Tijuana
Al otro lado del muro
El Mundo, 17-07-2006Un reportero de EL MUNDO viaja hasta la fronteriza Tijuana en la primera etapa de un itinerario por el corazón de la esencia latina de EEUU. Miami, Los Angeles o Nueva York serán algunas de las escalas de la aventura esta semana Tijuana suena a enjambre, vorágine, oleaje. Tijuana es la trampa, el sumidero, la ciudad/esponja que te succiona el alma y ya no te deja. Tijuana o el viaje mental, la orgía alucinógena, el delirio, el deschongue, el desparrame por cerros descerrajados que rompen sin previo aviso contra ese muro herrumbroso que acuchilla las lomas, muerde la playa y muere en el mar.
La tierra prometida es un páramo, los tijuanenses bien lo saben de tanto asomarse. Quien más quien menos ha podido otear el norte y ha decidido quedarse aquí. La casa del inmigrante hierve con gente venida de más allá de México, pero la urgencia de saltar al otro lado se ha trasladado al desierto. Aquí se lleva, eso sí, la cuenta luctuosa de caídos en el intento (3.600), con esa procesión de cruces, ataúdes, altares, crespones, conjuros, jeroglíficos (grafitis) y pintadas sangrantes: La Frontera: una llaga abierta.
Pero, antes de estrellarse contra el muro, hay que rendirle pleitesía a La Mona, y allá vamos. La Mona es a Tijuana lo que la estatua de la Libertad a Manhattan, con el dedo meñique apuntando al cielo a falta de antorcha. La Mona está desnuda, lechosa e inacabada, con sus pechos al aire, la cintura prieta y las caderas anchas, hundida en el cañón de La Mona (de ahí el nombre), entre un farallón de escombros y chabolas.
La Mona se llama, en realidad, Tijuana: tercer milenio y es obra de Armando Muñoz, que decidió celebrar el centenario del rancho de la Tía Juana con esta estatua de 17 metros. Desde el habitáculo interior de la figura, el artista sigue, con paciencia de santo, su obra infinita. /
Preguntamos por el padre de la insinuante criatura de piedra, pero no está. Las chicas de la limpieza nos dejan entrar y tomarle las medidas a la escultura habitable. Los vecinos nos advierten: «Y si estuviera Armando, le daría igual: no suele atender a las visitas; está harto de que vengan aquí los curiosos».
Todos los años, 60 millones de viandantes atraviesan el puesto fronterizo de Tijuana, el más transitado del planeta. Y ahora vamos a pedirle al visitante que haga un esfuerzo de imaginación, que se olvide de La Mona, que se despoje de ese espejismo que es Tijuana e intente mirar el muro desde el otro lado.
Quisimos salir al encuentro de Marcos Ramírez ERRE, combativo artista tijuanense, en su propio estudio al pie la frontera, pero fue él quien nos sugirió «darle la vuelta al muro», dejar de alimentar el mito de Tijuana «como si fuera Tombuctú» y encontrarnos aquí, ante la valla publicitaria que él mismo ha titulado: El Proyecto del Prejuicio.
ERRE, 45 años, vive y se nutre del frontal entre las dos culturas. Hasta los 14, atravesaba a diario la frontera en bicicleta sin que nadie le dijera nada, pero me salió «el bigotillo y tuve que fichar». Sus hijos estudian ahora en el lado americano y podrían llevar una vida plácida en San Diego, «el barrio más bonito de Tijuana». Pero la conciencia, el corazón y el instinto le dicen que hay que vivir on the run, a la carrera, «de volada» entre estos dos mundos separados por el óxido y la incomprensión.
El anuncio gigante que ha urdido ERRE para la exposición Extraño Nuevo Mundo (excusa primera y última de este viaje) consiste en una panorámica del muro desde el lado estadounidense, con el cuello rojo de un cazador de inmigrantes en primer plano y un ambiguo lema sobre su cabeza firmado por el norteamericano Mike Davis: «No seas un hombre por un solo minuto. Sé un hombre toda tu vida». Los vigilantes se lo han tomado como una ofensa y han replicado con otra proclama: «¡Paremos la invasión!».
«Yo no sé a qué invasión se refieren, si será la invasión de Irak», se defiende ERRE. «Me queda la duda… En el fondo, cada cual es muy libre de interpretar el mensaje según sus prejuicios. A mí me gustaría que sirviera como punto de diálogo y reflexión, aunque yo tengo muy claro lo que representa el muro: un borrón imperdonable, un pronunciamiento contra la Historia. ¿Que lo levantan más álgido? La gente lo cruzará por abajo».
ERRE ha trabajado en la construcción acá, como abogado allá, como artista en todo el mundo. Aunque, si tuviera que elegir, se quedaría seguramente con la nebulosa de Tijuana: «La mitad de las cosas que te digan de mi ciudad no debes creértelas, aunque una cosa es cierta: allá te sientes mucho más despierto, más vivo». Mientras le dejen, Ramírez seguirá cruzando todos los días la frontera fiel bajo el lema de Goytisolo: Dos culturas, mejor que una.
Los visitantes de ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo deberán permanecer en alerta y atentos a lo que ocurre a su alrededor en todo momento (advertencia del Departamento de Estado). A Tijuana se llega con la maleta cargada de prejuicios. Se deja atrás el bunker americano y parece que todo sean peligros y acechanzas. Los periódicos se tiñen de rojo y hablan de la última balasera de los narcos del cartel de Tijuana, o de los cadáveres aparecidos en el reguero del río, de las mil gangas o bandas callejeras, del penúltimo escándalo de corrupción municipal.
VIAJE AL OTRO MUNDO.
El sol pega más fuerte a este otro lado, las sombras se hacen traicioneras. Los tres mil taxis libres prometen llevarte de volada al fin del mundo; el vendedor de raspados, nieves y diablitos se conforma con matarte la sed. El tráfico incesante, el trasiego humano y los puestos callejeros lo llenan todo de un desconcertante ruido. Los colores son más intensos; los olores penetran hasta las sienes.
Tijuana o el «sobaco» de América Latina (Gael García Bernal). «Tijuana, sexo, tequila y marihuana», que cantó Manu Chao. Siete de cada 10 californianos del norte no se atreven a cruzar la fontera por miedo, aunque los viernes por la noche traen cola: evasión en masa de gringos que huyen del tedio de San Diego y vienen a perderse dos horas no más, lo justo para coahuilazo.
Coahuila o la zona, para entendernos. Donde todo vale, hasta cierto punto. Más de 13.000 trabajadoras del sexo censadas por las autoridades sanitarias, y las que no lo están. Unos 900 niños y niñas. Quinientos dólares por desvirgar a una cherry girl. Y la advertencia severa a los visitantes sin escrúpulos: «Trafica con menores aquí, acaba en la cárcel allá».
Bajo el arco futurista de la Revo, la avenida Revolución, los mariachis hacen también la calle a su manera. Se venden al mejor postor. Llegan dos tipos en un carro lujoso con los cristales ahumados. Les preguntan que a cuánto la función. Peso arriba, peso abajo: trato hecho. Los mariachis se suben al coche, rumbo a una fiesta en los altos de Agua Caliente: Piérdete conmigo/ aunque sea una noche de mi vida/ piérdete conmigo/ que con cariño yo sabré corresponderte.
La mitad de los vecinos de Tijuana nacieron fuera. El 30% de la población tiene menos de 15 años; entre 5.000 y 10.000 niños viven en la calle. Tijuana es joven, como Jaime Ruiz Otis, que tiene un aire a lo Quentin Tarantino y nació hace 29 años en Tecate. Trabajó, como es de rigor, en una maquiladora, ensamblando chasis de camiones. Pudo ser conductor de rallys; tal es el brío con el que maneja por el bulevar Salinas. Pero se quedó en artista emblemático del neorrealismo en la era de la globalización, que no es poco, y ahora mismo nos lleva a la planta recicladora de Arjamex, a la busca de fósiles urbanos.
Otis tiene algo de arqueólogo industrial, revolviendo entre tornillos, bisagras y tuercas, descubriendo tesoros como ese filamento de cobre tan fino que podría usarse como peluca, trepando a lo alto de una montaña de latas prensadas de Coca – Cola.
A Jaime no le gusta tijuanizar en exceso. El amor loco por su ciudad adoptiva ha dejado paso al empacho temporal, a la asfixia transitoria: «Quiero salirme un rato, ver otros horizontes. Tal vez para volver y apreciar más lo que tenemos aquí. O tal vez no: Tijuana está lleno de tipos bien chingones, con ganas de hacer cosas, pero el ambiente se me hace oprimente».
Otis, que ya estuvo en ARCO, es uno de los artistas más pujantes de ese Extraño Nuevo Mundo que se exhibe en San Diego. Allí están sus Registros de Labor, que pronto veremos en La Caja Negra madrileña: planchas de poliuretano donde los trabajadores de la maquilas, sin saberlo, fueron dejando su impronta a lo largo del tiempo.
Tijuana crece a razón de dos hectáreas por día; el 37% de las casas son infraviviendas sin agua corriente; sólo el 30% de los edificios son construidos por albañiles profesionales. Calcular la población de Tijuana es lo más parecido a elucubrar con el sexo de los ángeles. René Peralta, 37 años, arquitecto en una ciudad sin arquitectura, se atreve, sin embargo, a especular: «Posiblemente, estemos ya más cerca de los tres millones que de los dos». Tijuanense de cuarta generación, artífice del estudio Genérica y devoto de Rem Koolhaas, Peralta anda dándole vueltas y más vueltas a esa ciudad de los delirios que crece como un cáncer.
Con él recorremos mentalmente la Tijuana que quiso y no pudo ser: los pastiches superpuestos del centro, las reliquias pseudomodernistas que aún quedan, la grandeza desfasada y tardía del Paseo de los Héroes, la bola gigante del centro cultural. Y también las colonias de cartolandias (chabolas) que aún ocupan una tercera parte del territorio urbano, las hileras de seriados (miniadosados para la clase media/baja) que trepan por los desmontes con una voracidad cuartelera, las villas de estilo cutre lux que invaden los barrios ricos.
‘CASA NON GRATA’.
Peralta nos presenta a sus colegas Daniel Carrilo y Omar Bernal, de Oficina 3, que acaban de pasar a la historia local por su casa non grata, así bautizada por el boicot que provocó entre los vecinos. Más de tres años tardaron en digerir la idea de una vivienda rompedora, construida con materiales reciclados, que ha colocado por fin a Tijuana en el mapa de la revistas de arquitectura.
Tijuana o la ciudad transa, donde la realidad se recicla o se negocia hasta lo inimaginable, donde todo está por hacer o por deshacer, donde la anarquía ha sido hasta hace poco la ley, y no hay forma de abarcarla o entenderla en su conjunto, sino en jirones o teselas, como un puzzle en el que las piezas se resisten a encajar.
René Peralta es también un teórico de la tijuanología. Con el escritor Heriberto Yepez y la antropóloga Fiamma Montezemolo, acaba de firmar Aquí es Tijuana, el libro que aspiraba a ser compendio y se quedó en preámbulo, como todo en esta ciudad desconcertante. Porque a Tijuana, lo que se dice Tijuana, no hemos llegado todavía a entrar.
Peralta, que pudo quedarse en Londres o emigrar a Los Angeles, promete estar en la ciudad cuando volvamos, aunque no puede asegurar que todas sus casas estén en el mismo sitio para entonces, tal es su veleidad mutante. Entre tanto, le pedimos prestadas algunas de las pinceladas fugaces y de los guarismos fluctuantes que nos llevamos como recuerdo de este emocionante viaje.
Tijuana es la ciudad con las estadísticas más infladas del planeta. Y bueno, sí, Tijuana ha tijuanizado México y parte del mundo, aunque al otro lado del muro se van enterando ahora. De Tijuana como meca cultural, más allá del tópico de la Sodoma mexicana, empezó a hablarse allá por los años 80. Eso sí, siempre flotó en el aire un humillo proclive a la experimentación y al mestizaje.
Los happenings del Taller de Arte Fronterizo dan paso a la generación Nortec, y Tijuana se vuelve vanguardista y electrónica. La ciudad deja de estrellarse día y noche contra el muro de la vergüenza, se mira por primera vez el ombligo sucio, celebra como nunca antes sus conquistas y sus miserias. Fussible le pone música al Tijuana makes me happy y el problema ahora es cómo superar el cliché, cómo sobrevivir al tópico de que esta ciudad vibrante, visceral y fea es el melting pot, el caldero hirviente o la olla podrida de América Latina.
Aunque posiblemente lo es, por su condición de potente rompeolas del Tecer Mundo en ese Primer Mundo que siempre levanta fortalezas inexpugnables y se repliega. Tijuana, como apunta Carlos Monsiváis, es «la frontera y la imposibilidad de la frontera, un júbilo simultáneo del vicio y de la virtud, y es la ansiedad de marcharse y el deseo de quedarse y volver a nacer».
Mañana
Kidron, padre de himno latino
Arte fronterizo contra los prejuicios del ‘Extraño Nuevo Mundo’
Tijuana es la ciudad/mujer que siempre estuvo dispuesta a abrirse de piernas; San Diego ha sido la ciudad/macho (a la americana) que sigue vendiendo carísimo su abrazo. Así define un artista local la imposible relación entre estas dos ciudades hermanastras, condenadas a entenderse bajo el incestuoso cielo, pero con nada o casi nada en común, como si los 20 kilómetros que las separan fueran, en realidad, un abismo insalvable entre dos universos paralelos.
«Por la mezcla, el ritmo y la energía, Tijuana tiene mucho más en común con Los Angeles», admite Rachel Teagle, comisaria de la exposición ‘Extraño Nuevo Mundo’, que ha traído lo más granado del arte tijuanense hasta el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego (MCSAD). «La relación entre las dos ciudades ha estado siempre llena de tensiones e incomprensiones. Ya va siendo hora de que se entable un diálogo real, de verdad».
El momento elegido para la exposición, con la frontera al rojo vivo, tiene, sin duda, un alcance político: «Queremos que la relación entre las dos culturas sea más fluida, y el arte es una manera de tender puentes. Aspiramos a derribar también el muro de los prejuicios: los californianos de este lado tienen una vision muy sesgada de lo que ocurre allá. Unos no van porque piensan que Tijuana es una de la ciudades más peligrosas; otros van a lo que van, ya se sabe Poca gente en San Diego admite que Tijuana es una de las ciudades del momento, tal vez uno de los laboratorios experimentales más interesantes».
Tres años se pasó Teagle corroborando el dicho de Rafael Saavedra (‘Tijuana makes me happy’), explorando ese laberinto de contrastes y perdiciones al otro lado del muro metálico «Y lo que sentí fue un deseo de trascender la frontera, de reclamar Tijuana como un espacio propio, sin esa obsesión por mirar hacia el norte».
El muro sigue estando, sin embargo, bien presente en muchos de los 41 artistas representados en ‘Extraño Nuevo Mundo’: desde la pionera Marta Palau hasta el combativo ‘Proyecto del prejucio’, de Marcos Ramírez ERRE, que se ve desde la carretera, pasando por el ‘altar’ de las noticias en vivo de Felipe Almada (‘Intimidación contra los inmigrantes: el imperio
contraataca’).
En el muestrario, hay también sitio para la arquitectura (René Peralta, Daniel Carrillo, Omar Bernal), el diseño (Marcela Guadiana, Angeles Moreno, Torolab, Bulbo), la fotografía y el vídeo experimental.
Muchos de los artistas, como Aline Cervantes, presumen de vivir «a ambos lados de la frontera», como si quisieran, ansiosamente, sacar tajada de lo mejor (y lo peor) de ambos mundos.
Porque la tentación y la sorpresa habitan en el lado mexicano de la barrera; tras el muro, en la que presume de ser la ciudad más bella de América, todo es pura perspiración, tediosa previsibilidad.
Pie de foto titulada
LA EXCLUSION, EL GRAN ALIMENTO DE LA ‘TIA JUANA’
El espíritu fronterizo, tejido con los hilos del contraste Norte – Sur, alimenta la inquietud artística de gente como Jaime Ruiz Otis (arriba, sobre una montaña de latas prensadas de Coca – Cola), uno de los creadores más pujantes de la escena de Tijuana. Sobre estas líneas, Marcos Ramírez ERRE enseña el cartel que ha urdido para anunciar, a pie de autopista, la exposición ‘Extraño Nuevo Mundo’.
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