Una lupa roja para descubrir la dura realidad
El libro 'La barca de Hanielle' relata una historia de migración, con ilustraciones que funcionan en dos planos y muestran lo diferentes que pueden ser dos vidas: «La infancia entiende cosas que los adultos hacemos más complejas», sostiene la autora del texto, Emilia Arias Domínguez
El Correo, , 28-06-2021‘La barca de Hanielle’ nos cuenta el viaje de la pequeña protagonista y su madre, que se ven obligadas a abandonar su casa y su tierra y emprender una travesía incierta a bordo de una frágil embarcación. Pero en el cuento, con texto de la periodista Emilia Arias Domínguez e ilustraciones de Cintia Martín, sucede un poco como en la vida real: vamos entendiendo la historia, sabemos lo que les pasa a Hanielle y su mamá, incluso nos conmovemos con su batalla contra el hambre y el miedo, pero no acabamos de ‘verla’ de verdad, porque los dibujos nos van presentando un relato muy distinto, el de una infancia más o menos convencional en un país rico. «En ese plano podemos ver el viaje de una niña que vive en un lugar privilegiado, que emprende un viaje seguro en un gran barco y con su familia. Hay comida y todas las necesidades cubiertas», explica Emilia. El libro (editado por la editorial bilbaína A Fin de Cuentos y con versión en euskera, ‘Hanielleren txalupa’) incorpora una lupa roja que, al aplicarla sobre las páginas, nos abre los ojos y nos permite contemplar realmente lo que estamos leyendo, ese viaje de sufrimiento que antes solo imaginábamos a través de nuestros prejuicios y nuestra cómoda distancia: «Cuando usamos la lupa, descubrimos el cayuco o barquita en el que viaja Hanielle acompañada por su madre y mucha más gente. Se acaba la comida, la noche les deja a oscuras, el mar les asusta…».
–¿Por qué este planteamiento? ¿Qué querían poner de relieve con este doble plano de la imagen?
–Es una excusa para entablar diálogos con nuestras criaturas y poner sobre la mesa temas como la desigualdad, la migración, el refugio para personas que viven situaciones muy difíciles… Es importante que sean conscientes de sus privilegios, alimentar sus conciencias y su empatía. Es una forma de entender lo diferentes que son nuestras vidas de las de otras personas y que todas esas vidas cuentan, importan. Nos importan. Además, las ilustraciones de Cintia Martín han logrado crear algo mágico de una forma muy artística.
–¿Es difícil conseguir que los niños crecidos en un entorno de privilegio comprendan la situación y las experiencias de la infancia menos favorecida?
–La infancia entiende cosas que las personas adultas hacemos más complejas. Para mi hija Nina, las fronteras no existen, los países son cosas abstractas que ella no comprende… Ella entiende mejor que muchas personas que se sientan en el Parlamento que es normal que, si una persona no tiene opciones para vivir una vida segura en cualquier lugar, trate de cambiar, busque mejores opciones para tener una vida con derechos.
«Para mí, ‘La vendedora de fósforos’ fue un shock. Entendí aquella injusticia de la pobreza, me indigné, lloré y sufrí por aquella pequeña… Y creo que sentir todo eso es importante si queremos un mundo algo mejor».
«Para mí, ‘La vendedora de fósforos’ fue un shock. Entendí aquella injusticia de la pobreza, me indigné, lloré y sufrí por aquella pequeña… Y creo que sentir todo eso es importante si queremos un mundo algo mejor».
EMILIA ARIAS DOMÍNGUEZ
–¿Cuáles son, a su juicio, los principales peligros a la hora de escribir una historia de este tipo dirigida a los peques? ¿Qué errores de enfoque conviene evitar?
–El mayor peligro es infantilizar tanto las cosas que acabemos hablando de ‘pájaros y flores’. Se les puede explicar que existe el hambre y que existe la guerra y que hay peques que no tienen posibilidad de asistir al colegio sin necesidad de utilizar una crudeza que les traumatice. ¿Cómo nos contaban sus vidas nuestros abuelos? A mí me hablaron de migración, de hambre, de guerra, de tiempos difíciles, de barcos a Argentina… y creo que eso me ha construido de una determinada manera. Otro peligro es la paternalización de las personas más desfavorecidas por este sistema capitalista global… Por eso es importante que tengan sus propios nombres, sus propias historias, sus propios sueños y preguntas. En cada cayuco viajan personas con vidas, familias que esperan una llamada desde alguna parte.
–Parece que cada vez se publican más cuentos que abordan este tipo de asuntos. ¿Cómo ve el mercado del libro infantil en este sentido?
–Es importante, al menos desde mi punto de vista, que las personas que mañana van a ser adultas comprendan la realidad que nos rodea. Hay libros infantiles muy potentes sobre igualdad, sobre respeto y sobre emociones. A mí me gusta muchísimo la colección ‘Érase una vez dos veces’, que da la vuelta a cuentos infantiles clásicos. También está muy bien ‘La Cenicienta que no quería comer perdices’… Leer cuentos es un patrimonio que nuestras criaturas van a llevar siempre consigo. Para mí, ‘La vendedora de fósforos’ fue un absoluto shock. Entendí aquella injusticia de la pobreza, me indigné, lloré y sufrí por aquella pequeña… Y creo que sentir todo eso es importante si queremos un mundo algo mejor.
(Puede haber caducado)