Guerra en Ucrania | "No sé si volveré a ver a mi familia"

GALYNA KLYMENCHENKO HA ESCAPADO DE LA GUERRA CON SU HIJO Y HA SIDO ACOGIDA POR KORO, CON QUIEN MANTENÍA RELACIÓN DESDE LOS VERANOS QUE VENÍA A DONOSTIA MEDIANTE LA ASOCIACIÓN CHERNÓBIL

Diario de noticias de Gipuzkoa, NÉSTOR RODRÍGUEZ , 14-03-2022

Desde los 9 años hasta los 18, Galyna Klymenchenko vino todos los veranos a Donostia gracias a la Asociación Chernóbil. Vivía a 50 kilómetros de la que denominan Zona prohibida. La acogieron Miren y sus dos hijos, Koro y Aitor. El vínculo entre todos ellos se hizo tan fuerte que llama a los tres “mi familia”. Ahora, a sus 31 años, ha vuelto, pero en un contexto muy distinto. Ha logrado salir de su país, Ucrania, y de la guerra, y ha encontrado de nuevo el apoyo en su familia donostiarra. Recibe a este periódico en casa de Koro, que le saca 22 años. “Es mi hermana, mi madre y mi amiga”, dice Galina de ella. “Tengo como dos amatxis, Koro y Miren, ellas siempre me han entendido y me han ayudado en todo lo que han podido, como están haciendo ahora”.

Galyna está con su hijo Oleg, que el mes que viene cumple tres años. Es un niño, de ojos azules, muy movido y simpático, que apenas es consciente de qué está sucediendo, pero echa de menos a su padre, Vitaly, que se ha quedado en Ucrania y al que reclama a diario, posiblemente sin entender por qué, de un día para otro, ha dejado de verlo. La de Galyna, Vitaly y Oleg es otra familia rota por la guerra. Los que han podido huir, como Galyna, lo hacen con la espina clavada de dejar atrás a sus seres queridos.

“No tenía intención de salir de mi país, quería quedarme porque me daba pena dejar todo aquello, pero mi marido me decía que me tenía que ir cuanto antes y desde aquí Koro y Aitor también me lo decían”, cuenta la joven ucraniana, que aún no se puede creer todo lo que ha dejado atrás. “Mi marido y yo trabajábamos duro para tener lo que tenemos: una casa y una familia en Ivankiv, a 75 kilómetros de Kiev. Cuando vuelva, que no sé cuándo será, no tendré ni casa. No sé dónde volveremos”. Su marido, Vitaly, ha sido reclutado para la guerra: “Fue a un órgano militar, dio su pasaporte y no le dio tiempo ni a despedirse. A los hombres no les dejaban ni salir. También se han quedado mis padres y mi hermana, Vika, de 17 años, que vino varios veranos aquí con la izeba y osaba de Koro”.

Salir de Ucrania resultó toda una odisea, y eso que los primeros días, nada más estallar la guerra, “no había tanta gente para pasar la frontera”. Galyna cuenta cómo fueron aquellos días:“Un jueves (24 de febrero) empezó la guerra y esa noche la pasamos bajo los bombardeos. Yo ni dormí. A la mañana siguiente mi marido me dijo: Recoge las cosas necesarias y nos vamos. Nos fuimos y empezaron a bombardear cerca. Cogimos el coche para ir a la frontera, pero había 20 kilómetros de atasco y tuvimos que dejarlo. Recorrimos 6 kilómetros andando, yo cargada de peso y mi marido con dos maletas y nuestro hijo a hombros. Hacía mucho frío”. Unas horas antes de dejar su casa, una videollamada con Koro y Aitor le animó a dar el paso. “Le dije vete de ahí. Tienes una casa aquí y si hace falta vamos a buscarte. Eres parte de esta familia”, le transmitió Koro, asustada porque habían bombardeado a apenas 5 kilómetros de la casa de Galyna.

LA FRONTERA

En el recorrido hacia la frontera, pararon en casa de una familia, que les dio sopa caliente, y luego pudieron meterse en una furgoneta que les llevó hasta la frontera. A esa furgoneta ya no se subió Vitaly. “Me dijo que se iba a quedar a defender a su país”. En la frontera, a Galyna le dieron el contacto de Fernando, un guipuzcoano casado con una polaca que vive en Gliwice. “Un voluntario nos llevó a Katowice, que eran tres horas en coche, y ahí nos recogió Fernando. Estuvimos Oleg y yo en su casa la semana pasada, de lunes a sábado. Me llevó a Cracovia pra hacer en el consulado general el pasaporte a mi hijo y poder viajar con él. Les agradezco mucho a él y su mujer todo lo que hicieron por nosotros. Sin ellos, hubiera sido imposible. Dentro de todo, me siento afortunada. Tenemos conocidos que no saben qué van a hacer, llegan a la frontera y ahí esperan qué les puede deparar el destino”.

“No podía imaginar que iba a ser una refugiada”, continúa hablando Galyna, que llegó este pasado domingo por la mañana al aeropuerto de Bilbao, donde fue a recogerla Aitor. “Yo trabajaba en una compañía de gestación subrogada en Ucrania. Mi marido era mecánico. Y de repente no tenemos nada, hemos perdido todo. Hasta el último momento no podíamos creer que esto iba a pasar, que Rusia iba a atacar, es que no siquiera entendemos qué quiere Putin. He tenido suerte e conocer a Koro y su familia y poder venir aquí”.

Galyna está angustiada por la situación de su familia: “A mi marido lo están preparando para que vaya a la guerra y lo llevarán a un entrenamiento militar. Con él logro mantener por ahora el contacto. Pero no sé nada desde hace días de mis padres. Hasta que no acabe la guerra igual no puedo hablar con ellos. Mi padre ha construido un sótano y cuando no hace frío están ahí, cuando hace frío están en casa. Mi madre está siempre llorando. La última vez que hablamos se despidió de nosotros por si no volvemos a vernos. Mi hermana Vika también está allí. No ha podido salir, pero quiere hacerlo. Tienen miedo porque no saben qué puede pasar”.

EL FUTURO

El futuro es una incógnita total: “Sé que al menos en un año no voy a poder volver, aunque la guerra acabe este mismo mes. Hasta que no esté convencida de que eso es seguro no vamos a volver. No sé si volveré a ver a mi familia, pero no pierdo la esperanza de que todo acabará bien y podré volver a verlos. Lo único que queda es rezar. Ya no tengo ni lágrimas. Teníamos todo y ahora mismo solo tengo a mi hijo y a mi familia de aquí”, dice señalando a Koro.

Mientras tanto, una vez aterrizados en Donostia, buscan entre todos la manera de salir adelante. “Aquí, en mi casa o en la de mi madre, se pueden quedar hasta cuando quieran. Galyna y Oleg son nuestra familia. Parece que esto va para largo y estamos pensando en meter al niño en alguna guardería y tenemos que empezar a buscar trabajo para Galyna”, comenta Koro. La joven ucraniana, licenciada en Filología ucraniana y que habla un castellano perfecto –además de entender euskera– vuelve a insistir en la “suerte” que ha tenido de poder venir a Donostia y en su “preocupación” por lo que puede pasar en Ucrania. “Son ya más de dos semanas de guerra. Que todo acabe bien y rápido, por favor”, suplica antes de ir a dar una vuelta con Oleg, que necesita desfogarse y salir a correr. “Por ahora no entiende qué está pasando”, dice Galyna. En el fondo, nadie lo entiende.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)