Fronteras y literatura
Vivir de espaldas al origen y escribir para recuperarlo
Tienen entre 19 y 21 años y estudian en Brown, la sexta universidad más importante de EE.UU. La mayoría nació en Estados Unidos; otros cruzaron la frontera solos o con sus padres, pero todos tienen en común haber sido educados en el silencio y el olvido de lo propio
ABC, , 27-03-2022Hasta que se mudó a Rhode Island para estudiar en la universidad de Brown, la vida de José había transcurrido en Nueva Jersey. En todo ese tiempo, jamás se cuestionó su condición de ciudadano estadounidense —¡cómo, si había nacido allí!—. Tampoco podría decirse que se sentía latino, por mucho que sus padres lo fuesen. Un buen día le preguntaron sobre el origen de ambos. «Dominicana ella, salvadoreño él», contestó. Hasta ahí todo parecía sencillo de explicar, pero las cosas se complicaron al momento de contar qué los había llevado a Estados Unidos. José lo ignoraba. Jamás les había hecho aquella pregunta.
A sus 21 años, comprendió que hasta ese entonces había permanecido de espaldas al pasado de sus padres y al de una parte de sí mismo. Gracias a su abuela, José descubrió que su padre fue perseguido político y que, tras luchar en la guerra civil de El Salvador, pidió asilo en los Estados Unidos. «Mi papá había sido y sigue siendo un hombre valiente, un idealista que jamás ha contado su historia». José prefiere no entrar en detalles. La biografía de los suyos no le pertenece y no piensa contarla. Así lo explica con un español poco engrasado, que se atasca por el desuso, pero que él insiste en utilizar. «Toda la sabiduría de la historia de mi familia me la ha dado mi abuela».
La cultura hispana crece en Estados Unidos: suma ya tres generaciones de inmigrantes. Los silencios, conflictos y ausencias que jalonan a quienes viven esa transformación han alimentado a la literatura latinoamericana escrita y publicada en inglés dese hace ya décadas. El dominicano Junot Díaz fue uno de los primeros en despuntar, en 2008, después de que Óscar Hijuelos irrumpiera en los años noventa. Con el paso del tiempo Ernesto Mestre, Daniel Alarcón, Sylvia Sellers-García o Ernesto Quiñonez levantaron una obra a partir de este mapa generacional y estético que surge de la amputación, y que se explica en el balbuceo de quienes han crecido sin saber de dónde vienen.
El silencio, el tabú
Tanto José como el resto de estudiantes del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe de la Universidad Brown pertenecen a la tercera generación de inmigrantes nacidos en suelo estadounidense. Sin embargo, o justo por eso, una buena parte de ellos ignora cómo y de qué forma sus familias decidieron huir de sus países para no volver nunca más. Los que sí recuerdan haber cruzado la frontera, ya fuese encomendados a un «coyote» o con sus madres, guardan un silencio aún más rocoso. De no haber sido porque Erica Durante, directora del Programa de Estudios, les pidió que reconstruyesen sus vidas como parte de la materia Introducción a América Latina, ellos habrían permanecido callados, de espaldas a su propio pasado.
«Cada vez que intentan reconstruir su biografía hacen etnografía de sí mismos. Lo ignoran todo. Crecen en el silencio, porque para sus familias es un tabú. Normalmente son las abuelas quienes les cuentan la historia familiar», explica Erica Durante, quien trabaja con la literatura como instrumento de reflexión sobre los movimientos migratorios y su impacto en la memoria de varias generaciones. Sea como sea, a alguien siempre le falta un eslabón de su pasado: el hijo de mexicanos que ignora que su abuelo había trabajado como bracero; Sofía, que dedicó horas a hablar con su abuela para entender qué la empujó a moverse, con una niña a cuestas, desde El Salvador a Tijuana y de ahí a Manhattan o incluso Josué, que abandonó Guatemala por motivos políticos —se niega a revelar cuáles, porque ésa no es sólo su historia, es también la de su familia— y ansía trabajar como intérprete de lenguas indígenas en la frontera con Estados Unidos. «No poder comunicarse, que nadie entienda su lengua, convierte a estas personas, muchos de ellos perseguidos por pertenecer a una etnia o un pueblo indígena, en seres mucho más vulnerables», dice.
No es pobreza, es violencia
Verónica prefiere no usar su nombre real, tampoco el apellido de su familia. A pesar de llevar veinte años en los Estados Unidos, sus padres aún son ilegales. Ella no, porque nació en San Diego. Es norteamericana. En la actualidad, su madre y su padre están a punto de obtener el estatus y no quiere perjudicarlos, por eso evita nombres y referencias demasiado específicas, pero no por eso guarda silencio sobre los motivos que los que huyeron de su ciudad, en el norte de México.
«Mis padres no se marcharon por dinero ni buscando trabajo, lo hicieron por miedo. Tenían su negocio, vivían bien, pero estaban atemorizados por los narcos, que mandan en todas partes. Hay que tener cuidado hasta con el lugar donde parqueas el carro. Violan a las chicas, extorsionan a los comerciantes». A sus 18 años, Verónica tiene muy claro que quiere estudiar leyes para defender a quienes, como sus padres, viven encerrados en un país del que no pueden salir y del que serían deportados para siempre, si llegaran a hacerlo.
Los motivos pasan de padres a hijos. Son el legado que lo explica todo. Es el caso de Michelle, que estudia Relaciones Internacionales en la Universidad de Brown. «Mi mamá dijo que jamás se iría a vivir a los Estados Unidos. Pero debido a la violencia, las maras y, pensando en mi educación, accedió a mudarse. Mi papá y ella vinieron aquí cuando yo tenía dos años». El resto de su familia se quedó en El Salvador. «Mamá Toya —se refiere a su abuela—se puso muy enferma. Mi mamá, que le enviaba el dinero para el hospital y la medicinas, esperó a mi graduación del liceo para viajar. Mamá Toya falleció en la mañana de mi graduación. Entendí el esfuerzo que había hecho. La educación fue la razón por la que nos fuimos a California. Mi mamá se quedó por mi educación e incluso no pudo despedirse de su mamá. Tengo una responsabilidad: debo demostrar que nada de eso fue en vano».
Hispanización de Estados Unidos
De acuerdo con el Anuario de Migración y Remesas 2018, elaborado por BBVA Research México y el Consejo Nacional de Población (CONAPO), en 2017 había 25.3 millones de mexicanos de segunda y tercera generación en EUA, cinco veces la cifra registrada en 1994, cuando se contabilizaron 5 millones. Centroamérica y el Caribe. Ha habido un aumento de los migrantes de otros países. Venezuela, con un aumento del 114 por ciento (de 236.000 a 506.000) entre 2015 y 2020, Honduras, con un aumento del 27 por ciento (de 607.457 a 773.045) en el mismo periodo, Guatemala, con un aumento del 24 por ciento (991.516 a 1.226.849), Colombia, con un aumento del 17 por ciento (699.399 a 817.604) y Cuba, con un aumento del 14 por ciento (1,06 millones a 1,21 millones). Al otro lado de la balanza, el porcentaje de literatura latina que se publica en EEUU.
Según datos del Instituto Cervantes incluidos por María Fernández Moya en el estudio editorial del mercado hispano, entre la década de 1996 a 2006, las ventas de libros en castellano en los Estados Unidos ascendieron de 18 a 23,1 millones de euros, con un ritmo de crecimiento del 6% anual. Por cifra de exportación, los Estados Unidos son uno de los principales destinos de los libros españoles tras México, Argentina, Colombia y Francia. Sin embargo, no todos los hispanos son consumidores de productos culturales en español, una situación que tiende a acentuarse tras la digitalización e irrupción del Kindle. Las estadísticas indican que el 76% de los hispanos que viven en los Estados Unidos y dominan el español son bilingües. El bilingüismo es habitual en las nuevas generaciones, nacidas en los Estados Unidos.
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