Guissona, la pequeña ucrania española
En 2010, la comunidad ucraniana ya superaba el millar, 1.069 habitantes de 6.568, un 16% del total. Doce años después, el censo registra una población de 7.291 habitantes de los cuales 1.064 son de origen ucraniano
Diario Vasco, , 21-03-2022«Vine en el año 2000 con un precontrato de trabajo en BonÀrea», explica Mykola, un vecino de Guissona que regenta una tienda locutorio de comestibles del Este de Europa y que desde el 24 de febrero se ha transformado en el lugar de recepción de donaciones para Ucrania y atención para los refugiados, principalmente, mujeres y niños. «Vine para unos meses, no me imaginaba que estaría tanto tiempo aquí», recalca. Entonces la economía en Ucrania estaba muy resentida, diez años después de la desintegración de la Unión Soviética en 1990. En Guissona faltaba mano de obra en la Cooperativa Agrícola y cárnica. «Necesitaban cubrir muchos puestos de trabajo, pero pocos españoles aceptaban las condiciones laborales». El actual granero de Europa perdió el mercado ruso tras la independencia y la Unión Europea todavía no firmaba contratos de importaciones de cereales, ni aceite. Se produce un éxodo que reduce la población de 52 millones a 46. Paralelamente en Guissona comienza a aumentar la población foránea, hasta tal punto, que en el año 2010 Guissona era el municipio catalán con mayor población inmigrante, superando el 50% de su población. Entonces la comunidad ucraniana ya superaba el millar, 1.069 habitantes de 6.568, un 16% del total. Doce años después, a principios de 2022, el censo registra una población de 7.291 habitantes de los cuales 1.064 son de origen ucraniano.
Tras el estallido de la guerra, ante un éxodo de refugiados sin precedentes en Europa, Guissona no podía quedarse impasible. Se convierte en refugio también para numerosas familias, que son acogidas en casa de familiares o viviendas vacías de vecinos del pueblo. Hasta el momento, el Ayuntamiento ha contabilizado 182 personas refugiadas 83 familiares, 103 adultos y 79 menores incrementándose la comunidad ucraniana hasta 1.247 residentes. En el último fin de semana, han llegado 20 mujeres y niños a Guissona procedentes del avión fletado por la ONG catalana Open Arms y Fundación Solidaire, que partió de Varsovia (Polonia) aterrizando en Barcelona con 220 refugiados. Pero el resto de refugiados en Guissona han llegado por su propia cuenta en avión, autocar o familiares.
Veronica y sus gemelos, Shara y Masha, acaban de llegar junto a su suegra política, Tania. Originarias de Kyiv se refugiaban a diario de posibles bombardeos en el sótano de su edificio, cada vez que sonaba la sirena. Hubo un momento que el padre y el marido de Veronica les dijeron que tenían que marcharse, para salvaguardar la vida de los niños. Cogieron un par de mochilas y a los niños de la mano, para comenzar un periplo que les ha llevado diez días de viaje por carretera en diferentes vehículos, pasando por el paso fronterizo de Medyka hasta Polonia, para llegar a Barcelona también en avión, por cuenta propia. Una voluntaria de Guissona ha gestionado la cesión de una vivienda vacía por parte de un vecino.
«Mi hermana lo tuvo claro. Había que salir de ahí para conservar la vida, para proteger a Adelia.»
Nina, llegó hace dos semanas, junto a su hija Adelia, en un autocar privado que semanalmente parte de Guissona hasta Ucrania y regresa luego de vuelta a Guissona. Su hermana Angelika, las acoge en su casa junto a su hija Ilona y su marido. Angelika lleva 4 años en Guissona. Su marido llegó antes que ella con un precontrato de BonÀrea. Angelika también ha trabajado durante un año en esta Cooperativa de Guissona. Mientras Nina y Adelia apreden el idioma, Angelika les hace de traductora. «Aunque Ivanov-Frankivsk no ha sido bombardeado directamente, sí la base aerea próxima. Mi hermana lo tuvo claro. Había que salir de ahí para conservar la vida, para proteger a Adelia.» Separada hace tiempo no le resultó difícil tomar la decisión, aunque intentó convencer a sus padres para que la acompañaran y también a sus abuelos, que se negaron, aferrándose a toda una vida en Ivanov-Frankivsk.
Irina y Masha son también de la región de Ivanov-Frankivsk, de la pequeña localidad de Kalush. Llegaron el 4 de marzo en avión desde Varsovia, Polonia a Barcelona. Después se trasladaron a Guissona, porque el abuelo de sus hijas vive en esta localidad desde hace 6 años, trabajando en BonÀrea. La Fundación Santacreu les proporcionó un piso de acogida que comparten con sus respectivos hijos. El vínculo que las une son sus maridos, que son hermanos. Aunque uno de ellos es economista y el otro programador informático en estos momentos ambos forman parte del equipo de defensa territorial en Ivanov-Frankivsk .
Aunque las madres han encontrado la seguridad en Guissona, el dolor por la separación de los familiares que se han quedado y la preocupación por sus vidas es permanente. El estrés postrautmático por la guerra está ahí. A su vez los pequeños también llevan su proceso de asimilar el cambio. «Aquí no estamos mal», comenta agradecida Irina, «pero echamos de menos nuestros hogares y a nuestras familias. Esperamos que la guerra acabe para poder regresar».
«Según Putin yo soy nazi. Ayudando a la gente refugiada soy nazi, pero solo soy un ciudadano que ayuda a sus compatriotas»
El Ayuntamiento ha ofrecido empadronamiento a los refugiados. A lo largo de esta semana ha estado cursando a diario inscripciones en el padrón de habitantes. También está organizando actividades tanto para los más pequeños como para las madres. A su vez, Mykola atiende desde la tienda locutorio a las refugiadas que lo visitan. «He tirado cualquier alimento que tenía procedente de Rusia», declara, mientras gestiona la última donación de medicamentos que le ha traído un voluntario de una ONG de Lleida. «Según Putin yo soy nazi. Ayudando a la gente refugiada soy nazi, pero solo soy un ciudadano que ayuda a sus compatriotas».
Una vecina catalana que tiene un comercio próximo al locutorio comenta que cada uno contribuye con la causa ucraniana como puede. Unos con donaciones de materiales, enseres, medicamentos o dinero. Otros formando parte de la red de voluntariado o acogiendo familias en su casa. Algunos con la palabra, como Natali, que tiene una tienda de ropa en la plaza del Ayuntamiento y desde hace una semana uno de los maniquies de su escaparate luce una camiseta amarilla, color bandera de Ucrania, con el ‘No a la guerra’. La semana que viene cambiará la camiseta por otra de color azul, también de la bandera ucraniana, con varios mensajes de reivindicación en rojo. «Hay muchas cosas que matan. Mata el miedo. Mata el silencio. Putin Mata».
Angelika ha pasado por el locutorio de Mykola. Está gestionando una solicitud para Adelia, la hija de su hermana, para que sea aceptada a partir de la próxima semana en la escuela Mestre Ramon Estadella i Torradeflot. Las cuñadas Irina y Masha comenzarán clases de catalán el sábado en la Caserna. Veronica ha apuntado a sus gemelos en los talleres de arte de la Fundación Santacreu. Todas caminan hacia delante, aunque esperan que esta terrible guerra acabe cuanto antes.
«Esto es un problema mundial», reflexiona Mykola, «nosotros luchamos para que la Unión Europea pueda vivir tranquila.» Lamenta que no haya suficientes armas, ni militares. «Ucrania es como un conejo que lucha contra un oso. Entre todos tenemos que cortar las patas al oso».
(Puede haber caducado)