El espejo de Simone

La crisis de la gimnasta es heredera de ese ideal que premia llevar cuerpos y mentes al límite

Diario Vasco, Álvaro Bermejo, 03-08-2021

La retirada de Simone Biles de la final por equipos de los Juegos de Tokio evidencia una tensión latente en los deportes de alta competición, pero ésta va mucho más allá de la presión física y psicológica a la que están sometidos los atletas. Ya desde su recuperación, en 1896, las Olimpiadas modernas se vieron tensionadas por dos imperativos contradictorios: defender un ideal de hermandad alejado de la «lepra plutocrática» –como cantaba en aquella Atenas el ‘Himno a Apolo’ compuesto por Fauré– y una larvada presión ideológica donde el culto exacerbado a la nación, y a la pugna entre naciones, tampoco excluía un claro darwinismo social y racial.

La crisis de Simone es heredera de ese ideal que premia llevar cuerpos y mentes al límite y, por encima de todo, el prestigio patrio de la victoria. Hace un siglo, hasta el barón de Coubertin defendía tesis abiertamente racistas, hasta el punto de llegar a proponer que se le concediera a Hitler el Nobel de la Paz.

Conocemos el episodio de la Olimpiada de Berlín en el que el Führer se retiró de su palco para evitar dar la mano a Jesse Owen. A su regreso, invitado a una recepción en el Waldorf Astoria, tuvo que entrar por la puerta reservada a los negros. Y así acabó sus días, compitiendo contra caballos en un circo. La segregación racial no era una exclusiva hitleriana. En los Juegos de San Louis el equipo norteamericano sólo presentaba atletas blancos. Para los negros se implementó una competición paralela, ominosamente bautizada como los ‘Anthropological Days’.

En cuanto a la participación femenina, sólo tolerada a partir de 1928, en los Juegos de Amsterdam su presidente honorario no se privó de manifestar que con ellas la Olimpiada se volvía simultáneamente «antiestética» e «incorrecta». Otra incorrección comenzó a afianzarse a partir de entonces, la de la profesionalización de los atletas. Lejos del amateurismo original, puesto que la Olimpiada marcaba el rango de las naciones, ya no importaba participar sino ganar medallas. Los ‘Dioses del Estadio’ filmados por Leni Riefensthal en Berlín siguen siendo los mismos en Tokio 2021.

La deriva política de los Juegos hoy ya es indisociable de esta kermés planetaria que ha convertido el deporte de alta competición en un poderoso actor transnacional. La euforia con que glorificamos los triunfos nacionales va dejando sus víctimas. Ningún problema. Con los despojos de Simone ya hemos cocinado un lacrimógeno melodrama mediático, a mayor gloria del mercado.

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