Refugiados LGTBI+ en Madrid: «Hay tolerancia, pero aún nos falta respeto»

Tres refugiados LGTBI+ relatan sus peripecias desde sus países de origen a Madrid, una ciudad que consideran amistosa con ellos, aunque no siempre

ABC, Alexia Columba Jerez, 07-09-2021

El término ‘refugiado’ hoy está en boca de todos y hay voces que se preguntan, con cierto cinismo, cuál es el precio de un exiliado. Más allá del coste económico al uso, la respuesta es saber si estamos dispuestos a pagar la diferencia entre salvaguardar los derechos humanos o no hacerlo. Y en ese trayecto, los refugiados LGTBI+ resultan un espejo incómodo. Pasan de un infierno en sus países de origen a un limbo burocrático en el de destino a la espera de conseguir ese ‘sí’ final que supone obtener el asilo. Quienes se asoman a estas páginas, tienen en común que, a la pregunta de por qué escogieron esta ciudad como destino, contestan que les llegó el rumor de que Madrid es ‘gay friendly’ (amistosa). He aquí sus historias.
Victoria, los 365 días del año
Arely Victoria Gómez Cruz, trans de origen hondureño, reside en España desde hace casi seis años y goza del estatus de refugiada desde hace tres. De discurso fácil y amante del manga, fue una activista transgénero en su país y eso hizo que fuera sometida a una persecución constante. «Para esa sociedad somos escoria. Eso se ve legitimado por el odio instalado en la Policía y en la política hondureñas, unido al rechazo de tu familia», señala Victoria. De hecho, 325 miembros de la comunidad homosexual han sido asesinados en Honduras entre 2009 y 2019, según denunció el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, y la impunidad alcanza a más del 90 por ciento de los casos. Todo ello hace que se haya incrementado en un 7 por ciento los intentos de suicidio dentro del colectivo. Victoria confiesa que a ella esa idea se le pasó por la cabeza: «Pero no le voy a dar ese gusto a quienes quieren verme derrotada».

Arely Victoria Gómez Cruz, de Honduras
Arely Victoria Gómez Cruz, de Honduras – ABC
Relata que «caminar por las calles de Tegucigalpa supone que te insulten, te lancen botellas e incluso balas». «Además continúa el acoso escolar era parte de mi rutina»: «Siempre he sido femenina, con la mal llamada pluma, y a los 26 años asumí quien era». Fue expulsada de la iglesia evangélica a la que pertenecía; le decían que no buscaba la libertad, sino el libertinaje. Hoy replica: «Entre Víctor o Victoria, decidí ser los 365 días al año Victoria y me marché».

Cuando aterrizó en el aeropuerto de Barajas, las autoridades policiales le preguntaron si venía a hacerse la cirugía o a prostituirse. «Entonces, entendí que hay un nivel alto de tolerancia, pero no de respeto», comenta Victoria, quien se puso en contacto con CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) y Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), y pudo aguantar tres años de espera para conseguir el estatus de refugiada.

Las oportunidades de empleo son escasas para los transexuales y confiesa haber sufrido dos agresiones en la calle. Ella lo llama «el despertar del país de las maravillas»: «Una siempre escucha que España es un lugar amigable para los homosexuales, pero hay que seguir enseñando que no somos de Marte. Todavía queda mucha tela que cortar».

El enemigo público
Ravan Nasvi, natural de Azerbaiyán, decidió celebrar San Valentín con su novio. Aquella noche grabaron un vídeo de la fiesta. Cortaron una tarta, bebieron algo y lo publicaron en Facebook para que solo pudiera ser visto por sus amigos. Pero uno de ellos envió el vídeo a grupos homófobos en Telegram, Instagram y Tik Tok. «Todo el país empezó a hablar de nosotros. Incluso se decía que éramos espías de Estados Unidos», relata Nasvi. En las tiendas dejaron de venderles comida y tuvieron que mudarse a Baku, la capital. Cuando estalló la pandemia y a través de una asociación LGTBI+ de Canadá, llegó a España.

«Azerbaiyán es una república muy conservadora, donde la gente piensa que si eres gay es porque estás enfermo. El Gobierno monitoriza los teléfonos. No puedes hablar por WhatsApp o Telegram. Incluso si escribes ciertas palabras, como Azerbaiyán, LGTBI+ o derechos humanos, al día siguiente te pueden llamar de la comisaría. Hay redadas arbitrarias, y las detenciones y delaciones están a la orden del día. Si te niegas a colaborar, pueden encarcelarte de cinco a diez años. La policía también puede hacerte una prueba del VIH y, si das positivo, publican tu foto para señalare como un enemigo», cuenta Nasvi.

Llegó a Madrid el 6 de diciembre de 2020. La Policía del aeropuerto le dio la bienvenida y le aseguró que tendría ayuda: «Quizá España sea mi país, donde puedo ser feliz y libre». La otra cara de la moneda es que cuando fue a un club gay por primera vez, un vecino les gritó a quienes esperaban en la entrada: «¡Maricones!». Comprendió que, más allá de países concretos, «vivimos en un mundo homófobo». Pese a todo, reconoce, que estos nueve meses han sido los mejores de su vida. «Si me otorgan el asilo, cada 6 de diciembre lo celebraré como si fuera mi cumpleaños», dice.

Ave Fénix
Loren Michel Campiño
Loren Michel Campiño – ABC
Loren Michel Campiño se fue de Colombia para proteger su vida. Su pueblo está en el Valle del Cauca, en Versalles, donde era la única chica transgénero. Trabajaba en el servicio doméstico y vivía con su familia, hasta que el 11 de julio de 2004 un conocido le descerrajó dos tiros por la espalda. Sobrevivió, pero tiene dolores crónicos en la columna.

Loren llegó a España el 5 de julio de 2019. Tras pasar por Tenerife y malvivir en Málaga, recaló en Madrid. «Hace cinco meses pedí el estatus de refugiado a través de CEAR. Siempre he dicho que soy una mujer apoteósica, soy como el Ave Fénix, que resurge de sus cenizas. En España hay más libertad, aunque sigue presente la homofobia. Hay cierta normalidad cuando vas por la calle y ves a dos hombres o a dos mujeres de la mano, pero si eres una mujer transgénero, todo el mundo te señala. Quiero ser enfermera, salir del cliché de ser, tan solo, una refugiada LGTBI+».

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