«Gracias, con gente como vosotros no habría guerra»

Llegada. El convoy de DYA Gipuzkoa en el que ha viajado DV arribó ayer a Donostia con los 17 refugiados que buscan comenzar una nueva vida

Diario Vasco, AITOR ANSA y OSKAR ORTIZ DE GUINEA, 14-03-2022

Misión cumplida. Pasadas las 12 del mediodía de ayer, el convoy de DYA Gipuzkoa en el que ha viajado DV llegaba a Donostia con los 17 ucranianos evacuados de la guerra a bordo. Cansados del largo viaje —unos 3.000 kilómetros aproximadamente— pero con la esperanza de poder comenzar una nueva vida lejos de las bombas y el horror vividos durante los últimos días, el grupo de refugiados, todas mujeres a excepción de algún niño y un joven de 23 años, Ivan, uno de aquellos niños de Chernóbil que creció durante varios veranos en el territorio, fueron recibidos por familias de acogida y voluntarios de la organización, que les hicieron entrega de un pequeño obsequio en forma de fotografía en un coqueto cuadro y un peluche para los niños.

Oksana Slavych
«Ha sido duro, había gente que llevaba días sin dormir»
Oksana Slavych salió como un resorte de una de las furgonetas. Estaba deseando pisar suelo guipuzcoano. Su primera reacción fue abalanzarse hacia Maider Makazaga, gerente de DYA Gipuzkoa, para fundirse en un largo y sentido abrazo. «Gracias, gracias, eskerrik asko, eskerrik asko», no paraba de repetir mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Justo detrás de ella comenzaban a descender del furgón Alina e Ivanka junto a sus hijos, Zlatka y Vlad, de 4 y 14 años.

Alina sostiene en brazos a su hija Zlatka, de 4 años.
Alina sostiene en brazos a su hija Zlatka, de 4 años.

Los cuatro se van a instalar en Orio, donde desde hace nueve años se asentaron esta ucraniana, que estos días ha hecho de intérprete, y su marido. «Muchísimas gracias a todos, sois unas personas maravillosas. Si hubiera más gente como vosotros, no habría guerras en este mundo y no estaríamos en la situación en la que estamos ahora. Ha sido un viaje duro, había gente que llevaba días sin dormir y estaban cansados, pero por fin estamos aquí», celebraba con emoción.

Ricardo y Marian, familia de acogida
«No hacía falta hablar, con un abrazo nos hemos dicho todo»
Ricardo y Marian no podían contener las lágrimas al ver bajar a Sasha de uno de los furgones. «Decir no nos hemos dicho nada, con un abrazo ha sido suficiente», decía ella mientras se secaba todavía alguna lágrima. En su domicilio de Altza albergarán a la joven ucraniana de 19 años junto a su hermana Sofia, de 9, y la madre de estas, Elena, de 44 años. Junto a ellas una amiga de Sasha, Ania, de 20 años, ha pasado esta noche en la capital guipuzcoana antes de partir hoy hacia Valencia, donde se encuentra su hermana. «La traíamos de pequeñita y el primero de los años cumplió aquí los seis. Parece que no, pero es ya casi como su hija», aseguraba Ricardo.

La pareja de arrasatearras apenas quiere volver a recordar cómo han vivido estos últimos días, desde que Rusia comenzó el asedio en Ucrania. «Yo he estado muy angustiada y todos los días le pedía que se viniera», admitía Marian, a lo que su marido añadía que «había días que pasaba todo el día y hasta última hora no tenían cobertura y no podíamos hablar con ellas, no sabíamos si estaban bien o si les había pasado algo». Es que «se les rompe todo, los estudios, los trabajos… De un día para otro se les ha ido la vida al garete. Estaba ya para terminar la Universidad… Es horrible», volvía a interrumpirle su mujer.

Ahora quieren brindar una nueva vida a la familia ucraniana «hasta cuando tenga que ser». Lo importante, aseguran, es que «ya las tenemos aquí y ahora solamente vamos a pensar en cuidarlas». Ayuda, al parecer, no les va a faltar. «Ha habido mucha gente conocida y de alrededor que nos han brindado ayuda para lo que necesitemos, y contamos con ellos», afirmaba Marian. «Ahora que estén lo más tranquilas posible. Por lo menos que vivan normal», apostillaba Ricardo.

Sasha y Ania
«Queremos vivir nuestra vida de siempre»
Ania no podía contener las lágrimas al recordar el horror que han dejado atrás en Ucrania.
Ania no podía contener las lágrimas al recordar el horror que han dejado atrás en Ucrania.

«El viaje ha sido muy duro y estamos muy cansados, pero estamos muy contentas. Agradecemos muchísimo que hayan hecho todo esto por nosotras», se ponía a explicar Sasha en un perfecto castellano al mismo tiempo que se le empezaba a quebrar la voz cuando recordaba lo que han dejado atrás en Ucrania. «Allí tenemos todo», añadía tras un prolongado receso para secarse las lágrimas, «la familia, los amigos… Volveremos pero ¿cuándo? No sé». «Ahora no se puede volver porque hay mucha guerra. Y eso da miedo. Te duermes con los disparos, las bombas… da mucho miedo», añadía su amiga Ania.

Residirá en Altza junto a su madre Elena y su hermana pequeña Sofia, de 9 años, pero en Ucrania han dejado a su hermano y a su padre. «Putin nos ha estropeado toda la vida», denunciaba la joven, a lo que Ania añadía que «queremos estar en nuestra casa, vivir nuestra vida como siempre la hemos vivido, estudiar…. No tengo nada, estoy sola y eso da mucha pena».

Vika
«Los rusos están matando todo lo que se mueve»

Vika tiene intención de quedarse «un tiempo por aquí, pero como soy traductora vamos a ver si mi empresa hace algo por algún otro lado para también poder trabajar» porque «ahora no puedo hacer ninguna otra cosa». El punto de partida ha sido ‘su’ familia de acogida de Amara, Imanol Elizetxea, Belén Gavilanes y sus hijos Beltrán y Oria, de 7 y 6 años. En Ucrania, por desgracia, deja a su madre, padre y hermano, militar destinado en algún punto de la frontera. «Hace siete días que no podemos saber qué tal está nuestra familia. No tienen luz, agua, conexión… completamente nada», asegura.

Conmueve la entereza con la que cuenta esta ucraniana de 22 años cómo se está viviendo la guerra en su país. «Los rusos están matando todo lo que se mueve. Si vas en el coche, te matan. Si vas andando, puede ser que te dejen vivo, pero también es difícil. En los pueblos de alrededor —ella procede de Ivankiv, a casi 40 kilómetros de Chernóbil—, donde hay bosques, está todo minado y con tanques para que la gente no se escape», relata.

Javier Barace, voluntario de la DYA
«Si tenemos posibilidad de volver, volveremos»
Javier Barace, uno de los voluntarios del convoy humanitario, se congratulaba por lo que ha sido una expedición «muy productiva, muy dura y a la vez muy interesante y satisfactoria, sobre todo porque hemos visto las dos caras de la moneda. Por un lado, lo que sufre la gente y, por otro, la solidaridad que despierta esa desgracia». Acoge a Ivan, un joven de 23 años al que la salud le impide coger un fusil, y al que junto a su mujer albergó cinco veranos y dos navidades.

Abrazo efusivo de los voluntarios de DYA a su llegada.
Abrazo efusivo de los voluntarios de DYA a su llegada.

Después de recorrer casi 3.000 kilómetros en unos vehículos que «no son precisamente los más cómodos del mercado», asegura que la asistencia a los ucranianos no acaba con este viaje. «Si vemos que tenemos posibilidad de volver, volveremos», aunque «todavía es prematuro para afirmarlo. Sí vamos a seguir ayudando todo lo que podamos para responder a las necesidades que puedan tener los ucranianos que están aquí y allí».

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