«Rodeada de cadáveres en el mar, ves que todo se acaba»
Superviviente. Aïcha, una mujer costamarfileña de 24 años, pasó ayer por Irun tras sobrevivir en abril 22 días en un cayuco con 24 muertos y dos migrantes más rescatados por un helicóptero
Diario Vasco, , 25-08-2021La de Aïcha Kone es una de esas historias capaces de sobrecoger incluso a los voluntarios de Irungo Harrera Sarea. Los miembros de esta red de acogida recalcan que «todo migrante llega con su mochila» de penuria, hambre y coqueteo con la muerte durante su huida de África rumbo a Europa. Esta costamarfileña de 24 años sintió el filo de la guadaña durante los 22 días y 22 noches que sobrevivió a bordo de un cayuco a la deriva. Iban 27 migrantes, pero solo se salvaron tres, tras un rescate tan dramático como milagroso. «He tenido suerte», resume con una sonrisa que podría mantener en su rostro para siempre tras haber esquivado la muerte en medio del océano Atlántico, en medio de «la nada».
Aïcha llegó a Irun la noche del lunes, en un autobús desde Bilbao, tras volar de Tenerife a Loiu. Lo hizo acompañada de una pareja que iba a hacer el Camino de Santiago. «Tenía que comprar el billete del autobús, pero solo admitían tarjeta y me ayudaron», agradece. No hace ni diez meses que salió de casa, un tiempo récord. A su lado, Kya, otra mujer de Costa de Marfil que arribó a la ciudad fronteriza el lunes por la mañana, apunta que ella lleva «tres años y medio» de travesía, «casi» ha olvidado el día que partió con la esperanza de encender otra vida en París, donde la espera su marido. A Aïcha le aguarda el suyo, en Carcassonne. «Tengo ganas de llegar», dice.
Garbiñe facilita a Aïcha y Kya las maneras de ir a Baiona, adonde ambas costamarfileñas pudieron llegar por la tarde.
Imágenes del rescate de Aïcha y otros dos supervivientes en aguas del Atlántico el pasado 26 de abril, cuando iban en un cayuco con 24 cadáveres a bordo tras 22 días a la deriva, a casi 600 kilómetros de El Hierro. / DE LA HERA / EFE
Como cada día sobre las 10 de la mañana en la plaza San Juan, la gente de Irungo Harrera Sarea instruyó ayer a estas dos mujeres sobre las formas de cruzar a Iparralde. El turno matinal lo cubren esta vez Garbiñe Imaz y Gari Garaialde. Los martes suele ser una de las mañanas más tranquilas, porque de lunes a miércoles son los días de la semana con menor flujo de migrantes. Ayer solo cinco habían pernoctado en el recurso de Hilanderas, «dos de Guinea Conakry y tres de Costa de Marfil». Tres hombres y estas dos mujeres costamarfileñas a las que, nada más verlas, les cambian la camiseta negra y limpia que les habían facilitado en el recurso de Hilanderas, porque levantaría las sospechas en un control policial.
«El cayuco era viejo y el segundo día se paró el motor; no había nada que comer ni beber salvo la lluvia; solo veíamos mar»
AÏCHA KONE
Costa de Marfil, 24 años
«Cuando salí de casa sabía que el viaje sería duro, quizá no tanto; Tengo ganas de ver a mi marido en Carcassonne»
Garbiñe explica que «generalmente» las mujeres suelen venir de una manera más segura que los hombres, porque «muchas» tienen a su pareja ‘asentada’ ya en Europa y han podido contratar previamente algunos traslados. Bien pudo ser el caso de Aïcha a juzgar por las fechas que marca en su recorrido, donde evitó el siempre inhóspito tránsito por Marruecos: salió de Costa de Marfil el 29 de octubre y el 11 de noviembre ya estaba en Mauritania tras atravesar también Malí. Todo se «complicaría después».
Devuelta a Malí
Al llegar a Mauritania, la frontera estaba cerrada. «Estuve dos días por el desierto hasta que pude entrar y llegar a Aiún, una pequeña ciudad», recuerda. Cogió después un tren a la capital, Nuakchot, en la costa, donde «iba a coger un barco». Pero «la policía nos cogió a varios, pasamos seis días en prisión y nos devolvieron a Malí». Vuelta a la casilla de salida. «Sabía que el viaje sería duro; quizá no tanto», señala. El 31 de diciembre pudo volver a colarse en Mauritania, de nuevo con Nuakchot como meta.
Le costó agenciar el cayuco en el que cruzar a Canarias, donde embarcaron 27 migrantes. Tiene el calendario grabado a fuego en su cabeza. Era «el 4 de abril», recuerda. La embarcación «era vieja», lo cual no le inquietó demasiado. «El capitán nos dijo que en tres o cuatro días llegaríamos a España», pero en sus cálculos no entraban los achaques de la embarcación. «El segundo o tercer día, el motor se paró». El bote quedó a la deriva y sin reservas de agua para la tripulación. Supuestamente, para el tercer día «íbamos a ver la costa», pero solo divisaban «agua y más agua». Así llegó el cuarto día. «No teníamos nada que comer ni beber», recuerda. «Dos días después», la deshidratación y la flaqueza comenzaron a cobrarse las primeras vidas. «En Mauritania hubo días que no pude comer nada», señala. Al resto de migrantes no les iría mucho mejor.
«Poco a poco» pasaron «un día tras otro», una noche tras otra, y el agua de la lluvia pasó a ser su único sustento. «Eso pudo salvarme», recuerda. A su alrededor, la morgue flotante iba aumentando. «El barco era un cesto de cadáveres. Pensamos en lanzarlos al agua, pero ¿qué íbamos a ganar con ello?». La escena parecía el presagio de lo que se le avecinaba. «Sí, piensas en que va a ser el final, que todo se va a acabar ahí». Perdió la noción del tiempo. «Pregunté a un compañero que ahora está en Málaga cuántos días llevábamos, y me dijo que 18».
Aún pasaría otros cuatro más, recostada sobre el carel de la embarcación. Sin fuerzas, entre travesaños y cuerpos inertes, «no podíamos movernos». Pero el lunes 26 de abril, vio un ángel en forma de helicóptero. «No sé cómo nos encontraron, no llegamos a ver ningún barco».
Según relataron los rescatadores entonces, un avión de Salvamento y Rescate (SAR, Search and Rescue en inglés) del Ejército español avistó la embarcación «en medio de la nada», lejos de la conocida ruta canaria y de todo rumbo de navegación habitual, a unos 590 kilómetros de la isla de El Hierro. Dieron el aviso, y la distancia puso a prueba las reservas de combustible de la nave.
Quince días en el hospital
Del rescate, que se prolongó más de 40 minutos ante la escasa colaboración física que podían brindar los tres migrantes que quedaban vivos, Aïcha apenas recuerda nada. «Estaba muy débil», fruto de una deshidratación aguda. No queda claro si lo recuerda o se lo han contado. «Estuve dos semanas recuperándome en el hospital» de Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife, adonde fue evacuada.
Desde el aeropuerto tinerfeño voló a Loiu. Kya también vivió sus vicisitudes, sobre todo «en Marruecos», y cita Dajla y El Aaiún, en el Sáhara Occidental, puertos habituales de la ruta canaria ocupados por Marruecos. La mujer rompe a llorar cuando cuenta que en su país, como tantas mujeres, había sufrido la ablación. Garbiñe le da un nombre y una dirección en París donde le podrían hacer la reconstrucción genital.
Kya y Aïcha, que afirman haberse conocido en Irun, recobran la sonrisa. Son más de las 12 del mediodía, buena hora para cruzar la muga. Tienen suerte y por la tarde llegan a Baiona, la siguiente meta de los migrantes tras Irun. Misión cumplida. Otra más.
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