REFUGIADOS A SALVO EN OIARTZUN

«Me dio mucha pena despedirme de mamá. Ella quería que nos trajeran a Oiartzun»

La oiartzuarra Mari Jose Mitxelena fue hasta Moldavia a recoger al pequeño Yaroslav y a su hermana, de 10 y 12 años; al viaje se sumaron una mujer ucraniana y sus dos hijos. Todos están a salvo en su casa de Oiartzun.

Diario Vasco, PATRICIA RODRÍGUEZ, 09-03-2022

El pequeño Yaroslav aún no consigue despertarse de la pesadilla ni sacarse de la cabeza el ruido ensordecedor de los disparos que le obligaron a huir de su ciudad, Yvankiv, al norte de Ucrania, a 40 kilómetros de Chernobyl, dejando atrás a su familia. Sus padres de acogida de la asociación Chernobilen Lagunak, los oiartzuarras Mari Jose Mitxelena y Jon Doxagarat, se dehacen en abrazos y carantoñas que, a ratos, apaciguan el dolor e intentan distraer de la mente las imágenes que los ojos de un niño jamás debería haber visto.

Aún con el rostro cansado, atienden a DV en su casa en Oiartzun después de viajar por carretera durante más de 30 horas y 3.675 kilómetros. Llegaron el domingo desde Siret, ciudad rumana que hace frontera con Ucrania, donde recogieron al pequeño de 10 años y a su hermana, Anastasia, de 12 para traerlos a Gipuzkoa. También aprovecharon el viaje para poner a salvo a la ucraniana Julia y sus dos hijos, Valeria y Nicola, de 15 y 8 años, que también se van a alojar en su casa por tiempo indefinido. «Aún lo están asimilando, aunque están mejor y contentos de estar aquí, en un lugar seguro», cuenta Mari Jose, feliz de tener de nuevo a su hijo de acogida en casa. «Pasó las navidades con nosotros por primera vez a través del programa de acogida y desde entonces hemos estado en contacto diario». Hasta que el hilo de mensajes que comenzó a recibir en su movil el pasado 24 de febrero se tornó aterrador:

- Yaroslav: ‘Ha empezado la guerra. No sabemos qué va a pasar. Nos vamos en coche hacia la frontera’.

- ‘Tenemos miedo. Las carreteras están bloqueadas y no podemos movernos. Mi mamá quiere que nos llevéis’.

- Mari Jose: Nosotros también cariño, pero parece que va a ser difícil. No perdáis la esperanza. No os pasará nada’.

- Yaroslav: ‘No podemos llegar a Polonia, las cuentas están bloqueadas y estamos sin dinero y nos hemos quedado sin gasolina, hemos recorrido 400 kilómetros’.

- ‘¿Puedes llevar a mi familia con vosotros?’

- Mari Jose: ’Lo voy a intentar pero tenéis que llegar a Polonia.

No pudieron llegar a la gasolinera. «Un tanque ruso les empezó a disparar», añade.

Entonces la comunicación se corta y Mari Jose no vuelve a tener noticias de Yaroslav. En este angustioso ‘impasse’, esta mujer empezó a remover Roma con Santiago para ir en busca de esta familia. «Estaba dispuesta a todo. La cuestión era cómo ir y a dónde. Las noticias decían que la frontera con Polonia estaba saturada. Estuve mirando hasta vuelos, iba a lo loco», rememora. El lunes volvió a tener noticias de su hijo de acogida: ‘Dentro de poco nos vemos. Tenemos muchas ganas de abrazaros. ¿Alguien se reunirá con nosotros en la frontera? Hace mucho frío para vivir en el coche’. Entonces ya no puedo más y decido a las bravas ir para allá. Llamé a un amigo para conseguir una furgoneta. Como pasaron la frontera por Moldavia, tras recorrer 900 kilómetros, quedé en que los padres de mi amiga Andrea, que viven cerca, recogerían a Yaroslav y su familia y se refugiarían en su casa hasta que llegásemos nosotros. El jueves fuimos a recogerles y estaban dormidos. Se despertaron y nos abrazamos llorando. Al día siguiente todo eran sonrisas», relata Mari Jose, que dedica una mirada cómplice a su hijo de acogida, un niño de sonrisa simpática y cara redondeada.

«Quería ir con Mari Jose para su protección y estoy muy contento aquí pero me dio mucha pena despedirme de mi madre», expresa de forma tímida Yaroslav, palabras que traduce la intérprete. Aún no se han sentado a hablar de lo que ha sucedido, «están muy afectados», comenta Mari Jose, sobre todo la hermana, que apenas pronuncia unas palabras con mirada cabizbaja.

Estos niños, criados tras la mayor catástrofe nuclear de la historia, intentan conciliar el sueño por las noches después de que la invasión rusa les obligara a dejarlo todo atrás. No tuvieron tiempo para despedirse de sus seres queridos y ni siquiera saben si su casa seguirá en pie. Mari Jose se encarga estos días de comprarles algo de ropa y productos de aseo «porque no pudieron traer casi nada, aún andamos situándonos». En casa de esta pareja de oiartzuarras, padres de Kattalin y Joanes, de 18 y 8 años, se han organizado a marchas forzadas para preparar camas y cuartos. «Yaroslav duerme con su hermana en una habitación y en el cuarto de mi hijo hemos metido otro colchón y ahí duerme Julia con sus dos hijos. Yo no voy a dejar a nadie, lo tengo claro, de aquí no se van», afirma contundente esta mujer, abogada de profesión, que gracias al teletrabajo va a poder compaginar su día a día con la atención a quienes considera parte de su familia, además de contar con la ayuda de Julia.

Esta ucraniana de ojos claros cuenta entristecida cómo de la noche a la mañana han pasado a ser testigos de un conflicto bélico que no logra comprender y que ya deja a su paso más de 2.000 muertos y un millón de refugiados. «Hasta el día 23 de febrero vivíamos una vida normal y nunca pensamos que arrasarían el país. Nos quieren eliminar, sacarnos de la tierra», opina esta mujer de Kiev. El pasado 24 de febrero, se despertó con las primeras sirenas antiaéreas y comenzaron a bombardear la zona. Están disparando a civiles», dice conmocionada al tiempo que agradece la ayuda prestada por este matrimonio de Oiartzun. «Nos ha tocado la lotería».

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