Después de la retirada

La salida de EE UU y el acuerdo en la UE de delegar en los vecinos la atención a los desplazados llena de incógnitas el futuro de los afganos

Diario Vasco, , 02-09-2021

Los talibanes se aseguraron de que la retirada de Estados Unidos se convertía en realidad con la partida del último C-17 al filo de la medianoche para hacer visible ante el mundo su toma del poder. El paseo de sus fuerzas de élite por el aeropuerto de Kabul, del que se han evaporado los miles de civiles que esperaron durante días en vano abordar un avión, y la exhibición del material militar abandonado acreditan su empeño de no ahorrar una última humillación a la potencia que durante dos décadas lideró la ocupación del territorio. Joe Biden puede ahora defender ante su opinión pública el fin del conflicto más largo cuando quedan solo unos días para el 20 aniversario de los atentados del 11-S; y felicitarse por el puente aéreo que repatrió a 120.000 estadounidenses y a sus ayudantes afganos y familias. Pero el respaldo popular al adiós flaquea al enjuiciar las imágenes de las últimas jornadas, la más dolorosa sin duda la de los trece ataúdes llegados a la base aérea de Dover. Y el mandato del presidente demócrata habrá de enfrentar el cinismo de los republicanos que embarcaron a la comunidad internacional en su ‘guerra contra el terror’ y cerraron en Doha el acuerdo de salida con el ‘enemigo’ de entonces y de ahora. El compromiso de Biden de ayudar a salir a los que dejaron atrás todavía está por acreditar.

También el de la Unión Europea, que después de jugar un papel subordinado de EE UU en la retirada y renunciar a coordinar la operación de rescate más allá de designar a España como centro de distribución de exiliados, se dispone a delegar la gestión de los desplazados en los países vecinos de Afganistán a cambio de un flujo de millones. Austria, Dinamarca o República Checa señalaron con claridad el objetivo comunitario en este ‘día después’: conjurar un escenario como el de la marea de refugiados sirios de 2015, evitar «incentivos a la inmigración ilegal» e impedir que los afganos lleguen a Europa. La ‘respuesta común’ se reduciría a una acogida voluntaria por los países dispuestos a hacerlo, a «asumir la responsabilidad individual que les corresponda», en palabras del ministro Grande-Marlaska. Y todo en el marco de la acción «coordinada de la comunidad internacional», en la que solo Canadá parece mostrarse realmente activo. Entre la espada de los talibanes –que dependen de terceros hasta para operar el aeropuerto de Kabul– y la pared de unas promesas tan débilmente articuladas quedan ahora los afganos.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)