«Se pueden quedar lo que necesiten, ahora la casa está llena de vida»
Cristina y Denys, una pareja irundarra de origen ucraniano, acogen en su casa a diez familiares que «creen que es un milagro haber escapado vivos»
Diario Vasco, , 25-03-2022Cristina Ponomarenko, una joven ucraniana que reside desde hace cinco años en Irun, recibió hace un mes una de las mejores noticias de su vida: estaba embarazada. Pero la alegría le duró poco, «porque justo un día después comenzó la invasión de mi país por parte de Rusia». Desde entonces, Cristina y su marido, Denys, están viviendo cualquier cosa menos un embarazo tranquilo. A los pocos días de que estallara la guerra, decidieron coger una furgoneta y recorrer más de 3.000 kilómetros hasta la frontera con Hungría para llevar toda la ayuda posible a sus compatriotas. Y, cuando ya estaban de vuelta en Irun, recibieron la llamada desesperada de unos familiares que habían conseguido escapar «de milagro» del país. Primero llegó una pareja y a los pocos días se sumaron otros diez allegados que viajaban en una vieja furgoneta. Cristina y Denys no dudaron en acogerlos a todos en su casa que, por fortuna, «es bastante grande».
En estos momentos tienen a diez personas acogidas porque la pareja que llegó en primer lugar llenó una furgoneta de comida y medicinas y se volvió a Ucrania para llevar ayuda y traer a más familiares. Hoy Cristina y Denys conviven en su casa de la Avenida de Gipuzkoa con un matrimonio y sus siete hijos y con la abuela materna. El padre de familia –que consiguió eludir la ley marcial que prohíbe a los hombres dejar Ucrania al estar a cargo de siete hijos– se desplazó ayer a Bilbao para organizar un nuevo convoy de ayuda para su país. Los desplazados siguen sintiendo muy dentro su patria y no dejan pasar la oportunidad de ayudar a quienes siguen expuestos a las bombas y los disparos.
Cristina explica que la huida que protagonizaron sus familiares desde Ucrania fue propia de una película. «Ellos siguen pensando que es un milagro que estén vivos, porque en un pueblo cercano a la frontera con Bielorrusia les pararon en un control del Ejército ruso y les apuntaron con las armas. Por un momento pensaron que les iban a disparar a todos, pero al final les dejaron seguir», relata. Hoy están «felices» en Irun, donde ya han empezado a sentir el calor de los vecinos. «Ayer la vecina de enfrente tocó el timbre para dejarnos sábanas y mantas, y otras personas nos traen comida o ropa», señala Cristina emocionada. ¿Las instituciones se han puesto en contacto con ustedes? «En las dos primeras semanas no, pero justo hoy nos han llamado para escolarizar a los niños», responde.
Ketty Sánchez da clases solidarias de castellano a ucranianos en su academia de Irun.
Ketty Sánchez da clases solidarias de castellano a ucranianos en su academia de Irun.
Convivir con diez personas que no pertenecen al núcleo habitual puede parecer complicado, pero Cristina asegura que «se podrán quedar con nosotros el tiempo que necesiten. Ahora la casa está llena de vida, nos reunimos los doce para comer, cantamos, contamos historias… Para lo difícil que es su situación, aquí se sienten seguros». Una tranquilidad que solo se rompe por unos instantes cuando despega un avión del aeropuerto de Hondarribia o las obras del edificio de al lado emiten un ruido potente. «Entonces se sobresaltan un poco porque les recuerda a los sonidos de la guerra», apunta Cristina.
Clases de castellano
Irun, una localidad con una amplia comunidad de origen ucraniano, no deja de realizar gestos de solidaridad con los desplazados. La irundarra Ketty Sánchez, que tiene una academia de inglés, pensó en cómo podía ayudar a las decenas de refugiados que se están asentando en la ciudad fronteriza y decidió organizar clases solidarias de castellano para ellos en su academia. «Empezamos las clases este lunes con un grupo de nueve ucranianos y el próximo lunes se formará otro grupo», explica. La iniciativa está teniendo éxito porque «en los últimos días otras amigas profesoras y otras academias también se han apuntado».
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