Leyendas de Chinatown
El País, 08-07-2006La plaza del Reloj, en el barrio de Fondo, donde se reúnen los inmigrantes chinos para fumar cigarrillos y hablar por el móvil, y luego reintegrarse a sus turnos, tiendas y tornos – y a esos legendarios talleres clandestinos, subterráneos, a los que se baja por torcidas escaleras, donde se respira un aire malsano, se trabaja con los pies hundidos en el pavimento encharcado, se entierra los muertos a escondidas para pasarle su documentación a otro chino: lugares tan infernales que no está claro que existan – , la preside una escultura pública: la efigie yacente de una mujer o una diosa, de miembros fuertes y expresión severa, que recuerda un poco las esculturas precolombinas de personajes tumbados, con las piernas dobladas y mirando de lado. Como ellas, esta mujer de la plaza del Reloj tiene un aire de extraterrestre con malas pulgas, sus ojos ciegos parecen dispuestos a proyectar rayos letales. Cuando Manuela de Madre obtuvo la alcaldía de Santa Coloma de Gramenet declaró que el lugar de la mujer no está por los suelos, y que elevaría a la de la plaza del Reloj; supongo que así quería compensarla por los curiosos episodios, reseñados en la prensa de la época, en que algunos adolescentes se entregaban allí a tocamientos libidinosos mientras paseaban la mano sobre los pechos pétreos de la diosa malhumorada.
Ahora la mujer de piedra sigue cabreada, pero sobre un zócalo. En la plaza, rompeolas de las sucesivas mareas de inmigrantes, de cuyas inmediaciones hace unas décadas salían, de madrugada o caída la noche, los autocares pirata hacia las ciudades andaluzas… Ahí es donde el imaginativo o fantasioso señor Chan, empresario chino de sonrisa encantadora, con residencia en Badalona y una próspera empresa en Mataró, propuso no hace mucho a las autoridades de la ciudad levantar un arco rojo, de plástico brillante imitación laca, con caracteres dorados, y unos dragones verdes y dorados rampando por las jambas, donde se pudiera leer, en caracteres latinos e ideogramas mandarines, la palabra Chinatown: o sea, algo parecido al arco rojo que señala el principio del mercado y los restaurantes chinos de Londres, y que le da ese color exótico y especial a Leicester Square, entre Picadilly y Covent Garden…
El proyecto de Chan fue rechazado porque el municipio se esfuerza en que en los 3,5 kilómetros cuadrados del suelo urbano de Santa Coloma convivan y se mezclen las cerca de 160 nacionalidades y etnias inmigrantes, entre ellos paquistaníes, chinos, árabes, subsaharianos. Leo con gran placer, y asintiendo a cada línea, las sensatas instrucciones y consejos que a todos ellos imparte el señor alcalde en un documento plurilingüe titulado La convivencia vecinal: Hay que respetar las normativas, dice, procuren no hacer ruido excesivo, las basuras se bajan al contenedor a sus horas, hay que transmitir a los niños los hábitos de buena vecindad, etcétera. Pero luego deduzco que el barrio es un polvorín que puede explotar a la primera llamarada o crisis. Aunque se cruzan en la escalera, los árabes no se llevan fraternalmente con los negros, y los zurdos no tragan a los diestros… y nosotros, a juzgar por las voces indignadas, furiosas, de algún vecino que a la primera pregunta clama contra las mercedes que el Gobierno supuestamente concede a los forasteros recién llegados, mientras a los indígenas nos niega el pan y la sal y nos cose a impuestos… nosotros no soportamos a nadie. Ni siquiera a los chinos, pese a sus dulces sonrisas y silenciosa, discreta, presencia: no entran en los bares, no te miran, y no das crédito a tus ojos si entrada la noche sorprendes en la rambla del Poblenou una reyerta en la que los camorristas chinos se desempeñan con la misma violencia y brutalidad que los de cualquier otro origen.
Por las calles empinadas alrededor de la plaza del Reloj, en los locutorios telefónicos y en las oficinas de consultas legales y de extranjería, se anuncian dormitorios, o el uso parcial de cuartos, con fórmulas reveladoras: “Se alquila una habitación para pareja y chico”. “Habitación para familia y chica”. “Se busca pareja o chica para compartir cuarto”. Algunos anuncios especifican: “De preferencia, latinos”. Los suramericanos componen la comunidad inmigrante más numerosa. Después, a la par con los magrebíes, ya vienen los chinos. ¡Parecen tan misteriosos y autosuficientes, tan completamente desprovistos de interés o curiosidad por nosotros, que despiertan nuestra admiración, pues nosotros tampoco nos encontramos muy interesantes a nosotros mismos, y menos al vecino! A ellos, a los chinos, sin duda también les mueve una serie de tonterías, pero serán tonterías diferentes, no las mismas de siempre. Las dificultades lingüísticas impiden saberlo a ciencia cierta. Eso sí, se expresan claramente a través del comercio, y encarnan el triunfo universal del comercio, del mercado.
La crisis del textil, o sea de “su” textil, fruto de la competencia de los productos que vienen ya manufacturados de la China, los empuja a buscar empleo en los mataderos, las carnicerías o los campos de cultivo. Allí los empresarios les tienen en mucha estima, pues no interrumpen el trabajo para rezar y le echan las horas que haga falta. Estos chinos de la plaza del Reloj, delgaditos, menores de 30 años, proceden de la provincia subtropical de Zhejiang, frente al mar del Este, una provincia de 100.000 kilómetros cuadrados, con 200 islas y 46 millones de habitantes. Allí se trabaja la seda, se cultiva el arroz, se pesca, y es de allí de donde salen los emigrantes en dirección al Continente Europa, sea Escocia o España, Eslovaquia o Alemania. La capital, Hangzhu, construida alrededor del inmenso lago del Oeste, de aguas transparentes y profundas donde moran seres míticos, es una de las maravillas de la China, y una ciudad tan antigua, tan monumental y hermosa que se dice: “En el cielo está el paraíso, y en la tierra, Hangzhu”. Y los afortunados que conocen ambos lugares dicen que puestos a elegir no sabrían qué es mejor…
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