REFUGIADOS EN GIPUZKOA

«Poder huir de Ucrania ha sido un milagro»

La llegada de ucranianos que abandonan su país por la guerra se intensifica en el territorio gracias a las iniciativas de particulares. Muchos escapan junto a sus mascotas

Diario Vasco, JOANA OCHOTECO Irun MACARENA TEJADA, 17-03-2022

En coche, furgoneta o autobús. El medio de transporte es lo de menos siempre que sirva para alejarse de los bombardeos. El flujo de refugiados ucranianos que cada día llegan a Gipuzkoa huyendo de la guerra no cesa. Al contrario, cada vez son más los que se instalan, aunque sea de forma temporal, en el territorio. Ayer 45 refugiados ucranianos, en su mayoría niños y mujeres, llegaron a primera hora de la mañana a Irun en el autobús fletado por Marina García, de la guardería Auzokids. Unas horas antes, lo habían hecho otros 35 ucranianos que viajaron en siete furgonetas de la ONG zamorana Bomberos Acción Norte. Se alojaron en el hotel Aitana de la localidad fronteriza para, por la mañana, emprender la última parte de su viaje hasta la capital castellana.

«Están esperanzados», afirmaba ayer Marina García, a su llegada a Irun. «Aunque nada más recogerles estaban muy cautelosos, como si no pudieran fiarse de nosotros. Se les notaba tristes y lloraban mucho». Fue ella la encargada de fletar el bus que trajo a medio centenar de ucranianos a la localidad fronteriza «y mañana llegará otra furgoneta con 27». La mayoría descansan ya en sus familias de acogida en Irun, Hondarribia y Donostia, después de tres días de viaje y más de 3.000 kilómetros por carretera. Con pancartas y carteles de bienvenida, muchos se acercaron a recogerles a su llegada a Gipuzkoa, «pero aún hacen falta voluntarios que quieran dar cobijo a algunas personas» que han pasado noche en el albergue del Gobierno Vasco y la Cruz Roja de Irun. «La labor de las instituciones no es suficiente. Tienen que hacer más. En Polonia los refugiados duermen apiñados en polideportivos», se lamenta. «Es todo muy triste», por eso ya se plantea traer a otro grupo de personas en los próximos días en autobús. «Es más sencillo y menos cansado para ellos», aclara, y en su mayoría viajan con sus mascotas.
«Cada día miles de personas cruzan la frontera con sus perros o gatos en brazos. No les dejan aunque eso retrase su huida», lo que «muestra lo buenas personas que son», reflexiona Marina, que no ha necesitado saber ucraniano para comunicarse con ellos durante el viaje. «Ninguno habla castellano, pero basta con darles cariño y hacer que se sientan apoyados. Es lo que necesitan ahora». Así se percibía en la cena que el segundo grupo de recién llegados tuvo el miércoles en el restaurante La Juanita de Irun, regentado por Alicia Miguel y Unai Gabellanas.

Un plato caliente en tres días
A las 15.00 horas habían recibido la llamada de su amigo Paco Colmenero, de la ONG zamorana Bomberos Acción Norte, al volante de una de las siete furgonetas de un convoy solidario que se había trasladado hasta la frontera de Ucrania con Polonia. Dejaron allí 22 toneladas de ayuda humanitaria y volvieron con 35 refugiados ucranianos. En tres días de viaje habían saboreado una única comida caliente. A pocas horas de llegar a la frontera de Irun, antes de seguir hacia Zamora, necesitaban algún lugar en el que reponer fuerzas y Paco recurrió a su amiga Alicia, a quien definió como «una de las hadas madrinas» que les han ayudado en este periplo.

Galería.

Esta mujer se puso en marcha nada más hablar con Paco, llamó a sus camareros y a la asociación de hostelería de Irun Denok Bat. Su presidenta, Susana Fernández, se encargó de hacer las gestiones para que el hotel Aitana acogiese esa noche a los ucranianos. Además, se presentó en La Juanita con un cargamento de peluches y conos de chucherías. Entre los 35 refugiados había tres adolescentes, siete niños y niñas y un bebé. «Y también tres perros», añade.

A la una menos cuarto de la madrugada, Unai abrió el portón del aparcamiento de La Juanita para que entrase la primera furgoneta, esa que conducía Paco Colmenero. Tras él bajó Olga, de 34 años, envuelta en una manta y con Zeus, su perro, en brazos; luego su sobrina, Sacha, una pequeña de tres años y a su lado, su madre, con la mirada perdida, los ojos observando Irun pero la vista en Ucrania, donde se ha quedado su marido. Mientras esperaban la llegada de las seis furgonetas restantes y Unai ultimaba los preparativos de la cena, Paco narró los pasajes de la aventura: los refugiados «consiguieron llegar a un centro de acogida en Cracovia» y, allí, les recogieron los voluntarios de Acción Norte. «Lo están pasando muy mal. Algunos están en estado de shock. A otros se les refleja en la cara una profunda tristeza».

Olga, antes de iniciar el viaje hacia Zamora, pasó «diez días en un refugio en Kiev». Huyeron a Polonia y, después de «horas en la frontera, con mucho frío», la cruzaron y estuvo tres días en un centro de acogida junto a su cuñada, su sobrina, una amiga y sus hijas. «Nuestros novios y maridos no pueden salir de Ucrania», cuenta. Tiene una prima en España, «y todas vamos a ir a su casa, en Palafrugell», un pequeño municipio situado en la provincia de Gerona.

Llegaron las demás furgonetas, pasada la 1.00, con los 13 voluntarios de Acción Norte y los demás refugiados. Tania contaba su historia: «Ha sido un viaje muy duro». Es ucraniana pero vive en Benavente desde hace años. Cuando Rusia invadió Ucrania, tomó un avión hacia Polonia con el objetivo de reunirse con su madre. «Y también vinieron unos familiares lejanos, una mujer y dos niños». El siguiente paso era conseguir otro vuelo que los llevase a todos de vuelta a Zamora, pero «los niños no tenían los papeles necesarios» para volar, «sólo la partida de nacimiento». Tania recibió entonces la providencial llamada de su hija, desde Benavente, que le contó «que unos chicos de Zamora iban a ir hasta la frontera con Ucrania y podían traernos de vuelta». Y así fue. «Poder huir de allí ha sido un milagro».

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