pueblo de 900 habitantes situado en Salamanca. Su futuro lo tenía claro: nada más casarse, se vendría a vivir a Bizkaia. Así lo hizo. «Mi novio vivía en Bilbao y una vez al año venía a visitarme. Cuando contrajimos matrimonio, a mis 20 años, cogí mi equipaje y el propio viaje de bodas fue el tren de camino a Euskadi», recalca. La imagen que recuerda de Sestao, donde se instaló, es el humo que salía de Altos Hornos. «Los primeros años fueron muy difíciles, me quedé embarazada y además, si bien había gente que nos acogió bien, otros nos llamaban ‘maquetos’ por ser de fuera». La pérdida de uno de sus hijos al nacer fue uno de los episodios más duros que rememora. «No nos dejaron ni verlo. No sabemos si estaba muerto o qué había pasado con él», asume. Aunque los médicos le dijeron que no podría volver a tener bebés, finalmente tuvo cuatro más, que crió en Leioa después de que en 1970 decidieron mudarse a esta localidad.
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