Acogida
La gratitud de los refugiados ucranianos: "Nos habéis recibido como a hermanos"
El Mundo, , 17-03-2022Pensaba encontrarse con una explanada repleta de tiendas de campaña apiñadas unas detrás de otras. Se imaginaba que iba a tener que hacer interminables filas para conseguir un cuenco de comida. Esperaba sufrir la tediosa burocracia para poder solicitar asilo político.
Pero lo que nunca soñó era que iba a alojarse en un apartahotel con una espaciosa habitación con wifi, piscina climatizada y pista de pádel. Recién llegada a Madrid tras huir de Ucrania, Irina salpica la conversación con la palabra «gracias», que ya se ha aprendido en español. No le importa repetirla una y mil veces porque quiere que se la oiga alto y claro.
«Mi hija me dice que si no estoy cansada de reiterar siempre lo mismo, pero le digo que no. Voy a estar hablando de agradecimiento toda mi vida», afirma Irina, a las puertas del apartahotel de Barajas donde se encuentra alojada.
Y prosigue con sus palabras de gratitud: «Tenemos desayuno, comida y cena. Muchísimas gracias. No tengo palabras. La gente nos ha abierto su corazón y su alma. Notamos su calor. Nos han recibido como a hermanos».
Irina, nombre ficticio para proteger a parte de su familia que sigue en Ucrania, es una de las numerosas refugiadas atendidas por Cruz Roja en albergues y hoteles de la Comunidad.
«Necesitábamos una respuesta rápida y los hoteles nos han dado una disponibilidad inmediata. En dos semanas, ya tenemos 1.400 plazas ocupadas. Les proporcionamos alojamiento, manutención, además de asistencia médica, jurídica y psicológica» declara José Zamora, coordinador del programa de refugiados de Cruz Roja en la capital.
En el hall del Madrid Airport Suites Affiliated by Meliá, se cruzan los hombres de negocios que acaban de aterrizar en el aeropuerto de Barajas con las mujeres que salieron huyendo del horror de la guerra.
Irina residía en Donetsk, una ciudad al este del país. Ella ya sobrevivió a los fuertes enfrentamientos entre los separatistas prorrusos y el Gobierno ucraniano que tuvieron lugar en 2014, después de que las multitudinarias protestas derrocaran al presidente prorruso Victor Yanukóvich.
Pese a todo, nunca pensó que, ocho años después, fuese a estallar la guerra. Los rusos eran para ella como «hermanos en cultura e idioma». «Creíamos que iban a bombardear para asustar, pero no por mucho tiempo», relata entre lágrimas.
“MAMÁ, QUIERO VIVIR”
Irina no quería abandonar su país. No deseaba dejar solo a su marido, médico de profesión. Pretendía resistir la invasión peregrinando de refugio en refugio. Primero se resguardó con sus hijas en las iglesias pensando que no las iban a bombardear, pero lo hicieron. Después, pasaron a cobijarse en los sótanos de los edificios.
Un día las tropas rusas comenzaron a bombardear con mucha intensidad. Entonces, una de sus tres hijas comenzó a saltar y a gritar: «¡Mamá, yo quiero vivir!».
El aullido de su pequeña la hizo reaccionar y, en ese momento, decidió emprender la huida con la ayuda de unos conocidos madrileños. Cogieron el tren en Kiev y llegaron hasta Polonia, donde les recogieron los amigos españoles, que alquilaron un coche grande para traerles de vuelta.
Instalaciones del hotel en Barajas.JAVIER BARBANCHO
La invasión rusa ha desatado una enorme ola de solidaridad y muchos particulares y ONG se están desplazando por su cuenta hasta la frontera para trasladar a las víctimas de la guerra.
Como botón de muestra, la Fundación Madrina ha organizado una caravana de autobuses con más de 400 refugiados y una flota de taxistas ha traído a 135 ucranianos que llegaron anoche a la Iglesia de San Antón, sede de Mensajeros de la Paz. .
Cada uno escapa y viaja como puede. El pasado viernes a medianoche Yelyzaveta y Anhelina, dos hermanas de 13 y 12 años, aparecieron en Las Rozas después de atravesar solas media Europa. Allí fueron recibidas por una familia de acogida con la que ya tenían contacto. «Ha sido un viaje muy largo y muy difícil. Estamos muy cansadas», reconoció Yelyzaveta a la agencia Efe.
COMISIÓN DE COORDINACIÓN
Estas llegadas descontroladas están provocando un cierto caos, por lo que la delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, ha anunciado la creación de una comisión de coordinación con el Gobierno autonómico, los ayuntamientos y las ONG para ordenar y canalizar la recepción.
El dispositivo de emergencia está organizado por el Ministerio de Inclusión y Seguridad Social, mientras que las comunidades ponen a su disposición los recursos disponibles, que gestionan ONG como Cruz Roja, Accem o Mensajeros de la Paz.
El centro neurálgico se sitúa en Pozuelo de Alarcón, adónde acuden los refugiados recién llegados. Allí se les da alojamiento y manutención y se les hace entrevistas para derivarles a los centros de acogida más apropiados.
En Pozuelo ya se ha atendido a más de 981 desplazados, a los que se les ha proporcionado la documentación necesaria para residir y trabajar en España en 24 horas.
Los ucranianos tienen 90 días para efectuar estos trámites, pero deben hacerlo cuanto antes para poder pedir luego la tarjeta sanitaria.
Los que ya tienen alojamiento deben llamar igualmente al teléfono 910474444 para pedir cita previa con el fin de regularizar su situación. Después tienen que desplazarse al centro de Pozuelo para conseguir el permiso de trabajo y de residencia.
Gracias a la directiva europea, los ucranianos no tienen que pasar por el calvario de otros refugiados cuando solicitan asilo político, cuyos trámites se prolongan durante años.
Olha, a la entrada del hotel de Barajas.J. BARBANCHO
Olha nombre ficticio es otra de las recién llegadas. Emprendió el viaje en coche junto a su marido, sus dos hijos gemelos de seis años y su bebé de dos.
Es de las pocas familias enteras que han llegado a este hotel gestionado por la Cruz Roja porque la mayoría de ellas han quedado divididas en dos: los hombres allí y las mujeres con los niños aquí. «Al principio no sabíamos adónde ir. Una chica desconocida nos alojó en su casa y nos puso en contacto con la Cruz Roja», indica.
Olha era bloguera en su país y ya ha empezado a aprender español. Mientras tanto su marido trabaja de voluntario ayudando a cargar la ropa y las medicinas que se envían a Ucrania.
Cada uno busca adaptarse a su nueva realidad de refugiados, aunque desean que esta situación dure lo menos posible. Irina lo tiene claro: «Mi único plan es que pronto tengamos la victoria para volver a casa».
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