Los peor parados

El idioma, la precariedad y el miedo a la expulsión hacen de los inmigrantes el colectivo más vulnerable a accidentes laborales

El País, 07-07-2006

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Abdessamad Aknin tiene 29 años y vino hace siete a España con la idea de traer a su esposa y establecerse. Pero como les ocurre a muchos inmigrantes, acabó estrellándose con la realidad, o en su caso, con el suelo de un garaje en la obra donde trabajaba. Tuvo un accidente laboral hace tres meses y desde entonces lleva un corsé de plástico, del que no puede separarse, por una lesión en la espalda. También lleva muletas, porque tiene la pierna rota. No son sus únicos problemas. Ahora tiene una hija de un mes enferma en Marruecos.


Nunca pudo traer a su mujer y pocas veces consigue juntar el dinero suficiente para visitarla. Aunque Aknin lleva siete años en España, habla de manera entrecortada y le cuesta entender el castellano. Los extranjeros que acaban de llegar tienen muchas más dificultades.


El problema de la comprensión del idioma es una de las razones por las que los inmigrantes sufren más accidentes, según Javier Torres, responsable adjunto del área de salud laboral de CC OO. “Otro de los motivos tiene que ver con que no reciben ni la protección ni la información adecuada, además de trabajar generalmente en empleos que no quieren los españoles y cuyas condiciones son especialmente malas. Por ejemplo, la construcción o el campo, donde el índice de siniestralidad es más alto”, explica.


Aknin recibe un sueldo mensual de 999 euros, de los que suele mandar unos 300 a Marruecos. Con el resto debe pagar el alquiler del piso, un préstamo y tratar de vivir. Al sueldo generalmente bajo que cobran los inmigrantes hay que restarle el dinero que entregan a sus familias, un constante sumidero para sus economías.


Guillermo Martínez (nombre ficticio), ecuatoriano de 33 años, lleva desde febrero de baja y recibe 680 euros al mes. También manda todos los meses cerca de 300 euros para sus tres hijos que viven en Ecuador. Guillermo es otro caso de familia rota y de un padre preocupado por sus hijos. “Lloraba todos los días”, cuenta.


Su cruz fue el accidente por el que casi perdió la mano con una máquina de cortar madera. “Fue como una película de terror. No nos daban ningún tipo de protección, ni casco”, explica. “Debería haber más controles, más inspecciones. Si fuera así, verían todo lo que se hace”.


La máquina con la que se cortó era vieja, estaba medio rota y no tenía la protección adecuada. Él ni siquiera llevaba guantes de hierro.


Guillermo Martínez ya había sufrido un accidente con anterioridad. Fue hace tres años, cuando todavía era ilegal. En aquel momento no lo denunció. Temía que lo expulsaran y además en la empresa le habían prometido reincorporarle si no decía nada.


Casos como éste demuestran que la siniestralidad de los inmigrantes escapa muchas veces a las estadísticas o aparece disfrazada. De momento, los datos oficiales no permiten discernir si el accidentado es español o inmigrante.


Ana María Corral, responsable confederal de Migraciones de UGT, afirma que los inmigrantes que trabajan en la economía sumergida suelen tener más accidentes. “Los empresarios que no cuidan la legislación laboral tampoco se preocupan de la seguridad de los trabajadores extranjeros”, explica.


Pero hoy en día un inmigrante puede regularizar su situación si denuncia el accidente laboral que ha sufrido. Algo que no hizo Guillermo cuando se cayó en la obra y tuvo que estar cuatro meses de baja sin indemnización. Fue la solidaridad de algunos compatriotas lo que le permitió seguir adelante.


Sory Doumbouya acaba de recibir el alta, es de Guinea y tiene 27 años. Llegó hace cuatro en una patera. Su accidente se produjo trabajando en las obras de la M – 30, cuando se le cayó una caja de 12 metros llena de barras de hierro que le destrozó el pie. No sabe de qué va a trabajar ahora porque los dolores no le permiten transportar peso. Se queja de que en la empresa no le han dado el parte de accidente. “Muchas veces se creen que por ser inmigrantes somos tontos e intentan sacar provecho”, explica. “¿Qué espero del futuro? Poder traerme a mi hija y a mi esposa, a las que hace años que no veo”.

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