VICIOS DE LA CORTE

VICIOS DE LA CORTE: Mosquitos

El Mundo, 06-07-2006

RAUL DEL POZO

Intento inútilmente leer a Francisco de Quevedo y no me dejan leer ni dormir los mosquitos, tigres de Titulcia que se han apoderado de los insomnios de Madrid. Estamos acorralados por recuas de zancudos que aterrizan en las lámparas, en el mes de los goles y la negociación con ETA y por políticos y los que aspiran a serlo una vez que dejen la pipa. Unos y otros han convertido julio en una mascarada. La derecha no entiende que la política puede ser una guerra sin efusión de sangre; el Ejecutivo duda de que el poder surja del coche bomba; los etarras creen que ha sido el Gobierno el que ha izado la bandera blanca.


No es bastante la fumigación para acabar con esa invasión de jeremiadas, pasquines y mosquitos en el salvaje verano. Estoy como San Lorenzo, pero sin gozar de la parrilla; oigo el silbido insoportable del helicóptero zancudo que bombardea epidemias; no cesa la gran contaminación de los discursos repetidos, insistentes. Siguen llegando mosquitos de Titulcia.


Don Francisco de Quevedo pide más madera, me habla de los peligros y de las inmundicias de la blanda paz, intenta convencerme que del alto el fuego surge la abundancia, de la abundancia el ocio, del ocio el vicio y del vicio otra vez la puta guerra en su forma más vil, el tiro en la nuca.


Desde que hay incineradoras, que, por cierto, anuncian en la radio como yogures, han desaparecido las moscas, aquellas inevitables golosas de don Antonio que ya no salen de los párpados yertos de los muertos. Los mosquitos, que nos acorralan, vienen de Africa, se cuelan en las pateras y en los cayucos como antes se metían en los barcos de negreros. Los mosquitos, como el debate, nacen en las calaveras, como el poder de ETA. Los mosquitos papan a los que son de miel y con los tertulianos y los políticos no dejan dormir a nadie.


El caballero de las espuelas de oro conoció el infierno en vida y bebió el vino precioso con mosquitos dentro; describe en el Sueño del Infierno las recuas de los trompeteros de ciénaga, entre tizones, frailes de leche como capones, demonios mulatos zurdos, carniceros de los que en vida hicieron pasar por pasa la mosca golosa y muchas veces fue el mayor bocado de carne que había en el pastel. Preso en la Torre de Juan Abad y en San Marcos, mientras aprendía hebreo para comprender la paciencia de Job, fue asediado no sólo por los cortesanos enemigos sino por los mosquitos: Ministril de las ronchas y picada / Mosquito postillón, Mosca barbero / hecho me tienes el testuz harnero / y deshecha la cara a manotadas. Cegato y borracho el que fue secretario del Rey, aquel maestro de errores, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios, tampoco podía soportar ni la trompetilla que toca a bofetadas y con rejón contra el cuero, ni las desvergüenzas de la política.

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