Polonia, la última frontera OTAN a la espera de un millón de refugiados

Cientos de kilómetros de coches intentaban ayer entrar desde Ucrania en Polonia, que ya empieza a recibir familias rotas: mujeres con niños pero sin sus maridos ni padres, a los que Kiev prohíbe salir del país

ABC, Laura L. Caro, 26-02-2022

De la importancia que la Alianza da a proteger la Polonia colindante con Ucrania da buena cuenta que se haya mandado a reforzar la frontera a la unidad norteamericana que evacuó Afganistán en su final más crítico, la 82 División Aerotransportada, y que a su frente esté el último héroe que subió la rampa del último avión que partió del aeropuerto de Kabul, el general de dos estrellas Chris Donahue. Como para no sentirse seguros.

«Somos el confín de la OTAN», resume con orgullo benefactor Szymon, polaco, que la madrugada del viernes salió de Radom, una ciudad al sur de Varsovia, para conducir cuatro horas hasta el paso de Khrebenno y traer a la señora Kotelu, ucraniana, a reunirse con su nieta Anastasia, de 24 años, y su biznieta Kristine, de solo tres, que salen de la zona de guerra. La espera al borde de la barrera se hace angustiosa y en la señora Kotelu se atropellan maldiciones irreproducibles a Vladimir Putin y las lágrimas, venga un cigarro tras otro, aunque se aguanta lo que haga falta con el aplomo que da saberse a salvo. Con la que está cayendo, eso no tiene precio.
Si la sensatez y la diplomacia no lo remedian, Polonia se prepara para recibir en esta crisis hasta a un millón de ucranianos, según cálculos del gobierno ultraconservador de Andrzej Duda, que ya ha dispuesto nueve centros de acogida en municipios de primera línea, en los que se ofrecen camas, alimentos, ayuda médica e información para quien lo necesite. Este viernes, en algunos cruces, Medyka y por momentos en el de Dorohus, ya se acumulaban atascos de cien kilómetros de vehículos. Nada mal tanta buena voluntad para unas autoridades que el pasado otoño estremecieron las costuras de Occidente devolviendo a los refugiados sirios e iraquíes que, eso sí, el incómodo vecino bielorruso había empujado artificialmente para tratar de provocar un cortocircuito europeo que, de alguna manera, era el preludio de este. El Kremlin, ya se dijo entonces, siempre estuvo detrás de aquella embestida.

Éxodo de la población ucraniana

BIELORRUSIA

RUSIA

POLONIA

Chernobil

Kiev

Jarkov

Lugansk

Lvov

Donetsk

UCRANIA

ESLOVAQUIA

HUNGRÍA

MOLDAVIA

Odesa

RUMANÍA

Crimea

Mar Negro

100 km

BULGARIA

Tiempos de blanco y negro
A Polonia lo que están llegando desde ayer son familias rotas. Mujeres y niños, sin sus maridos y sin sus padres, debido a la orden de Kiev, de su presidente Volodimir Zelenski, de que permanezcan en el país todos los hombres en edad de combatir, exáctamente los de entre 18 y 60 años. Una instrucción que retrotrae de forma instintiva al blanco y negro de la II Guerra Mundial y que está en el fondo del llanto un poco avergonzado –no desgarrado todavía, el shock no permite soltar las emociones– de las esposas que vienen huyendo cargadas de maletas y de los pocos juguetes que han podido agarrar.

A su entrada en suelo polaco, que también era ayer en autobuses de línea regular, así están las cosas, a ellas les están esperando directamente familiares. Como a Anastasia su abuela, la señora Kotelu, que hace tres años se instaló aquí y abrió un establecimiento de masajes. Ella es una de los dos millones de inmigrantes ucranianos, blancos, cristianos, bienvenidos que, todo hay que decirlo, ocupan en buena parte los empleos domésticos y no cualificados del país, y que optaron por esta salida sobre todo a partir de 2014, cuando Rusia se anexionó por las buenas la península de Crimea. Ahí ya entendieron muchos que las ambiciones imperialistas de Moscú solo podían ir a más y que empezaba a ser conveniente garantizarse la libertad, tan apreciada, que Varsovia les facilitó eximiéndoles desde entonces de visado para viajar. Al margen, no dejaba de llamar la atención ayer que en este paso de Khrebenno hubieran recalado turismos con matrículas de Letonia, Lituania, la República Checa o incluso del sur de Alemania. Tan grande es la diáspora ucraniana. Lo que haga falta por alejarles del campo de batalla.

Esta relación de vecindad no fue así todo el tiempo, muy atrás queda la masacre de polacos a manos ucranianas de los años 40, pero un adversario común de la magnitud de Putin diluye diferencias del pasado. Como muestra, Szymon, que ha acompañado a la señora Kotelu en una tesitura tan difícil, zanja que casi se siente un ucraniano más y que, de estar a ese lado no tendría la menor duda de ponerse a defender el territorio. «Pero pueden venir aquí, seguridad y acogida –reitera–, que somos la última frontera de la OTAN».

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