Palabras contra la exclusión
Integración. Voluntarios de la Red de Acogida Ciudadana de Donostia se ocupan de enseñar a hablar castellano a jóvenes inmigrantes como Jalal para evitar que caigan en la exclusión
Diario Vasco, , 13-10-2021Jalal es un joven magrebí de 22 años que llegó a España hace casi un año. Ahora vive en Donostia, pero antes estuvo en Madrid, Ceuta, y otros muchos lugares. Como él, cientos de miles de personas intentan llegar a Europa todos los años para encontrar un futuro digno y huir de la pobreza extrema que sufren muchas regiones de África. «No vienen aquí por capricho. Lo hacen porque no les queda otro remedio», cuentan desde la Red de Acogida Ciudadana de Donostia, concretamente desde la rama que se ocupa de enseñarles a hablar en castellano o euskera.
Ane Mujika, Bego Erkizia, Cristina Azpilicueta y Unai Seises son solo algunas de las voluntarias y voluntarios que mantiene operativos esta red, que trabaja con inmigrantes recién llegados y personas en situación de exclusión social. La misión de Seises, un hondarribiarra de 20 años, tiene nombre propio: Jalal. Le enseña a hablar castellano además de ayudarle en otros asuntos.
Tlfn: 635 712 081
Email: redacogidaciudadana @gmail.com
Desde este verano, Seises hace las veces de profesor y tutor de un joven que «ha tenido una vida muy complicada. Hasta que no estás con ellos no te puedes ni imaginar lo que es su vida. Esto me ha abierto los ojos», comenta este joven estudiante de Integración Social. «Jalal está muy lejos de su hogar y de su familia. No tiene papeles, solo lo puesto. Mi intención es la de hacerle sentir que hay alguien que mira por él», añade.
¿Y cómo son las clases con él? «Hay que tener paciencia, no domina el castellano», admite Seises, pero también matiza que «con él es más sencillo, porque tiene unas ganas tremendas de mejorar y de salir hacia adelante. La ilusión que le hace aprender cosas nuevas y aplicarlas en su día a día… Es increíble».
El caso de Jalal es el ejemplo perfecto del drama de las dificultades que tienen las personas inmigrantes para abrirse paso en la sociedad donde se instalan. En este caso Gipuzkoa, pero gran parte de las personas extranjeras que recalan en el territorio lo hacen de paso hacia su ruta con Europa. La red de voluntarios se ha construido para tejer un apoyo durante su estancia, sea temporal o permanente. Seises conoce la historia de Jalal y resume su crudeza: «Intentó cruzar cuatro o cinco veces la frontera, y al final lo consiguió en una piragua con unos amigos… Eso lo tiene todos los días presente. Ahora mismo está rodeado de un círculo de personas con el que no se siente a gusto porque a su alrededor hay drogas y delincuencia. En una situación así, cuando la mayoría de la gente siente rechazo solo con verte, si no tienes una fuerza enorme de voluntad… estás perdido».
Jalal tiene miedo de que por las acciones de las personas que lo rodean un día venga la Policía y lo detenga. En ese caso, la amenaza de ser deportado se convertiría en un riesgo evidente. «Él preferiría vivir bajo un puente, mojado y con frío, pero solo. Hasta ese punto está dispuesto a llegar para alcanzar su sueño. Los privilegios que tenemos nosotros por haber nacido aquí son los que no tienen ellos por nacer en otro lugar», subraya Seises.
4.100 personas en tránsito han utilizado los recursos asistenciales del Gobierno Vasco en lo que va de año.
Este joven hondarribiarra le ayuda a expresarse «ante un extraño, por ejemplo. Si vas de manera educada a pedir ayuda a alguien, es más probable que te atienda». Cruz Roja también le ayuda ahora habilitándole un lugar para que pueda dejar sus pertenencias. «Han visto que quiere y sabe aprovechar todas las oportunidades que le dan», remata su profesor.
«Llegan cansados, con sueño»
En la misma línea que Seises, pero con voces mucho más experimentadas, se expresan Ane Mujika, Bego Erkizia y Cristina Azpilicueta. La primera gestiona los contactos entre profesores y alumnos, entre otras labores, y las otras dos son profesoras que les enseñan a usar el idioma.
La mayoría de las veces estos chicos y chicas vienen sin nada. «Además de las clases para enseñarles el idioma, hacemos con ellos tutoría, mentoría, acompañamiento…», cuenta Mujika, quien apunta que «hay personas de muy buen corazón que se involucran mucho, que les pagan pensiones para dormir, que ponen su propia casa o que les dan comida caliente». Esta red de profesores –no hace falta estar titulado para dar clases– cuenta en estos momentos con alrededor de treinta voluntarios, gracias a que «la Red de Acogida Ciudadana de Donostia está haciendo un trabajo espectacular. Ojalá se apunte más gente, porque muchas veces están desbordados», hace saber Mujika.
Falta gente
«La red de profesores cuenta con unos treinta voluntarios, pero se necesitan más»
Erkizia, por su parte, lanza la siguiente reflexión: «Me gustaría saber cómo se imagina la sociedad al alumno o alumna al llegar a nuestras clases. Pues bien, llegan casi siempre cansados, destemplados, con hambre, con sueño, etc. Hay muchos de ellos que no tienen ni idea de dónde van a dormir ese día. ¿Es eso normal?».
El instinto de supervivencia para evitar la larga sombra de la indigencia les empuja a seguir yendo a clase. Necesitan aprender a comunicarse. Las clases, añade Erkizia, «son gratificantes. En mi caso estoy ahora con dos chicos y una chica, y las ganas que tienen de aprender y mejorar son grandísimas».
– ¿Dónde dan las clases?
– Donde podemos. No tenemos ningún sitio físico.
Una de las peticiones que hacen desde esta organización es que las instituciones se involucren más. «Ayuntamientos, Diputación Foral, Gobierno Vasco… Cualquier ayuda es bienvenida», coinciden los cuatro. «En la calle se ve todos los días a jóvenes y mayores en situaciones límite. El drama de esta sociedad es que veamos como normales estas cosas. Cuando la Policía se los lleva está bien porque da la sensación que afean las calles, ¿no? Prejuzgar es injusto», lamentan.
La clave: la integración
Cristina Azpilicueta lo tiene muy claro: «Dar clases con estas personas hace que los prejuicios desaparezcan y además te permite conocer otras culturas. Te enriquece como ser humano».
Esta rama cuenta con alumnos que están repartidos por todo Gipuzkoa. «Es durísimo para ellos. Tuve una chica de 25 años, de África Central, que vino con su hija pequeña. Se esforzó muchísimo en las clases, consiguió papeles para entrar en la facultad de Enfermería, contactaba conmigo para pedirme ayuda… Hacen lo que haga falta para salir adelante», explica Azpilicueta.
Drama
«En la calle se ve todos los días a jóvenes y mayores en situaciones límite»
Sin embargo, la calle es muy dura, y cuanto más tiempo pasen en ella más complicado es ayudarles. «En ese caso les cuesta mucho centrarse porque han sufrido mucho. Conozco a un inmigrante que lleva muchos años en la calle, y que este año recibió una paliza sin motivo aparente por parte de cinco personas. Lo dejaron fatal. Por eso es tan importante cogerles a tiempo», apunta Azpilicueta.
Al prejuzgar muchas veces surge el siguiente comentario: «Es que están siempre en la calle». «¿Pero dónde van a estar?», aclara indignada Azpilicueta, para agregar que «no tienen un hogar ni actividades con las que estar ocupados. Ellos no tienen la culpa de vivir así. Lo que necesitan es sentirse escuchados, acompañados e integrados», defiende con ahínco.
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