HOMENAJE / ULTIMO ADIOS A JORGE

EL PRIMER HÉROE DE LA NUEVA ESPAÑA

El Mundo, 16-07-2006

HACE DOS meses la electricidad llegó a Chapica Campana. Hace unas horas llegó, sin luz para siempre, Jorge, el soldado peruano que dio su vida por España en Afganistán. Un periodista de CRONICA viaja hasta el remoto villorrio peruano. Es nuestro homenaje El camino de tierra salta como si fuera una bocanada de Dios. Un aliento extremo que opaca los cristales. Estoy a punto de llegar a Chapica Campana, el pueblo donde nació Jorge Arnaldo Hernández Seminario. Cruzo un río semiseco que ha dejado paso al barro. Cuando el río se pone caudaloso, el pueblo queda aislado.En esos casos, se cruza en frágiles balsas. Es un pueblo de 150 familias. El camino de entrada está marcado por banderitas españolas y peruanas que nos llevan al lugar donde lo velan. No hay homenajes de estado ni pompa patriotera. Sólo un pueblo que se despide de su hijo.


Una mujer delgada, con gafas, con los ojos reventados por el sol y la tristeza, nos recibe. Zaida Vilma Jiménez Quispe, la viuda del soldado, acababa de tomar pastillas para soportar el dolor. Va pegando las fotos de su álbum familiar en una hoja grande. Las pega con cinta adhesiva, desordenadamente. Sus manos tiemblan como la hojarasca. Está al lado del ataúd. La madre del soldado llora en una esquina, apoyada, como intentando sostener lo que hasta ahora era su vida. Irremediablemente taciturna.


Sábado, 7 de julio de 2006. La radio era aburrida en la casa de Usera (Madrid) del matrimonio Hernández Jiménez. La palabra Afganistán le llamó la atención y Zaida subió el volumen. «Supe que había un ataque, que había heridos y un muerto». Nada más.«Es como un frío que te recorre el cuerpo». Se encerró y hundió la cara en el sofá. Se paseó por su hogar de 60 metros cuadrados.Recorría el lugar de lado a lado. Las dos habitaciones y la pequeña cocina de su piso de la calle Amor Hermoso 79 se le hacían grandes.«El nombre de la calle era para nosotros, escrita para nosotros».El teléfono sonó. Las 16.45 o algo así. Ya era noticia también en televisión: cuatro heridos y un muerto. El superior de su Jorge llegaría a su casa. «Si un capitán viene a casa, sólo puede ser algo grave». Y lloró. Lloró como cuando supo que unos terroristas de Sendero Luminoso habían matado a su madre en Ayacucho, en el distrito de Acosvinchos. Ella tenía 10 años. «Desenterraron a mamá de una fosa común». Sus hermanos Nancy, ocho años, Manuel, seis, y Percy, cuatro, quedaban huérfanos. Era la misma melancolía y no. «Él me había devuelto la felicidad, con su alegría, con sus ganas de vivir a pesar de lo poco que tenía».


Llegó el capitán de Jorge, acompañado de una psicóloga. No tenía que decir nada. Pero soltó la verdad. Ella volvía a estar sola.


Chapica Campana huele a hierba mojada o a río seco. No sé distinguirlo.Hace dos meses llegó la electricidad. No tienen agua potable.Viven de la agricultura y la ganadería. El pasto está secándose por el sol. Es invierno pero hay 31 grados. El colegio del pueblo son cuatro paredes y una puerta que parece sellada. Sobreviven, en promedio, con un euro al día o cuatro soles.


LECHE PARA LOS NIÑOS


Jorge enviaba, de su sueldo, 120 dólares al mes a sus padres y hermanos. Creó, además, una Asociación en España para darles leche a los niños de su pueblo. En las dedicatorias que han firmado sus compañeros se incrimina al asesino. «Con el coste de la dinamita hubieras podido dar de comer a varios niños, como hacía Jorge».


En Campana todos lo llamaban Koki. Los niños corren dispersos.Desentendidos. Excepto Felicito, que camina desde hace un par de kilómetros con una botella de agua a cuestas en la espalda, otra en los brazos. Tiene una mirada seria. Aparenta seis años.Aquí los niños trabajan desde que pueden, hasta que pueden.


1998 – 2001. Durante este tiempo estuvo en el escuadrón Linces de las Fuerzas Especiales de Perú. Fue mientras hacía el servicio militar obligatorio. Le tocó hacerlo en Ayacucho y enfrentarse a un momento clave en la lucha antiterrorista. Pudo morir varias veces allí. No hay fechas definidas pero sí hechos. Primero, una granada explotó cerca suyo. Las esquirlas se le clavaron por todo el cuerpo. Comprometieron sus piernas y, muy especialmente, sus testículos. Fue un terrorista infiltrado que se había logrado colar en el ejército. Casi muere desangrado, pero siguió apenas se recuperó. Segunda, la crueldad de la selva ayacuchana lo hizo enfrentarse a una variante fulminante del cólera. Tuvo que abandonar, a pesar de no quererlo, un operativo para capturar al número dos de Sendero Luminoso, el camarada Feliciano. Tercera, por un error de cálculo del oficial a cargo, su escuadrón se perdió.Terminaron comiendo hierba seca para sobrevivir. Siguió.


Manuel Jiménez, su cuñado, se acerca al velatorio. Él le presentó a su hermana cuando ambos estaban en el ejército. Va con hojas de coca y artesanías que él mismo ha tallado en cortezas de calabaza.En esas cortezas se cuentan historias. Retoma un viejo ceremonial andino.


Es una despedida a través de la coca. Se tiene en cuenta el concepto de dualidad de los viejos rituales: cielo y tierra, hembra y macho, alegría y tristeza. «Con ello, se reafirma la idea de que el hombre cuando muere siempre estará con nosotros». Le habla en quechua. «Kuyaiqui [te quiero mucho]» suelta intentando contenerse.«Kausachum, Jorge [vive, Jorge]». Y termina. Se despide. Al girar, tropieza con una corona de flores. Los pétalos atiborran el suelo.


CUANDO TUVO NERVIOS


25 de enero 2002. Mientras bailaba el Danubio Azul, Jorge abrazaba a Zaida. La ceremonia civil fue sencilla pero plena. Estaban todos sus amigos. La madrina era María Fernández. Ella los ayudaría a llegar a España poco después. Primero se iría Zaida. Jorge sudaba a raudales. De puro nervio. No tenía miedo de empuñar un fusil y disparar en la temible selva, pero ese día sí lo tuvo.Como cuando Manuel se la presentó. A ella le dio pena porque estaba solo. Bailaron a las cuatro de la mañana. Ese día, ambos, descubrieron la intensidad del amor.


Febrero o marzo del 2001. En un parque una silueta estaba cabizbaja.Con las manos en la cara. Con su vida al garete. Era la tercera vez que le pasaba. Desde los 16 años optó por la vida militar.Había aprobado el examen para ser sub – oficial de la Policía Peruana.Era su sueño, poderse dedicar a lo que quería. Vestir uniforme, luchar por un país. El encargado de los exámenes, al saber su resultado, no lo felicitó. Se acercó y – para asegurar su ingreso – le pidió/exigió 700 soles, el equivalente a dos sueldos básicos en Perú, unos 200 euros entonces. Buscó y buscó. Nadie lo pudo ayudar. Muchos quisieron, pero todos sus amigos eran pobres como él. En el reino de la miseria, eso era una fortuna. No le dejaron entrar. Jorge Arnaldo Hernández Seminario acurrucó su tristeza en un árbol. Y lloró con un dolor intenso, que no sabía describir.


Las moscas persiguen la mesa de la familia Hernández Seminario.Cruzan el mantel y se posan sobre los platos. Los comensales las espantan sin problema. Las avispas también se hacen su espacio entre mi plato de arroz y los trocitos de carne. Es un lugar común en el pueblo, así que nadie muestra mayor dilema. En la mesa de al lado, llora Jaime, un tío de Jorge, que padece síndrome de Down. Las moscas se posan en su pelo, en su plato y en la mesa. Jaime mira a un punto muerto del corral donde todos comemos.A su espalda hay caballos delgados que utilizan para arar. Come y llora. Sin hacer el menor ruido.


Junio 2006. El inminente viaje a Afganistán no preocupaba a Percy, el otro cuñado de Jorge. Él también era paracaidista. Él ingresó primero al ejército. Una lesión en la rodilla, que le costaría dos operaciones, le impedían ir a la misión. No sentía el pavor que tenía su hermana. «Era el mejor. Entrenaba más que nadie.Todos lo comentaban. Podía estar dos o tres horas más que los demás haciendo ejercicios. Nunca decía que no a nada. Cumplía todas las órdenes. Era un militar de espíritu». Percy sólo le comentó que, después de lo que había vivido, qué diablos iba a ser Afganistán para él.


Las mujeres lavan la ropa en un riachuelo. Beben el agua de allí, en plena alerta por un rebrote del dengue (fiebre de tipo gripal).Giran sus cabezas, buscando intimidad, se desnudan y se bañan.En promedio, lo hacen cada cuatro días o incluso cada semana, de acuerdo al caudal y al calor. Existe una inocencia de la pobreza.Apenas se ocultan. Esto pasa en el largo camino hasta llegar al terreno que Jorge le compró a sus padres para que cultivasen la tierra. El terreno está sembrado por la mitad. Rocky, hermano menor de Jorge, lleva al ganado a pastar allí. Es un vívido retrato del militar, sólo que más delgado. La tierra está vallada con cañas que se parten con facilidad. Pero es un límite que respetan todos. Excepto las lagartijas, que nos superan en número. Rocky tiene 15 años. No recuerda a su hermano con exactitud. Es bromista.Su camiseta verde destaca sobre el paisaje desolador del pueblo.


16.08, sábado 7 de julio de 2006, Afganistán. El cabo primero José Antonio Murias, jefe del Vehículo Blindado de Alta Movilidad Táctica, tenía las llamas achicharrándole las manos. Y siguió intentando rescatar a su compañero. La cara también se le iba poniendo roja primero, carne viva después. A Murias le tendrán que poner injertos de piel en las manos. Una mina talibán los había alcanzado. Jorge Hernández murió como lo hacen los héroes militares. En acción. Se convirtió, a los 26 años, en el primer héroe de la Nueva España, el primer héroe inmigrante.


Puede haber más. 3.275 de los 76.200 militares españoles son extranjeros. Hacia Afganistán, en 2004, partió un 20% de tropa que no había nacido en España: de los 500 soldados, 90 eran suramericanos; el 60% procedentes de Ecuador y el 30% de Colombia; también algunos peruanos, como Jorge, bolivianos y guineanos.


En la actualidad, visten uniforme del Ejército español 1.427 ecuatorianos, 1.241 colombianos, 148 bolivianos, 90 venezolanos, 84 dominicanos y 68 argentinos… Dispuestos a dar todo por tu patria a cambio de un sueldo de 12.500 euros anuales.


Septiembre de 2002. Esperar no le sentaba bien a Zaida. Y llegó él. Por fin pudo cruzar un océano y un continente para reencontrarse con su esposa. En un país distinto que no conocía en absoluto.Zaida le había conseguido un trabajo para que sea empleado doméstico.A Jorge no le importaba, él podía hacer de todo. Ya había sido guardia jurado, apenas terminó su aventura militar en Perú, luego de la decepción por no pagar el soborno. Apenas llegó, le dijo a Zaida que había visto en Internet que podía ser militar en España. Que lo haría. Que nada sobre este mundo le impediría serlo. Ella colocó su cabeza en su pecho.


POR NO LLORAR


El peso de la madera hace que necesiten mi ayuda para destapar el ataúd. Solo la tapa puede pesar 50 kilos. Los ojos de Jorge Hernández Seminario parecen excesivamente cerrados. El maquillaje rosáceo no puede ocultar las quemaduras de su rostro. Parece que el calor no le afectase, teniendo en cuenta que ha pasado casi una semana desde su muerte. Y ahí sigue. El cerquillo adelante y una expresión de serenidad. Es conmovedor. Hago un esfuerzo para no ceder a la tentación de llorar. He reconstruido a tientas su vida y lo respeto aún más. Un héroe del vivir. Tengo una larga fila de gente que se quiere despedir de él. El pueblo lo considera un ejemplo a seguir y el deseo de inmigrar está en el aire. Me detengo a mirar su uniforme militar, impecable. «Le gustaba tanto cómo le quedaba», afirma Zaida, quien cada cierto tiempo cae rendida sobre una silla. Para luego despertarse y seguir: «La vida que tenía era con él. Qué haré. Vivir, morir. Solo estaré aquí para cumplir su voluntad de ayudar. Pero no sé. Las fuerzas se te van. Espero que desde el cielo venga a buscarme».


La madre de Jorge no habla. Sólo dice gracias. A todos. Durante 12 horas. Sale al patio de la casa para mirar las dos banderas que ondean sobre dos mástiles improvisados: las de España y Perú.Un heladero en la puerta la observa mientras sigue con lo suyo.Todo el que pasa delante de la casa se persigna y agacha la cabeza.Ella vuelve sobre sus pasos y regresa. «He muerto varios años», dice por única vez.


1988. Con siete años, Yelixa era la gran compañera de juegos de Jorge, un año mayor. Su padre, Segundo Hernández Chuica, los miraba jugar con lástima. No les podía comprar juguetes. Y ellos, aprendieron por su cuenta a fabricarse los suyos. Los hacían con cañas y piedras. Yelixa recuerda la vez que Koki fabricó su primer fusil. «Ató dos cañas con una cuerda y dijo bum». «Bum, bum, bum». No dejó que nadie le quitara ese imaginario rifle, nunca.


Pies de fotos tituladas


SU HABITACION. Aquí se crió Jorge Arnaldo. Y de aquí salió en busca de oportunidades para mantener dignamente a su familia.


SU HERMANO PASTOR. Él se quedó en Chapica Campana. Con sus cabras, lejos del ruido de fusiles y de la amenaza de las bombas.


DE MANIOBRAS. El soldado Hernández Seminario limpia sus armas en un ejercicio militar realizado en España.


ULTIMA FOTO. Partía hacia Afganistán y se dejó fotografiar. No imaginaba entonces que la despedida iba a ser definitiva.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)