Alisa Proskur, miembro de AGA-Ucraína: «Fui a la frontera de Hungría con Ucrania para traer a mi abuela de 93 años y a mi madre a Galicia»

La anciana, Anna, que acaba de superar el covid, y su hija, Alla, tardaron 48 horas en tren para llegar al país húngaro, en donde las recogió Alisa, residente en nuestra comunidad desde hace cuatro años

La Voz de Galicia, CATERINA DEVESA, 22-03-2022

Alisa Proskur, ucraniana de 34 años, lleva cuatro en Galicia. «Estoy empadronada en A Pobra do Caramiñal, pero ahora vivo en Pontevedra, aunque paso mucho tiempo en A Coruña porque formo parte de la directiva de AGA-Ucraína», explica la mujer, que estos días trata de recuperar su día a día. «Desde que estalló la guerra de Rusia contra mi país todo cambió. Los primeros días por estrés no podía trabajar ni nada, y ahora, que por fin tengo aquí a mi familia, intento volver a la actividad, pero duermo unas tres horas al día porque estoy muy estresada con esta situación». Porque Alisa, que es diseñadora de joyas, junto a su marido, gallego, recorrió más de seis mil kilómetros para ir a recoger a su abuela Anna, de 93 años, y a su madre, Alla, a la frontera de Ucrania con Hungría. «Tardamos tres días en llegar y la vuelta la hicimos parando mucho más porque venían agotadas. Perdieron diez kilos cada una en la travesía para salir de mi ciudad, Dnipro».

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M. C. CEREIJO / NACHO DE LA FUENTE / O. SUÁREZ

El primer día de la invasión rusa a Ucrania, Alisa se puso en contacto con ellas para que huyesen inmediatamente del país. Una decisión que no fue nada fácil. «Mi abuela, aunque tiene 93 años, es muy activa. Ella vivía sola en su casa y mi madre en la suya. Ninguna quería dejar su país y, de hecho, quieren volver. Yo le explico a mi abuela que ahora es muy peligroso, pero en cuanto puedan se irán. No quieren quedarse en España. Toda su vida hasta allí». Además de su casa, en Dnipro dejan familia: «Mi hermano tiene 23 años y tuvo que quedarse porque está en edad de luchar. Igualmente, él no quería venir, quiere proteger a su país y eso nos tiene a todas muy preocupadas». Sobre la situación en Dnipro, Alisa señala que «en mi ciudad no hay búnkeres casi y la gente lo que hace cuando suena la alarma es protegerse con mantas en las casas. De momento allí no hay tropas rusas en tierra, pero hay alertas porque pueden ser atacados desde el aire porque la defensa aérea trabaja en esa zona. Es peligroso».

La salida de las dos mujeres no fue inmediata, en parte, porque eran reacias a irse y también por motivos de salud. «El día que estalló la guerra, mi madre fue a recoger a mi abuela para que se quedase con ella, ya que su vivienda es algo más segura, ya que la de mi abuela es una planta alta y si hubiese un bombardeo estaría más expuesta. Justo el día que Rusia invadió Ucrania mi abuela se contagió de covid, y después lo pasó también mi madre. Por eso tampoco podían irse en los primeros días». Finalmente, ante el creciente peligro, y una vez pasados los días de cuarentena, las ucranianas emprendieron la marcha a bordo de un tren para llegar a Hungría. «Es un tren que normalmente tarda 24 horas, pero ellas tardaron 48. Además, cuando llegaron a la estación, estaba desbordada de gente y tardaron 10 horas en poder subirse a uno. Todo ese tiempo esperaron allí y hacía muchísimo frío, estaba nevando». El viaje fue muy complicado, sobre todo para la abuela de Alisa: «El covid le dejó alguna secuela y, entre ellas, necesita ir mucho al baño, pero el tren iba tan lleno que había gente durmiendo en él». Además, su madre es diabética y tenía que pincharse la insulina «delante de la gente, porque estaba completísimo. Tanto, que tenían que meter en su vagón a niños de otras familias».

Anna, la abuela de Alisa, pasa el tiempo leyendo libros electrónicosAnna, la abuela de Alisa, pasa el tiempo leyendo libros electrónicos
Desde Hungría a Galicia tardaron seis días. «Mi abuela y mi madre tenían que descansar. Entonces lo hicimos con más paradas». En total, fueron seis mil kilómetros y seis países para recoger a las dos mujeres. «Fue una locura, pero era la única manera. Hay viajes en bus para traer a refugiados, pero mi abuela no lo aguantaría». Ahora, las tres intentan asumir todo lo vivido. «Nunca me imaginé que pasaría esto. Mi abuela es rusa, en mi ciudad la mayoría de la población habla ruso. En los colegios se imparte lengua ucraniana, pero luego matemáticas y las demás asignaturas son en ruso. No hay un problema con eso, convivimos perfectamente». Sin embargo, la guerra cambió todo: «Mi abuela es muy mayor y va a seguir hablando ruso, pero conozco a gente que ahora ya no lo quiere hablar».

Olena (segunda por la izquierda) huyó de Ucrania con su madre, Natalia (primera a la derecha) y su hijo de diez años Vlodymyr. Junto a ellos, Tetiana (segunda a la derecha), que los acoge en su casa de Osedo
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CATERINA DEVESA

Con su familia a salvo, Alisa vuelve poco a poco a la rutina: «Yo diseño joyas, las hago con flores gallegas naturales, y estoy recuperando la actividad. Además, ahora somos más en casa y tengo que trabajar mucho más porque además los costes de los materiales que uso han subido. Mi madre está teletrabajando para Ucrania porque es contable de una empresa de alimentación, entones siguen activos y, mientras nosotras trabajamos, mi abuela lee. Le encanta leer». De hecho, Alisa explica que le descargaron en un dispositivo electrónico los clásicos rusos y ucranianos, «pero ya los leyó todos y entonces está con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez». Sin duda, ella podría escribir un libro con su historia.

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