Un futuro en paz para Adyan
Este bebé nacido en Ciudad Real es el primer niño hispano-afgano de la 'operación Antígona', la que trajo a España a 1.900 personas que huían de los talibanes. Su padre logró escapar con toda la familia de una muerte segura
Canarias 7, , 07-02-2022Sohaila Omaryar y su marido, Sabiallha Yusufi, huyeron de los talibanes y deambularon una semana por todos los horrores imaginables en Afganistán para que su hijo pudiera nacer en paz en España. El 10 de diciembre vino al mundo en el Hospital Universitario de Ciudad Real Adyan Yusufi, el primer bebé hispano-afgano de la ‘operación Antígona’. Adyan duerme ahora despreocupado en su cunita, en un piso de acogida de Cruz Roja Española financiado por el Ministerio de Migraciones. Su hermano mayor, Amir, le acaricia con dulzura. Mientras, sus padres relatan cómo lucharon por salvar la vida en un recorrido incierto desde Herat, la capital española de Afganistán, hasta Castilla-La Mancha.
En Herat, Yusufi, de 35 años, se dedicaba a la instalación de placas solares y en 2009 el Ejército español lo reclutó para tirar cables. Durante tres años, se dedicó a mejorar las conexiones de internet de los militares y una vez cumplida su labor, en 2012, regresó a su anterior trabajo. «Fue una buena época para los afganos. Teníamos trabajo, podíamos hacer una vida más o menos normal, estudiar, no estábamos sometidos», recuerda con nostalgia. Sohaila, de 32 años, toma la palabra: «Yo trabajaba como profesora en una escuela de niños. Era feliz». En aquel tiempo en el que el sueño de un Afganistán democrático todavía parecía real, Yusufi hizo muchos contactos, y uno de ellos ha sido ahora su salvoconducto para entrar en España. «Me hice amigo de un afgano que hacía de traductor y que vino a Madrid hace ocho años», explica Yusufi. Cuando en julio de 2021 todo comenzó a derrumbarse, Yusufi recurrió a su viejo enlace.
«Él se comunicó con el Gobierno español y a todos los antiguos colaboradores nos lo dejaron muy claro: teníamos que intentar llegar a Kabul porque los talibanes estaban conquistando fácilmente las provincias y mataban a quienes habían colaborado con las tropas extranjeras», rememora. De hecho, los talibanes ya estaban en las afueras de Herat. «Se oían las bombas y los disparos. Mi hijo lloraba. Estábamos muy asustados», dice Sohaila. No había elección. El 17 de agosto, Yusufi y su mujer, embarazada de cinco meses, agarraron a Amir, de 7 años, abandonaron su casa y su vida y emprendieron un viaje que empezó con 24 horas de autobús antes de llegar a la capital del país, donde no conocían a nadie.
Decenas de afganos desembarcan en Torrejón de Ardoz en el segundo vuelo de la ‘operación Antígona’ el pasado 20 de agosto.
Decenas de afganos desembarcan en Torrejón de Ardoz en el segundo vuelo de la ‘operación Antígona’ el pasado 20 de agosto. / MARISCAL / AFP
«No quiero vivir de ayudas»
«Estuvimos seis días en los alrededores del aeropuerto, durmiendo en cualquier lugar», cuenta Yusufi. Y cuando cundía la desesperanza, un mensaje cambió las cosas. «El 23 de agosto me avisaron de que se podría entrar por un acceso, solo por uno. Allí llegamos, había cientos de personas amontonadas». Junto a esa puerta, llamada Abbey Gate, pasaba un arroyo de aguas fecales en el que el día 26 un atentado suicida dejó 183 muertos. Tres jornadas antes del ataque, metido hasta las rodillas en ese río de excrementos y orines, con su hijo a la espalda, Yusufi aguantó durante cuatro horas hasta que asomaron por la valla los soldados españoles. «Yo comencé a gritarles ‘¡Hola, hola!’, mientras mi hijo agitaba una bandera de España. También se dieron cuenta de que hablaba un poco de español y me pidieron que me acercara, pero era imposible. Todo el mundo se empujaba y no podíamos ni avanzar ni retroceder», narra Yusufi. Aplastada por las avalanchas, entre el caos y la pestilencia, Sohaila, que esperaba al otro lado del arroyo, no podía más. «Le pedí a mi marido que saliéramos de ahí, que nos fuéramos». Por suerte, aguantaron.
Cuando llegó a Toledo, Saboor creó un grupo de Whatsapp para facilitar la huida a España de más afganos en peligro
La fuerza de voluntad les ayudó en el momento decisivo. «Pude acercarme hasta la entrada y los soldados españoles se quedaron con mi hijo. Después volví atrás, cogí a mi mujer y traspasamos la entrada», apunta. A partir de ahí, los soldados acompañaron a esta familia afgana, que pasó 24 horas en la pista hasta que se preparó el avión, que con escala en Dubái, les llevaría a España. Ocho días después de haber abandonado su casa, llegaron a Torrejón de Ardoz, como lo hicieron otros 1.900 compatriotas en diferentes vuelos. Allí se les asignó como destino definitivo Ciudad Real, la localidad en la que están empezando de cero y a la que ya se sienten anclados por el pequeño Adyan. Su ilusión es integrarse cuanto antes en la sociedad. Sohaila, que ha pedido a la dirección del colegio de su hijo ayudar en tareas extraescolares, sueña con volver a ejercer y aprende el idioma a toda velocidad. En una hoja ha escrito reflexiones como ésta: «Nos hemos ido de nuestro país porque los talibanes nos querían matar. Estamos muy agradecidos al pueblo español y prometemos ser leales a España. Pido a la gente de España que nos mire bien». «Estamos formados y nuestro sueño es trabajar. No queremos vivir de las ayudas públicas ni de las ONG», resume su marido.
La historia de Yusufi y Omaryar, sin embargo, no tiene un final completamente feliz. Yusufi se rompe cuando piensa en la familia que se quedó atrás. «El Gobierno español nos dijo que nuestros familiares podían viajar con nosotros, pero no podíamos traer a mis hermanas y a mis cuñadas porque sabíamos que los talibanes paraban los autobuses que se dirigían a Kabul y hacían bajar a todas las mujeres que no fueran esposas. Si eso ocurría, todo estaba perdido», relata con lágrimas en los ojos. Ahora, este matrimonio ruega al Gobierno español que intente traer también a los suyos, «que están en gran peligro». «En mi país, cada minuto, se asesina a gente. Y si estás pensando en cuándo te van a matar o cuándo van a matar a tus padres o a tus hermanos, no puedes vivir».
Colaboradores. Wajiah Mashall y su marido, Saboor Mashall, en su casa de Toledo.
Colaboradores. Wajiah Mashall y su marido, Saboor Mashall, en su casa de Toledo. / ÓSCAR CHAMORRO
Proyectos para mujeres
En aquellos días de agosto del año pasado, su compatriota Saboor Mashall también supo que ni su familia ni él podrían seguir viviendo en el Afganistán de los talibanes. Desde que acabó la guerra de los aliados contra el antiguo régimen de los fanáticos barbudos, Saboor (36 años) había liderado proyectos para facilitar la independencia de las mujeres en su ciudad natal, Qala-i-Naw (65.000 habitantes), la capital de la otra provincia con presencia española de Afganistán, Baghdís. Algunas de estas iniciativas, educativas y agrícolas, estaban financiadas por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), y muchas mujeres unas 700, calcula Saboor se beneficiaron directa o indirectamente de ellas. «Fueron años buenos. Las mujeres recuperaron su libertad y todos creíamos que la democracia se podía asentar», rememora este antiguo estudiante de Ciencias Políticas. Los proyectos y la posibilidad de criar a sus hijos en un ambiente «occidental» eran su razón de vivir.
Deberes. Sohaila Omaryar ayuda a su hijo Amir con las tareas del colegio.
Deberes. Sohaila Omaryar ayuda a su hijo Amir con las tareas del colegio. / O. C.
Pero la triste realidad de Afganistán no le iba a dejar cumplir su sueño. En julio, Saboor, su mujer, Wajiah, y sus tres hijos (un niño de 17 años y dos niñas de 13 y 7) abandonaron Qala-i-Naw. «Ya no nos sentíamos seguros. Los talibanes estaban a las puertas de la ciudad y a mí me conocía mucha gente por haber ayudado a los extranjeros durante 20 años. Me convertí en un enemigo. Todo el mundo sabía que yo era ‘el hombre de la cicatriz’», afirma, bajándose la mascarilla y mostrando una vieja herida en la parte izquierda de su rostro.
La única salida era huir. Los Mashall escaparon primero a Herat, donde vivían algunos familiares, pero con los talibanes amenazando también esta ciudad, las opciones se agotaban. «Llamé a un antiguo colega de la Aecid y poco después me respondieron del Ministerio español de Exteriores con un plan de evacuación que empezaba por ir a Kabul». Solo llevaban su ropa y los certificados que confirmaban que había dirigido los cursos de cooperación españoles, con una bandera nacional y un sello de la Aecid. Esos diplomas fueron luego la puerta de la familia Mashall a una vida mejor.
En el aeropuerto de Kabul, entre la multitud desesperada que intentaba dejar el país, identificaron a los soldados españoles y desde lejos gritaron ‘¡España, España!’. «Nos vieron y nos hicieron gestos para que fuéramos hacia ellos. Nos costó dos horas acercarnos, pero lo conseguimos. Les enseñé mis certificados de la Aecid, nos acogieron y nos metieron en las instalaciones», refiere. Era el 21 de agosto.
Un día después, Saboor y su familia emprendieron viaje hacia Torrejón y después se les asignó Toledo. Pero el compromiso de Saboor con los perseguidos en su país no acabó ahí. Ya en España, creó un grupo de Whatsapp de 60 personas que sirvió como ayuda en la segunda gran operación de repatriación de colaboradores afganos, ya en octubre. Pero atrás quedaron sus familias. Su esposa Wajiah, licenciada en Ciencias Políticas, teme por sus hermanas. «Tengo cuatro que también han estudiado en la universidad, pero que ahora pueden ser obligadas a casarse con talibanes. Conozco mujeres que prefieren suicidarse antes que tener esa vida para siempre. Y mi sobrina adolescente, que ama bailar y actuar, solo me pregunta: ’Tía, ¿me puedes sacar de aquí?».
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