'Beatriu': ¿el paraíso o el infierno?
El Periodico, , 22-07-2021El drama de la emigración que vivimos en nuestros días parece no tener fin ni solución. Mientras tanto, cientos, miles de muertes en los mares no preocupan a los responsables de los países afectados a ambos lados que miran con indiferencia un problema que deberían intentar resolver urgentemente. Reflexionar sobre lo que está ocurriendo es, como mínimo, una necesidad y esto es lo que pretenden los miembros de la compañía Espai en Construcció con Beatriu, la obra que están representando en La Badabadoc incluida en la programación del Grec. Miran a los ojos lo que sucede y nos lo transmiten con tanta indignación como sufrimiento.
El escenario está íntegramente ocupado por ropa, telas esparcidas por todos los rincones. Hay diversos elementos como un secador portátil, una mochila y unas botas o una urna transparente con agua sobre una madera inclinada. Enfrente, hay un tendedero sobre el que cuelga la palabra Beatriu en letras fluorescentes rosas. A la izquierda, los dos protagonistas (Blanca Solé y Miquel Tamarit) visten un traje de plumas y están sobre un armazón metálico mientras que, a la derecha, se encuentra la violonchelista, Clara Sáez, con la mirada perdida y, al inicio, tocando el instrumento con los dedos, sin arco.
Empiezan la obra con un poema sobre el día del juicio y, poco a poco, vamos descubriendo que viven en una costa denominada Beatriu que los emigrantes consideran su tierra prometida, pero ellos dos no saben si encuentran en el paraíso o en el infierno. Se desprenden de los abrigos y su ocupación consiste en lavar las prendas repartidas por el suelo. Las rocas son peligrosas y provocan múltiples accidentes, por lo que tienen unas bolsitas con medicamentos para curarse. La llegada de cada nueva remesa es anunciada por una música desgarrada mientras merodean los buitres en busca de nuevas víctimas.
Beatriu también es el nombre del personaje al que aluden en un cuento que nos explican, una mujer que jura no abandonar jamás su pueblo y que sueña con un mundo justo sin miseria. Pero también conocerá a Caronte, el barquero que guía a los difuntos (es fácil relacionarlo con el trágico destino de la mayoría de las pateras). Occidente quizás sea la puerta del infierno. Los relatos y las palabras de Solé y Tamarit crean imágenes y nos hacen sentirnos entre ellos, transmitiendo su impotencia frente a los horrores que contemplan.
Un pañuelo rojo estampado con flores blancas jugará también un papel importante. Beatriu deberá enfrentarse a la bestia para llegar el paraíso. Paralelamente, los dos residentes también quieren irse, pero no saben cómo ni a dónde ya que deberían arriesgarse como ellos. Sus voces se amplifican para hablar de los horrores de la guerra cuya consecuencia es que los mares se tiñen de rojo. Y no hay ningún sitio sin buitres. Allí, al menos, tienen comida pero desearían escapar. La fantasía es lo único que les mantiene vivos.
La obra es como un espejo en el que todos nos podemos mirar. Los personajes se sienten, en parte, privilegiados pero también son cautivos de su conformismo, viven la tragedia de cerca y no se atreven a hacer lo mismo que los emigrantes por miedo. Una constante alegoría con momentos poéticos y otros duros, una trama algo dispersa y la mirada inquisidora de la violonchelista que resuena como una voz de la conciencia. Beatriu podría ser el paraíso o el infierno, el espectador es quien debe juzgarlo.
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