«Salí de casa como si fuera a por el pan, algún día tendré que volver a Kiev»

El donostiarra Gorka Barrigón y su hijo David, un ucraniano de cuatro años, llegaron ayer a San Sebastián huyendo de la guerra

Diario Vasco, OSKAR ORTIZ DE GUINEA San Sebastián, 01-03-2022

El miércoles pasado, Gorka Barrigón vivía una apacible vida en Kiev, donde este donostiarra lleva afincado cinco años. «La gente iba al cine o al teatro, salía a cenar o de discoteca… La normalidad era total», relataba ayer nada más llegar a Donostia huyendo de una guerra que «nadie podía intuir la víspera de su inicio». Ese día, él salió a pasear por la plaza de la Independencia (Maidán), y se topó con un amigo con quien quedó a cenar el viernes. Como sucede a cualquier padre en una situación similar, su preocupación pasó a ser dónde dejar esa noche a su hijo, David Ratov, de cuatro años, que tampoco sabía que a las siete de la tarde iba a salir del colegio para no regresar más. La madre del pequeño, Olena Ratova, tenía que realizar un viaje de trabajo a los Cárpatos, por lo que decidieron dejar al crío con los padres de ella. Todos felices con el plan. Pero toda logística saltó por los aires la mañana siguiente, con el inicio de los bombardeos de Rusia sobre la capital ucraniana. «Por primera vez oímos las sirenas que alertan de un ataque», relata. A continuación, llegaron las bombas y el desasosiego. «Entonces tuvimos conciencia de que esto iba en serio».

Desde entonces, la vida de Gorka Barrigón es una improvisación constante. Su idea es dejar a su hijo con sus padres, Miguel Ángel y Mª Ángeles, y volverse a la ciudad polaca de Cracovia, adonde se ha desplazado Olena, con la intención de «ayudar» a las miles de mujeres y niños llegados desde Ucrania. «Los hombres entre 18 y 60 años no pueden salir del país, aunque tampoco les han obligado a combatir», explica el donostiarra. «Tengo mi vida montada en Kiev, pero por el momento no se me ocurre regresar. A mi madre le daría un mal», añade.

Pese a la aparente cotidianidad que vivía la población ucraniana hasta el inicio del conflicto bélico, Gorka Barrigón señala que «la población seguíamos las noticias y sí que veías algo más de gente de lo habitual en los supermercados o en los bancos», donde solo se podía sacar «un máximo de 2.000 grivnas (unos 60 euros)», pero «en general todo el mundo pensábamos que cómo Putin se iba a atrever a iniciar una guerra. Se entendía que trataba de tensar la situación para conseguir acuerdos, pero no una guerra».

El miércoles, Gorka estaba pensando en la cena que tenía el viernes y David iba a clase; un día después llovían bombas sobre Kiev
Al día siguiente, en medio del caos bélico, los ciudadanos ya hacían «colas interminables» en los supermercados para hacerse con alimentos. Barrigón entendió que «quedarse en Kiev era la peor opción» y acudió a la embajada española. «Me ofrecieron volver en el convoy que saldría ese mismo día (con unas 50 personas), pero les dije que no podía tan pronto». Antes debía decidir junto a Olena qué hacer con David. «Me dijo que le pusiera a salvo y me lo llevara conmigo en el siguiente convoy», que sería el último. «Le avisé a un amigo, pero prefirió aguardar un día más, y ya no ha podido salir del país», lamenta. Ese jueves, miles de ucranianos siguieron el consejo de pernoctar en las estaciones del metro, construidas «a muchos metros de profundidad» y diseñadas para soportar un ataque aéreo que parecía improbable.

«Nos pasó de todo en el viaje»
Gorka optó por dormir junto a David en su casa. No fue fácil conciliar el sueño. «Sentí una enorme vibración de un avión que chocó contra un edificio y el estruendo de otro que voló muy pegado». Al amanecer, metió lo más básico en una maleta de 10 kilos y se sumó al otro convoy, con el televisivo Pelayo Gayol al mando de los GEO que escoltaron un autobús, una furgoneta y varios coches con banderas rojigualdas. Entre el centenar de evacuados, iban la embajadora y el cónsul. El donostiarra subraya «la gran profesionalidad» de los GEO para solventar todo imprevisto durante los 750 kilómetros entre Kiev y Cracovia, adonde no llegaron hasta el domingo. Avanzar los primeros 25 les llevó «unas cinco horas» ante las caravanas de gente que deseaba dejar Kiev.

Durante el trayecto, «nos pasó de todo», enfatiza. Desde una salida de carretera de uno de los vehículos con diplomáticos, que pudo reemprender la marcha, el pinchazo de otro y, lo más complicado de gestionar, uno de esos controles militares que la mayoría solo hemos visto en películas. Gorka no supo hasta más tarde que el conductor de la furgoneta les exigió entonces «más dinero» por continuar el viaje y que un GEO sintió el cañón de una pistola sobre su rostro. Al final, reubicaron a los pasajeros del furgón en el autocar, y prosiguieron.

El donostiarra ha puesto a salvo a su hijo con sus abuelos, y piensa ir a Cracovia para ayudar a los miles de ucranios huidos
A falta de algo más de 100 kilómetros hasta la frontera, la policía ucraniana se sumó a proteger al convoy. «Hubo que negociar para poder saltarnos los 32 kilómetros de colas» de vehículos y personas que trataban de huir de la barbarie. Con el termómetro rondando los cero grados, «la gente se moría de frío. Veías muchos niños», observa Barrigón.

La madrugada de ayer, sobre las 2.40, un avión los trasladó hasta Madrid, donde los recibieron representantes del Gobierno. Durante el viaje, Barrigón había perdido su teléfono móvil, así que se dirigió a los periodistas que aguardaban a los repatriados. «Quería dar una entrevista para que mi familia y amigos supieran que estábamos bien». Ayer ya pudo estar con varios allegados y hoy pretende «ver cómo puedo ir desde Donostia a Cracovia. Algún día tendré que volver a Kiev, porque salí de casa igual que si fuera a comprar el pan. Lo dejé todo».

El problema es «que nadie sabe qué va a pasar». La guerra ha despertado un sentimiento patriota y Volodímir Zelenski, el comediante que ahora preside la ex república soviética, «ha ganado una popularidad enorme, cuando antes no tenía carisma». El precio de ello lo paga la población civil.

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