MALTRATO POLICIAL

«Humillaciones, vejaciones y padecimientos» de comisaría

El Mundo, 17-07-2006

De cómo la Audiencia de Madrid y el Supremo condenan a prisión a cuatro policías por golpear y aporrear a cuatro chicos esposados El último informe de la Coordinadora para la Prevención de la Tortura refleja un aumento del 12% de denuncias de maltrato policial. El año pasado 122 policías fueron condenados, uno de cada seis de los denunciados. La Coordinadora dice que en 2005 España firmó varios protocolos antitortura, pero que sigue sin aplicar muchas medidas: «Se ha indultado y ascendido a agentes condenados, y rechazado en el Congreso la derogación de la incomunicación de los detenidos», aspecto reclamado a principios de este mes por Amnistía Internacional. EL MUNDO cuenta tres historias desde la piel amoratada de las víctimas. En un caso, cuatro policías han sido condenados por «agredir y humillar» a cuatro chicos esposados. Los otros están esperando sentencia.


MADRID. – Aquella madrugada de barullo callejero terminó en un estruendo de comisaría, la banda sonora que tienen las patadas, las tortas, los porrazos, los tirones de pelo y las rodillas hincadas al suelo cuando tus manos esposadas son carne a la espalda. «Degradación de las víctimas», «dignidad cercenada», «acción humillante», «vejaciones y padecimientos», dijeron los tribunales con sentencia: cuatro policías condenados a prisión y a inhabilitación por «atentado no grave contra la integridad moral» y a arresto domiciliario por diversas «faltas de lesiones».


Se hizo la luz en una sentencia del Tribunal Supremo que ratifica una anterior de la Audiencia Provincial de Madrid, la que había condenado a los policías J. S., J. F., M. A. y la agente M. J. G. por usar la Comisaría Centro para oscurecer derechos ajenos.


Todo empezó en la plaza de Tirso de Molina con un jaleo de gritos y carreras de ciudadanos que no se conocían entre sí y policías que se llamaban por su nombre. Los agentes detuvieron a cuatro jóvenes que no quieren ser identificados aquí y que quedan bautizados en papel como Pelayo, Manuel, Héctor y Juan.


Los hechos probados relatan que, en la comisaría, los policías agredieron a los cuatro chavales causándoles lesiones. Durante el maltrato los chicos permanecieron esposados.


A Pelayo le propinaron patadas en el pecho y en la tripa. Le arrastraron por el suelo y le dieron un tortazo.


Manuel recibió porrazos en varias partes del cuerpo «después de venir de la Casa de Socorro».


Cuando Héctor ya había sufrido los impactos de algunos porrazos y patadas, los policías le obligaron a ponerse de rodillas contra una pared de la habitación. Así lo tuvieron durante 20 minutos. Entonces le tiraron del pelo y le golpearon la espalda. Más tarde, una policía le golpeó en la cara «con las manos enguantadas».


Juan oyó retumbar en su cabeza un golpe y más abajo un porrazo.


Sobre los chicos se escribieron dos informes médicos: uno antes de que fueran a comisaría – en la casa de Socorro – y otro después de que pasaran la noche con los policías – el que elevó un médico forense – . «La discrepancia entre ambos informes permite atribuir a los acusados la autoría de los hechos», escribió la Audiencia Provincial cuando leyó aquella colección de «erosiones», «contusiones», «dolores» y «hematomas». Y para el Supremo, las lesiones «tuvieron que producirse en comisaría».


El tribunal madrileño aseguró que los policías «abusaron de su cargo» y «degradaron a sus víctimas con agresiones que cercenaban su dignidad como personas». El Supremo fue más allá. Habló de «humillaciones, vejaciones y padecimientos» interpretados por la Audiencia Provincial «de manera muy favorable al reo». Los policías realizaron «acciones humillantes, más denigrantes si cabe por el desprecio y prevalencia con que fueron llevadas a cabo». Sentencia «benevolente», dijo el Supremo.


Y eso porque las penas de cárcel no llegaron a dos años, lo que ha significado que ninguno de los policías haya probado la oscuridad de la celda gracias a la suspensión de prisión dictada hace 11 meses. La inhabilitación y las indemnizaciones seguirán sin tachones en su currículo.


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«Uno me pisó la cabeza y me gritaba ‘moro de mierda’»


MADRID. – Los curas de la parroquía de San Carlos, en las calles obreras de Entrevías, dicen que lo sagrado no son los templos sino las personas. Así que no despistaron su abrazo a Cristo cuando cedieron sus locales a unos chicos marroquíes para celebrar una fiesta el 11 de diciembre del año pasado. Pero la noche musulmana que había empezado entre amigos a las faldas de una cruz terminó entre golpes presuntos en los cuartos traseros de una comisaría.


Youssef volvía a la parroquía tras dejar a un amigo en el autobús. Cuando llegó a la puerta vio mucho movimiento de agentes y chavales en el local. «Había carreras y gritos». Youssef dijo a dos policías que no podían entrar. «Entonces uno me dio una hostia», taquea en español con su acento marroquí. Seguían llegando policías y creciendo los nervios. «Entre varios me tiraron al suelo y me pusieron las esposas muy apretadas. Yo intenté defenderme y ellos me insultaban. Me decían ‘moro de mierda’ y que la iglesia no era nuestra».


Llegó Enrique de Castro, cura histórico del movimiento obrero y padre de Youssef y tantos otros como él. «Eran 22 policías para 11 chicos… mucha tensión. Les dije que no podían entrar y me contestaron que allí se vendían bebidas. Era verdad, nos costaron 200 euros y sacamos 70».


A Youssef y a su hermano los metieron esposados en un coche. «Aceleraban y frenaban fuerte para que nos diéramos con el cristal y la puerta».


En la comisaría había más policías. «Me metieron en una sala. Me decían ‘hijo de puta’. Yo les insultaba y ellos se cabreaban más. Uno me dio una hostia y me di en la pared. Otro me tiró al suelo. Otro me pisó la cabeza y me decía ‘moro de mierda’».


Fuera de la sala, De Castro y otro sacerdote entre los pobres, Javier Baeza, pedían explicaciones. «Salían y entraban policías municipales y se quitaban la placa. Entonces oímos golpes y gritos y dijimos que no nos movíamos de allí. Llegaron los del Samur y nos dijeron que los chicos no tenían nada importante».


La policía dice que las lesiones de los chicos se produjeron al darse «contra la pared y los cristales».


La denuncia de los jóvenes fue archivada pero está recurrida. A su vez, los policías denunciaron a los chicos, pero con sorpresa procesal: «La fiscal ha retirado la acusación por ‘actuación desproporcionada de la policía’», dice De Castro en medio del milagro.


«Me decían que me iban a llevar a El Pardo»


MADRID. – El codo de E. M. B. es una huella del invierno al revés, de un 30 de enero calentado a golpes y carreras. «Tenía miedo, eché a correr y varios policías me persiguieron. Uno me dio con un objeto duro y pesado y me lanzó contra una señal de prohibido. En el suelo, cinco de ellos me dieron una paliza. Yo oía a la gente decirles que no me pegaran más. Fue sólo el principio».


Hace meses que E. M. B. no vive en Madrid, pero en el último enero aún cruzaba la plaza de Lavapiés para ir a casa. Esa noche vio un lío de público gritando y unos policías «pegando» a un árabe que acababa de ser detenido. «La gente increpaba a los policías, que incluso amagaron con cargar».


E. M. B. fue esposado y metido en el coche. «Allí estaba el chico del principio, esposado. Les pedí ir a un hospital porque no aguantaba el dolor del codo. Pero aceleraban y frenaban a tope. Nos dábamos con la cabeza en las puertas».


Ojalá aquel hubiera sido un viaje a ninguna parte, porque a E. M. B. el destino lo dejó en la comisaría de la calle de Leganitos, según su denuncia. «Al chico marroquí y a mí nos llevaron a la planta baja. Había unos 10 policías. Nos decían que mirásemos al suelo. Al otro chaval le llamaban ‘moro de mierda’ y a mí ‘rojo de mierda’. Me decían que me iban a llevar a El Pardo. Una policía le dio una patada al árabe y éste se puso a llorar. Les dije que me dolía el codo y uno me contestó que me iba a romper el otro. Me tiraron del pelo».


Al rato, todo subió de peldaños. «En la primera planta un policía me cogió del cuello y me dio puñetazos en el estómago. Otro me hundió la porra en la tripa. Una agente les dijo que pararan ya, pero estaban muy agresivos. Me acusaban de haber tirado una moto aparcada y de haber provocado un accidente de tráfico».


Le sentaron en un pasillo. «Según pasaban, algunos policías me daban capones. Uno me dio con el casco de la moto. Pasé tres horas esposado».


El informe del Hospital 12 de Octubre refleja una operación en el brazo y un parte de guerra: «Dolor en ambos cuadriceps y articulación trapeciometacarpiana (…) Hematoma región pretibial, erosión tibial anterior izquierda y región peronea derecha. Contusión en tibia derecha».


La policía ha denunciado a E. M. B. por atentado contra la autoridad: «Opuso fuerte resistencia».


E. M. B. pide en su denuncia, admitida a trámite, rueda de reconocimiento «para decir quiénes atentaron contra mí».

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