Aïcha: «Todos tenemos un destino»

La maliense es una de los miles de migrantes llegados a Irun. La primera noche ya vio que «era imposible pasar» una frontera que se ha cobrado siete vidas

Diario Vasco, OSKAR ORTIZ DE GUINEA, 03-01-2022

Cuando partes de casa, estás en manos del azar. Yo he tenido suerte para llegar a Irun. Y espero tenerla para entrar en Francia. O quizá Bélgica, no sé. Adonde me lleve el destino». «Suerte» es la palabra que más repite Aïcha durante su relato de los tres años transcurridos desde que partió de Malí en busca de Europa. En la plaza San Juan de Irun, donde una veintena de migrantes subsaharianos como promedio son atendidos cada día por los voluntarios de Irungo Harrera Sarea (IHS), esta joven malí de 25 años cuenta que tuvo «suerte» para encontrar trabajo en Mauritania y el patrón le pagara el avión a Marruecos. Volvió a sonreírle la «suerte» a esta mujer los «dos años y seis meses» que le costó sortear la penuria marroquí. Asegura que cruzó el Atlántico a Lanzarote en una patera y lo hizo gratis. «Supliqué para que alguien me llevara en el ’bateau’», y «tuve suerte, es el destino», remarca con una sonrisa. «Suerte» de haber sobrevivido en la patera hasta Canarias. «Suerte» de haber encontrado «gente buena» en su camino de Lanzarote a Irun, adonde había llegado la tarde-noche anterior. En sus primeras horas en Gipuzkoa, se asomó a la frontera y comprobó que «era imposible pasar. Hay mucha policía y será complicado». No parece importarle demasiado y vuelve a confiar en su buena estrella para seguir su camino «adonde me lleve el destino. Todos tenemos un destino». Los musulmanes lo resumen como Maktub: el designio está escrito. Cuesta creer o al menos resignarse a ello que la voluntad de Alá fuera que siete migrantes murieran este año en su afán por atravesar la muga entre Irun y Francia: Tessfit, Yaya, Abdoulaye, Mohamed, Fayçal, Saïd y un séptimo de quien nunca se confirmó su identidad.

Pese a que Aïcha es consciente de la fuerte vigilancia de la Policía francesa en los pasos fronterizos esa misma mañana, tres periodistas italianos llegados a Irun para hacer un reportaje sobre la muga sostienen que «en Italia pasa lo mismo con Francia», desconocía la tumba abierta este año en el Bidasoa. Y es comprensible teniendo en cuenta el cementerio instalado en el Atlántico, con casi un millar (937) de africanos muertos o desaparecidos este año a bordo de una patera en la ruta canaria. De ellos, al menos 221 mujeres y 84 niños, según el último informe de Missing Migrants (Inmigrantes Desaparecidos) de la OIM, del pasado día 10. Son las cifras más altas de la última década. Y se suman los más de 200 fallecidos en el Mediterráneo cuando navegaban, o al menos flotaban en embarcaciones precarias, rumbo a la Península o a Baleares.

A Josune Mendigutxia, una de las portavoces de IHS, se le cae el alma a los pies cuando recuerda la sonrisa «de oreja a oreja» de Fanta, una guineana que había perdido a su hijo de tres años en la patera. «Pese a su dolor, nos agradecía con abrazos cualquier cosa en la que le ayudáramos. Había sufrido tanto…». Al menos otra mujer ha pasado este año por Irun después de ver morir a su hijo en el Atlántico. Otra se quedó sin marido. Desde que el verano de 2018 llegó a Irun aquel primer autobús repleto de migrantes, que encendió la mecha a una llegada diaria de africanos y motivó el surgimiento de esta red de voluntarios, «es el año más intenso». En la mesa que este grupo monta cada mañana frente al ayuntamiento han identificado a «unos 6.000 migrantes». Según el Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Social, el recurso para migrantes en tránsito de Hilanderas ha registrado 7.809 pernoctaciones hasta el domingo 19. A falta del recuento final, «rondaremos las 8.000», confirma Xabier Legarreta, director vasco de Migración y Asilo. La cifra más alta hasta ahora correspondía al año de su apertura, con 5.837 camas ocupadas entre junio y diciembre de 2018.

Irungo harrera sarea
La red de apoyo ha registrado a 6.000 migrantes en Irun durante 2021, «un año catastrófico»
Mendigutxia pone énfasis en que 2021 ha sido también «el año más catastrófico: por los siete muertos, por otros casos que hemos tenido sin que nadie muriera, como el de Ibrahima, que estuvo casi 48 horas desaparecido porque no le dejaron entrar en ningún recurso tras ser operado de urgencia cuatro veces; y también por las vivencias cada vez más duras que nos cuentan de sus viajes», recalca Mendigutxia.No es el caso de Aïcha. La maliense de 25 años niega haber tenido «grandes problemas» durante su aventura.

No fue robada ni violada, algo que es moneda frecuente para «muchas mujeres», apunta. Como otros miles de subsaharianos, dejó en su país todo lo que tenía, que era «nada», al margen de su familia, sus padres, su hermana y su hermano menor. «Quiero trabajar y ganar dinero para ellos. Me gustaría que algún día puedan venir conmigo sonríe; sé que no es fácil». No está en sus manos, sino en las del destino. Es lo que parece querer decir su mirada, entre dura, inocente y desconfiada.

A modo de resumen, narra que «es fácil» ir de Malí a Mauritania. Basta un autobús «y pasas la frontera». El problema empieza cuando te apeas en cualquier parada de cualquier poblado. «Te ves tan sola…, comprendes que va a ser duro». Se planteó darse la vuelta, «pero no tenía dinero». Así que buscó trabajo «en comercio». Cuando trataba de reunir dinero para «volver a casa», la cabeza le hizo clic. «Reflexioné, y recordé por qué decidí partir: quería una vida mejor. Y opté por seguir». Como pago a su trabajo, el patrón «me consiguió el billete para volar a Marruecos».

Ya en territorio marroquí, todo se vuelve más inhóspito. «Vigilan mucho a los inmigrantes», aunque siempre se puede comprar la vista gorda del militar o policía de turno. «Atravesar Marruecos no es fácil. A mí se me hizo muy duro». Dos años y medio de su vida. Tuvo que trabajar, claro, «limpiando pescado, sardinas». No cuenta cuánto le pagaban, como tampoco da su apellido y es reacia a ser fotografiada. Un rasgo común de la clandestinidad. «Todos las personas que salimos de nuestro país queremos trabajar y ganar un dinero que no obtendríamos allí». Muchos lo invierten en los alrededor de 1.000 o 1.500 euros que cuesta el pasaje en patera. «Yo no pagué», asegura. Se plantó en el puerto, al sur de Marruecos no aclara si en El Uatia, Tarfaya o El Aaiún y, «como no tenía dinero, supliqué y supliqué para que alguien me llevara. Lloré mucho». La travesía atlántica «no fue mala, aunque nunca sabes cómo te va a ir. Muchas personas no llegan». Pero ninguna quiere reparar en ello. De lo contrario no embarcarían en una cáscara de nuez.

Un migrante intenta cruzar a Francia por la frontera con Irun
Un migrante intenta cruzar a Francia por la frontera con Irun / DE LA HERA

Tessfit, Yaya, Abdoulaye, Saïd…
De Lanzarote a Irun, apenas son ya dos brincos y un golpetazo contra la muga, que desde hace unos meses es un estrecho embudo «pero solo si eres negro», denuncia Mendigutxia. En sus inmediaciones perecieron el eritreo Tessfit (21 años), que se suicidó en la zona de Azken Portu; el marfileño Yaya Karamoko (28), que se ahogó muy cerca; el guineano Abdoulaye Koulibaly (17) que pereció río arriba; y el también marfileño Saïd B. (38), cuyo cadáver flotaba casi en Endarlatsa, el 20 de noviembre, y su identidad aún no ha podido ser confirmada oficialmente al estar pendiente la prueba de ADN. El 12 de octubre, cerca de San Juan de Luz, Mohamed Kemal (21), Fayçal Hamadouche (23) y un tercer argelino (30) murieron atropellados por un tren que cubría la línea entre Hendaia y Baiona. Dos de sus familias y el compatriota que sobrevivió han denunciado el caso por posible envenenamiento. Por rocambolesco que parezca, no lo es más que echarse a dormir encima de las vías. O ahogarse en un río de 20 metros de ancho después de cruzar un océano.

Estos magrebíes surcaron el mar de Alborán pero «el 95% llega por Canarias», informa Xabier Legarreta. Por ello, el Gobierno Vasco ha abierto «un espacio de trabajo» con el Ejecutivo canario y con la Comunidad de Iparralde, «dada la situación en frontera». Asimismo, ha pedido a Madrid la transferencia de la migración para poder gestionar los recursos de acogida y permisos de trabajo.Ajena a esta burocracia, Aïcha confía en «regularizar mi situación en Europa», donde no la espera «nadie». Le gustaría «trabajar en una tienda en Francia. O quizá en Bélgica». Donde esté su destino.

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