UN PERIODISTA DE DV VIAJA EN UN CONVOY DE LA DYA A UCRANIA

«Llevo a un niño de 16 días, ¿tenéis un médico?»

Un ucraniano de Ibiza ha hecho ya dos viajes para evacuar refugiados

Diario Vasco, OSKAR ORTIZ DE GUINEA, 09-03-2022

A 70 kilómetros de Mulhouse, cerca de la frontera de Francia y Alemania, la solidaridad irrumpe de pronto en un área de servicio bien caída la noche, aunque aún son las 20.30 de la tarde. Toca repostar y comer algo de chocolate y un café para apurar hasta la cena. Todavía nos separan 1.500 kilómetros hasta Medyka (Polonia) y Rachid, un francés de origen argelino, observa dos chalecos amarillos de DYA mientras se asea en el lavabo y se pone a aplaudir: «¿Humanitarios? ¡Bravo! Bon voyage!».

Fuera, un hombre nos oye hablar en castellano y se presenta. Es Roman Mysyuga, un ucraniano que lleva 22 años viviendo en Ibiza. El tiempo que hace que se fue de vacaciones a la isla y se quedó. «Mi padre tenía una empresa de camiones y no quería esa vida para mí», explica. Sin embargo, ha encadenado ya dos viajes consecutivos hasta Medyka y vuelta a Barcelona o Valencia, donde monta a sus pasajeros en el ferry para Baleares y él vuelve a la carretera. Transporta material a Ucrania «ahora necesitan medicamentos, como insulina», apunta y regresa al Mediterráneo cargado de refugiados. Le acompaña un joven y entre ambos conducen un coche y una furgoneta, y cuando se cansan se cambian el vehículo, sonríen. Entre ambos trasladan a un matrimonio mayor, él con evidentes problemas de espalda, una pareja, una mujer y cuatro niños, uno de solo 16 días.

«Tengo un negocio de alquiler de furgonetas, pero me faltan chóferes para traer a más personas. Es lo poco que puedo hacer yo», dice. No sabe los días que hace que dejó Ibiza, «de verdad que no lo sé. Te pones a ayudar y pierdes la noción del tiempo. Solo piensas en lo que tienes que hacer y en cómo sacar a esta gente de allí. Os pasará igual, aquello impresiona», advierte.
«Aquello» es Medyka, la pequeña localidad polaca adonde cada día llegan miles de ucranianos y se dirige el convoy de DYA Gipuzkoa. «Ves a tantas mujeres con bolsas y niños, tantos niños solos y muertos de frío, que te quedas roto. La gente tarda 12-15 horas en cruzar la frontera a pie, llegan exhaustos». No quiere pensar qué sería de todas estas personas sin la solidaridad del pueblo polaco. «Es increíble, desde Cracovia y Varsovia hasta la frontera, muchísimos polacos se encargan de distribuir a ucranianos en casas». Otros hacen cientos de caldos para entonar organismos ateridos.

Roman ya ha acudido dos veces hasta Medyka, y lo seguirá haciendo. «El dinero no es problema, porque tengo incluso amigos rusos en Ibiza que me dan dinero para que ayude a la gente que escapa de la guerra. Y físicamente estoy acostumbrado a conducir muchas horas».

No le vence el sueño al volante. En cambio, en un capazo de bebé, duerme el pequeño de 16 días. Su rostro muestra la despreocupación de quien no sabe por qué huyen sus padres. «Tiene algo de catarro pero no es covid», señala Roman. «¿Lleváis un médico?», nos pregunta. No es el caso, pero al minuto Eukeni Portu le da la solución. «Aquellos del furgón rojo son bomberos portugueses. Me han dicho que en diez minutos llegará otro coche con un médico». Intercambiamos con los recién llegados unas palabras en ‘portuñol’, pero en silencio también habríamos deducido que unos y otros llevamos el mismo destino.

El ibicenco de Ucrania afirma que «con los vascos siempre se puede contar» y llama a un amigo para que nos dé información de la frontera, que «sigue colapsada», y nos da un teléfono para que «todos podáis dormir gratis a la vuelta en Dresde».

En la despedida, Roman nos dice que como ucraniano, como europeo y como ser humano, no entiende que «en el siglo XXI pueda haber una guerra en Europa. Las veías en África, y te dolían pero las veías como algo que nunca iba a llegar aquí. No hay quién lo entienda».

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