La prostitución de las mujeres, la cara oculta y silenciada de la emigración

Algunos estudiosos tratan de arrojar luz sobre ellas, grandes víctimas

La Voz de Galicia, MARTÍN FERNÁNDEZ, 14-02-2022

La mejor manera de no ver el mar es darle la espalda. Pero seguirá estando ahí. Con la prostitución de las mujeres en la emigración sucedió algo parecido. No hay documentación que la ilustre ni testimonio que la refrende ni nombres que la señalen. No, nadie, nunca, jamás. Pero, como dice Monterroso en el más corto microrrelato de la literatura en español, «cuando se levantó, el dinosaurio todavía estaba allí». La diáspora tuvo su faceta positiva en ser motor de modernidad, educación y cultura. Y su cara oculta —una cruz amarga de miserias y soledades— en las mujeres, las grandes víctimas y perdedoras de la migración.

Desde hace poco, algunos estudiosos tratan de arrojar luz sobre esa ignominia hipócrita y silenciada. Pero fue Juan Ramón Somoza, el gran periodista y solidario ser humano de Barreiros, el primero que denunció la execrable lacra. Él fue el gran feminista de nuestro éxodo aunque hoy —como tantas cosas en este tiempo amnésico— esté postergado entre la indiferencia institucional y el desdén de la cultura.

Somoza defendió a la mujer y luchó por sus derechos en la prensa de Cuba y Argentina entre 1903 y 1912. En Aires da miña terra, la revista de Manuel N. Costoya en Buenos Aires, expuso el problema con claridad. Dice que quedan «desiertos nuestros campos y tristes y vacíos nuestros hogares» a causa de la emigración porque «el gallego hoy aspira a algo más que a sus vacas y sus eidos, quiere comodidades, lujos, esplendor moderno. El gaiteiro se ha transformado en señorito y el labriego en burgués. Y ambicionan las riquezas del indiano». Por eso emigraban.

Rameras y cortesanas

En esa marcha, «crimen espantoso es tolerar que la mujer emigre. Pero ya que ese mal tiene difícil remedio, debe, al menos, procurarse en América que Galicia no siga dando víctimas al lupanar, que el prostíbulo hediondo no comercie con la carne oscada al calor de nuestros afectos más caros». Si «harto doloroso» es que solo queden ancianos y niños y se abandonen riquezas en Galicia, «mucho más lo es que tengamos que llorar también la ausencia de nuestras mujeres, de aquellas que vienen a ser rameras desvergonzadas y cortesanas impúdicas».

En esta línea, publicó trabajos como «Por la mujer gallega» en la revista Galicia; «La mujer gallega» en La Alborada; «La emigración de la mujer gallega» en Aires da miña terra y El Eco de Galicia; «Otra y son…» en La Ilustración Gallega; «La mujer gallega ¿redimida?» en Revista Gallega; «Las quintas de salud» y «Triscornia» en Galicia, donde describe, con crudeza, el campamento en el que las recluían al llegar a La Habana y las penalidades que allí sufrían. Su rebelión y su crítica iba contra «el egoísmo masculino» y el Estado, contra la marginación de los centros de emigrantes que no las admitían como socias y contra el Centro Gallego que «debiera ejercer esa protección que no ejerce y les niega asistencia sanitaria».

Un periodista de Barreiros y una mayoría de gallegas entre las sancionadas en Cuba desde 1909
Juan Ramón Somoza era hijo de un maestro de Barreiros. Estudió en Mondoñedo, se casó con la ribadense Celsa Amieiro y fue miembro del Partido Republicano Federal. Cuando el general Pavía acabó en 1874 con el Sexenio Revolucionario, fue uno de los Exiliados de la Utopía —nadie los expulsó— y marchó a Cuba. Fue redactor del Diario de la Marina, redactor jefe de Galicia y colaborador de varias publicaciones. De vuelta a Lugo, colaboró en El Regional, El Noroeste y la Revista Gallega y formó parte de la Redacción inicial de El Progreso. Escribió varios libros y murió en 1927.

60.000 gallegas en el país

Conocía bien la situación de la mujer en Cuba. Entre 1900 y 1925, la isla tenía una población de tres millones de habitantes y los españoles residentes eran un millón. El profesor Gonzalo Pagés dice que eran 60.000 las gallegas acogidas en el país. Al igual que en otros lugares, sus principales ocupaciones fueron el servicio doméstico, costureras, atendiendo porterías, limpiadoras o con trabajos esporádicos (lavar, planchar) desde su casa… En Cuba, las mujeres gallegas vivieron largos años sin protección alguna, recibieron chanzas y burlas en el teatro popular, los medios y en la calle y, a veces, fueron explotadas en el negocio de la prostitución por tíos, conocidos o intermediarios de inmigrantes.

Gonzalo Pagés destaca que en los expedientes históricos de penales cubanos creados para las mujeres a partir del año 1909, de más de 2.034 sentencias entre nacionales y extranjeras, la mayoría corresponde a mujeres gallegas de entre 25 y 40 años de edad, sin empleo fijo ni estudios, solteras y procedentes de las provincias de Lugo y Ourense.

Una mujer, una máquina y Buenos Aires, paraíso de los tenebrosos
Los peligros que acechaban a la mujer sucedían desde el momento en que subían a un barco en el que podían ser violadas o chantajeadas por la tripulación. Elisa Soriano, médica de la Marina Civil e inspectora en dos compañías de transporte de emigrantes, dice en La mujer y el niño en la emigración, publicado en el Boletín de la Subdirección General de la Emigración de 1928, que «el barco es una gran escuela de corrupción» y que las gallegas eran objetivo de redes mafiosas. Relata que conoció a una mujer de más de 60 años que había hecho 16 viajes de ida y vuelta a España «encargada de recolectar la nueva esclavitud que es la trata de blancas».

En el origen, los agentes o ganchos captaban muchachas con falsas promesas laborales. Y en el destino, a veces, proxenetas galaicos o familiares se aprovechaban de ellas para explotarlas. Entre 1910 y 1930, Buenos Aires era «el paraíso de los tenebrosos» según Gustavo G. González, periodista de Crítica que recreó el hampa porteña. Proliferaban burdeles por la alta cifra de emigración masculina. En 1913 se aprobó la Ley Palacios, la primera del mundo que penaba la prostitución, pero la trata era un negocio tolerado o participado por las autoridades.

Los mafiosos llamaban a la mujer «una máquina» que compraban y vendían al mejor postor. En La Boca había más de cien prostíbulos, en Corrientes y 9 de Julio, lupanares y yiros, y en el centro cines pornográficos y cabarés como El Carioca, el Dancing Abi, Casino Pigall, Ta Ba Ris, el Royal, Armenonville, La Glorieta y otros, además de casas de citas. Las mujeres eran polacas, francesas, italianas, alemanas y españolas.

Entre los proxenetas, destacaban el catalán Ferrer, El gayego Julio Valea (de Castropol) y su antagonista criminal Ruggero; El Carnerito, que subastaba mujeres en Palermo; el argelino Maimuk el Malek, dueño de prostíbulos y de los cabarés Pigall y Sarmiento; o el polaco León Goldstein, propietario del famoso y enorme Bar Avión. Y había sociedades mafiosas, como La Migdal o La Varsovia, con delegaciones en todo el país, hospitales y cementerios propios, abogados, médicos e influencia en el poder…

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