Entrevista: Alberto Anaya
Canarias 7, 03-07-2006
Las Palmas de Gran Canaria
– El libro aborda el acoso de los corsarios berberiscos entre 1669 y 1749 a las islas Canarias, así como sus consecuencias. ¿Qué peculiaridades distinguen este periodo respecto a otros ataques similares?
– A diferencia de los corsarios europeos, los saletinos (de una parte de Rabat) y los argelinos, fueron especialmente dañinos, porque con Europa había paces temporales, pero con ellos el estado de guerra fue permanente, y el acoso constante hasta finales del siglo XVIII. También porque venían a hacer cautivos. Si encontraban cosas de valor se las llevaban, pero su objetivo era cautivar. De hecho, los pescadores del banco canario sahariano eran los que más sufrían sus ataques, y pocas cosas de valor podían tener. Los querían a ellos, como inversión. La media de cautiverio era cinco años, primero los ponían a trabajar y luego cobraban el rescate a los familiares, si eran pudientes, o a dos órdenes redentoras, La Merced y La Trinidad. Aunque luego había de todo, algunos renegaban e incluso se hacían corsarios. Es el caso de Simón Romero, un pescador muy valiente que llegó a Gran Almirante. Otros renegaban sólo para poder volver y huir una vez aquí.
– ¿Que cree que puede aportar esta información hoy en día? Al fin y al cabo, la relación del Archipiélago con África es un tema de actualidad.
– En este sentido, lo primero que quiero aclarar es que ellos vinieron después de que los canarios saquearan la costa vecinas, desde mediados del siglo XV hasta finales del XVI hicimos exactamente lo mismo que ellos hicieron luego, los ricos se rescataban, los pobres se esclavizaban. Y había canarios que se iban voluntariamente a hacerse corsarios, porque era una sociedad más igualitaria, donde un valiente podía ascender, mientras que la canaria era más encorsetada. Y creo que todo ello sirve para darse cuenta de que ninguna colectividad es homogénea, en primer lugar, y que la integración es un fenómeno muy complejo, pero imparable.
– ¿Y que solución propone para alcanzarla?
– En primer lugar, aprender de los errores. Y darse cuenta de que hoy en día vienen huyendo de hambre o guerra. Nadie emigra por gusto. Para acabar con las pateras la única solución es desarrollar África, propiciar que tengan trabajo allí y no apoyar dictadores ladrones, como han hecho los gobierno occidentales, o vender armas. La relación entre ambos siempre ha sido más provechosa para nosotros, tenemos que ser conscientes. Es una obviedad, en realidad, pero no se ve porque no hay deseos de hacerlo. Este libro podría servir para romper tópicos, que es imprescindible para forzar un entendimiento.
– Incluye, por cierto, una cantidad asombrosa de datos, incluso de la vida a bordo. ¿Cuánto tiempo le ha llevado y dónde se ha documentado?
– Comencé el trabajo hace más de 20 años con una serie de artículos, y aunque lo dejé un poco aparcado por otras cuestiones, seguí recopilando material. Tengo miles de fotocopias; de hecho no he podido incluir todo, y hace tres años me entregué de lleno al libro. La documentación, en gran parte, la obtuve de los interrogatorios que la Inquisición hacía a los renegados, que se llama Discurso de vida, y en los que repasaban la vida completa de la gente. Sé lo que comían porque lo cuentan en su relato, aceite, vinagre, dátiles, poco pescado. Otro cuenta que todas las tardes rezaban a Alá; por eso es tan buena la documentación inquisitorial. En realidad investigar es como seguir una novela policiaca, apasionante enlazar datos, contrastar hipótesis.
– Una pasión que acaba de ser recompensada con el premio Internacional Agustín Millares Carlos de Investigación en Humanidades. ¿Qué ha supuesto para usted?
– Fundamentalmente un reconocimiento a un trabajo de muchos años. Es agradable.
– Desde su perspectiva de profesor, ¿que opinión tiene de las nuevas generaciones de investigadores?
– Les interesa mucho la historia, sobre todo de Canarias. Hay gente muy valiosa.
Tsunami en La Luz
El profesor Anaya no descansa. Y en ese constante bucear entre documentos antiguos, acaba de hallar la prueba de un suceso insólito que nadie conocía. Un tsunami que asoló Gran Canaria en 1755. Fue a raíz del terremoto que tuvo lugar en Lisboa. Allí murieron cientos de personas. En la isla, el mar se retiró 50 metros y la Ermita de la Luz amaneció después del susto llena de peces muertos. También un barco hundido, cuya existencia se desconocía, quedó al descubierto. «Es una pequeña investigación que me pidieron en una revista y que no me costaba mucho trabajo», asegura Anaya con modestia. La revista es Guía Histórico Cultural de Telde. Allí aparecerán todos los datos.
La huella de los hechos, de refranes a topónimos
Investigar las consecuencias que ese acoso berberisco tuvo desde todos los puntos de vista en la población canaria ha sido la parte más gratificante para el profesor Anaya. Y es que, las anécdotas en este capítulo son interminables. Ocurre por ejemplo con las consecuencias legales. Anaya nos descubre una cláusula que aparecía en los documentos de venta que decía «la venta es válida salvo peligro de fuego o moros». También desde el punto de vista religioso, la devoción a la virgen de La Merced se explica porque era la patrona de los cautivos, porque aquí no hay conventos. «Eso indica que era un problema real para muchas familias». De hecho, explica Anaya, las mujeres muchas veces tenían que pedir limosna cuando se quedaban solas. Y otras tantas acudían a la hechicería para saber de sus maridos.
Se nota asimismo en los romances. El libro recoge hasta nueve que hablan de cautivos. O poesías como la que reza «Laurencia se fue a bañar/sus carnes blancas y bellas/vino un barquito de moros/ y a Laurencia se la lleva». O bien refranes, como el que se utiliza en Lanzarote y Fuerteventura: «Le tengo más miedo que a una lancha de moros». O aquella mujer palmera que según detalla un proceso de la Inquisición, ante la pelea de su marido con otros tres hombres exclamó: «Desdichada de mi, combatida más que el castillo de Arguín», una plaza que los marroquíes capturaron en 1441, más de 40 años antes de que la mujer pronunciase lo que ya sería entonces una expresión popular.
Otro ejemplo, los topónimos. En Lanzarote hay un sitio que se llama la Cautiva. Y milagros, muchísimos. Uno curioso, cuenta Anaya, es el que narra un escrito de un notario sobre un bajel moro que fingió ser amigo para poder capturar a los «incautos pescadores», que se salvaron porque la virgen hizo zozobrar el navío. Y es que Anaya encontró después en un interrogatorio de la Inquisición el relato de este mismo hecho, donde se limitan a culpar al mar del movimiento del barco, pero que demuestra su veracidad.
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