«Es difícil ser migrante, pero si eres una mujer que lleva velo lo es aún más»
El proyecto 'Loturak Emakumeok Portugalete' culmina con la puesta en común de vídeos y testimonios sobre la acogida de inmigrantes
El Correo, , 23-03-2022El Área de Participación Ciudadana e Innovación Social del Ayuntamiento de Portugalete ya ha presentado los resultados del proceso de trabajo del proyecto ‘Loturak Emakumeok’, llevado a cabo junto con la asociación Moviltik y con la colaboración de Bidatzenea (Casa de las Mujeres). La iniciativa se basa en un proceso de reflexión sobre cómo son acogidas. Para ello se ha trabajado en diferentes sesiones sobre la capacitación de las mujeres para crear narrativas digitales inclusivas en diferentes formatos, como pueden ser entrevistas, vídeos o fotografías. El resultado de todo este proceso se traduce ahora en diez vídeos creados y protagonizados por varias de ellas.
Una de estas mujeres que habla sobre sus experiencias es Aicha Ben Youssef, que llegó a España desde Marruecos en 2008 con su marido. «Desde el principio me acogieron con los brazos abiertos en la asociación Baobat. Allí reciben a todo el mundo pero yo estoy agradecida porque me aceptaron como mujer migrante y como madre», explica. Tan buena fue la impresión que esta entidad dejó en ella que actualmente es una de sus colaboradoras habituales. Sin embargo, a pesar de este buen recibimiento y la ayuda que fueron brindados tanto ella como su marido, admite que no todo ha sido un camino de rosas hasta llegar a su situación actual. Según relata Aicha, se dieron de bruces con muchos obstáculos a la hora de realizar tareas tan imprescindibles como alquilar un piso o encontrar trabajo. «Ya es difícil ser una persona migrante, pero si encima eres una mujer que lleva velo lo es aún más, especialmente en estas situaciones. Mi velo es mi carta de presentación», asegura.
Cuenta también cómo en una entrevista de trabajo que realizó de manera telefónica le dijeron que estaba aceptada y que se pasara al día siguiente por el lugar para firmar el contrato. Sin embargo, cuando se presentó allí y vieron la tela que cubría su pelo cambiaron de opinión. «Me dijeron que sabía hablar muy bien castellano para ser de fuera y que mi formación era buena, pero que llevaba el pañuelo y no podían cogerme», relata. Ahora trabaja en la residencia Rodriguez de Andoin V, en el barrio portugalujo de Buenavista. «Allí los jefes me respetan tanto en mis creencias como en mi trabajo, me ven como persona, como una profesional, y se lo agradezco mucho», asegura emocionada.
No es la única que agradece la labor de las asociaciones de la zona, también lo hace Jessicka Rodríguez, jóven venezolana que llegó al País Vasco en noviembre de 2019, justo antes de que comenzara la pandemia. Empezar una nueva vida en un país distinto ya es complejo, pero hacerlo cuando todo está en pausa lo es aún más. «Tuve que recibir ayudas sociales y alimentos para poder seguir adelante», admite, aunque ahora se encuentra en una situación mucho más favorable. «Actualmente trabajo y puedo llevar una vida mejor. Sigo dando pasos para adaptarme porque no es fácil, pero sé que al final todo se consigue gracias a las maravillosas personas que encontré en mi camino», resume.
Emigrar con cinco hijos
Teresa Aguirre emigró desde Bolivia hace 17 años junto a sus cinco hijos y admite que fue un proceso muy duro. «Yo estaba muy desorientada en muchos aspectos. No sabía ni siquiera cómo encontrar trabajo. Cáritas y Cruz Roja me ayudaron y conseguí empleo, salí adelante y ahora estoy muy contenta de estar en este país», explica. Alardea orgullosa de lo que su familia ha conseguido desde entonces, ya que su hija ha podido estudiar una ingeniería, uno de sus hijos se ha graduado en administración de empresas y otro es profesor de matemáticas, metas que no hubiera sido posible alcanzar de haberse quedado en su país de origen. «Vine como madre, pensando en el futuro de mis hijos y en que estuvieran bien. Lo han conseguido, así que el sacrificio no ha sido en vano».
Pero no solamente han participado en el proyecto mujeres migrantes, también lo han hecho algunas locales. Es el caso de Rosa Aramendia, que trabajó como profesora durante años en una escuela para adultos, donde enseñó a muchos extranjeros. «Fue mi introducción a este mundo. Así pude conocer sus vivencias, sus problemas, cómo les dejamos o no integrarse y lo difícil que es para ellos todo el proceso. A raíz de esta experiencia se unió a la ONG Baobat, la misma que ayudó, y en la ahora colabora, Aisha.
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