DÍA 4: RESCATE EN LA GUERRA DE UCRANIA
Adiós, Polonia: «No sé qué haremos, pero estamos muy contentas»
Dani Alonso emprende el camino de vuelta a España con Olha, Katrina, Ksenia y Anastasia desde el centro de refugiados de Mlyny
ABC, , 17-03-2022En la diáfana nave de bienvenida del centro de refugiados de Mlyny, un altavoz expulsa varias frases ininteligibles en ucraniano con la palabra Madrid intercalada. En medio del pabellón, Dani Alonso espera con un cartel escrito en cirílico en el regazo. Así empiezan a acercarse las primeras madres con sus niños, curiosas por el traslado que promete este hombre en silla de ruedas a la capital española. Así transcurrieron las primeras horas de búsqueda de cinco refugiados –las plazas disponibles en el Toyota Land Cruiser de Dani– dispuestos a poner tierra de por medio con Ucrania. Ya cerrada la noche, Olha, Katrina, Ksenia y Anastasia se montaban en el todoterreno con su vida guardada en un puñado de bolsas y mochilas.
«Era como un sueño, estaba asustada», describe su odisea Ksenia, una joven de 20 años forzada a abandonar la ciudad de Dnipro cuando los bombardeos rusos se recrudecieron al oeste de la región del Donbás. Su madre tiene una discapacidad física y no puede viajar; su padre, de 60 años, se quedó con ella. Y Ksenia empaquetó sus cosas en apenas un par de horas y partió hacia Polonia junto a su mejor amiga, Katrina, de 21 años, y su madre Olha. En los camastros del viejo centro comercial de Mlyny, tras 48 horas en el complejo, se encontraron con Dani. «No sé qué vamos a hacer, pero ahora estamos muy contentas de haberos conocido y de que nos ayudéis», dice Ksenia, «muchas gracias».
Más de 3.000 kilómetros de carretera separan la aldea polaca de Mlyny, a unos 6 kilómetros de la frontera ucraniana, de Madrid, un largo trayecto al que también se ha apuntado Anastasia. El móvil ha sido la única compañía de esta joven de 23 años desde que emprendió su huida en solitario de la guerra. La invasión rusa la cogió por sorpresa, fuera de su ciudad natal, Mariúpol, donde este jueves los ataques aéreos destrozaron un teatro en el que se habían refugiado centenares de personas. Los seres queridos de Anastasia (padres, hermana, amigos) están atrapados en una ciudad sitiada desde hace dos semanas por las tropas de Vladimir Putin. «No he podido hablar con ellos», lamenta. Rompe a llorar minutos antes de encaramarse al Toyota. Después de dos noches vagando en la fría nave de Mlyny, de días de incertidumbre y horas en carretera, Anastasia se reunirá con su hermano en el municipio andaluz de Jerez de la Frontera.
La salida de Mlyny de estas cuatro mujeres ha sido improvisada. Ksenia, la que mejor se maneja en inglés, hablaba en varias ocasiones con los voluntarios del centro, que incluso acudían a ella para que hiciera las veces de traductora con otros refugiados. «¿Sabéis dónde nos podemos duchar?», pregunta en una de las primeras charlas con Dani, que había dormido la noche anterior un par de camastros más allá. En el centro no hay duchas, ella y Katrina son mejores amigas desde pequeñas, las tres se marcharon de Dnipro un día a las seis de la mañana… La conversación continúa y, al rato, Dani está llamando a su amiga Katerina, una mujer ucraniana que vive desde hace años en España, para que explique a Olha, Katrina y Ksenia que les abre las puertas de su chalé en en una urbanización de Valdemorillo, un pueblo al oeste de la Comunidad de Madrid.
La primera opción de las tres mujeres de ojos azules era Alemania, como la de la mayoría de ucranianos que cruzan la frontera, que buscan asentarse y encontrar trabajo mientras no puedan regresar a su país. Sin embargo, la hermana de Ksenia varada en Mariúpol tiene una amiga en Guadalajara, aunque la residencia de esta conocida no es permanente. Hasta que decidan sus próximos pasos, Olha, Katrina y Ksenia convivirán con Dani y sus mellizas de 11 años. «Se quedarán conmigo el tiempo que haga falta», afirma él. Para Anastasia, una vez alcancen la capital, gestionará un billete de tren hacia Andalucía.
Horas de búsqueda
Encontrar a refugiados que quieran subir al coche de un desconocido con destino a España no es fácil. Ni siquiera en un lugar de paso con cerca de 2.000 ucranianos. Dani dedicó la tarde del miércoles y todo el jueves a dar con cinco personas para dos familias de acogida: una madre y su hija en su chalé, y otra madre y dos niños con su vecina Noe. Durante un instante antes del mediodía, todo parecía resuelto. Dani intentaba hacerse entender con dos mujeres, gesticulaba, usaba el traductor del móvil y recurría a su amiga Katerina, y anunció la marcha.
Sin embargo, hubo un malentendido. Una de las madres solo necesitaba el transporte a Madrid y no la casa de acogida, porque su hermana la espera en la capital. La segunda, una mujer con dos pequeños, consintió el plan, pero al rato desapareció entre las filas de camastros y refugiados, quizá desconfiando ante la desbandada de la primera. A lo largo de la mañana, solo un matrimonio mayor se acercó para viajar a España, pero Dani se opuso: «Las mamás y los niños son la prioridad».
Las cuatro mujeres aguardaron con paciencia cada uno de los trámites y retrasos para dejar Mlyny. También las preguntas y las conversaciones en español. En la última barrera, un puesto de control de la polícia polaca, esperaron mientras los agentes anotaban en una libreta los datos de sus conductores y la matrícula del todoterreno. Olha, Katrina, Ksenia y Anastasia no tuvieron que entregar nada ni registrar su salida. «Muchas gracias», repetía Ksenia de cuando en cuando. En un hotel de Cracovia, la primera parada hacia España, Anastasia añadió:«Nos rompe el corazón que las personas de Europa nos ayuden tanto».
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