«Las ratas nos comen los labios y las piernas»

- Más de medio centenar de ilegales viven en naves industriales en el centro de la ciudad por su negativa a entrar en el centro de acogida - Pese a que se les atribuye la mayoría de los delitos no les pueden repatriar porque ocultan su nacionalidad

La Razón, 02-07-2006

Ceuta – Las autoridades y las Fuerzas de Seguridad ceutíes se ven
impotentes para erradicar el contigente de más de medio centenar de
inmigrantes argelinos, de los que la Policía dice que son en realidad
marroquíes que ocultan su identidad, que se niegan a ingresar en el CETI.
El último intento fue el pasado viernes pero, como en todas las ocasiones
anteriores, los resultados de la intervención policial duraron pocas
horas. En esta oportunidad fueron efectivos del Cuerpo Nacional de Policía
los que se personaron en dos antiguos pabellones industriales situados en
pleno centro de la ciudad para desalojar al medio centenar de inmigrantes
argelinos (o marroquíes que se hacen pasar por ellos para no ser
repatriados) que se empecinan desde hace más de un año en ocupar las
naves, anexas a uno de los inmuebles de los Hermanos Franciscanos de la
Cruz Blanca donde reciben auxilio y comida.
Después de reunir a
todos los integrantes del grupo en un patio exterior entre las naves, los
inmigrantes fueron esposados y trasladados a través del comedor de los
religiosos con la intención de llevarlos a la frontera del Tarajal y
expulsarlos a Marruecos.
Sin embargo, como en tantas otras veces,
las autoridades del país vecino se negaron a reconocer como nacionales a
los indocumentados, que apenas dos horas después volvían a estar en los
pabellones.
Guardia Civil, Policía Nacional y Policía Local han
intentado prácticamente de todo para eliminar esta bolsa de
indocumentados, a los que las Fuerzas de Seguridad atribuyen buena parte
de los pequeños robos
y actos delictivos que suceden en la
Ciudad Autónoma. Los ocupantes de las naves han padecido en ellas el acoso
de los roedores y brotes de sarna; el frío del tímido invierno del
Estrecho de Gibraltar y el calor húmedo y sofocante del verano.
Los pabellones se han limpiado, desratizado y desinfectado una y otra
vez antes de tapiar sus puertas y ventanas pero, irremediablemente, los
inmigrantes magrebíes siempre vuelven allí, a pesar de que altos cargos de
la Delegación del Gobierno en la ciudad han llegado a personarse en las
infectas dependencias que ocupan para convencerles de desistir de esta
«okupación» y ofrecerles el ingreso en el Centro de Estancia Temporal de
Inmigrantes (CETI) local, donde podrían gozar de agua corriente y techo,
entre otras muchas ventajas.
Actualmente estas instalaciones, que el
nuevo delegado del Gobierno en Ceuta, el onubense Jenaro García – Arreciado,
definió esta semana como «un orgullo para la ciudad», acogen actualmente a
poco más de 400 indocumentados, la mitad de ellos asiáticos y la otra
mitad subsaharianos (cada vez menos) y magrebíes.
Dado que su
capacidad máxima es de 512 personas, cuenta con más de 100 plazas libres.
«Aquí dentro existen unas reglas», explican algunos responsables del CETI,
que aclaran que aunque los de
Ceuta y Melilla no son «centros de
internamiento, como muchos otros de la Península, sino de estancia» los
extranjeros allí acogidos sí deben someterse a ciertas premisas como la de
estar a las 23:00 horas, sin falta, dentro del centro. «Generalmente a los
argelinos o dicen que son argelinos no les interesa la vida del CETI, que
básicamente acaba consistiendo en esperar una resolución del Estado sobre
sus papeles para ser repatriados o ser trasladados a la Península»,
explican estas mismas fuentes, que han visto cómo decenas de estos
inmigrantes acaban dejando las instalaciones para volver a las naves del
Sardinero o a las escolleras del Puerto.
Agentes de la Guardia Civil
en Ceuta ratifican que «ahora mismo» los inmigrantes que más quebraderos
de cabeza les ocasionan son ellos. «Seguimos pensando que esa bolsa de
cerca de un centenar de extranjeros que dicen que son argelinos para no
ser repatriados son en realidad marroquíes que atraviesan la frontera como
residentes en la provincia de Tetuán y después se deshacen o encargan a
alguien que cuide sus pasaportes para no ser identificados», explican.
«Cada vez que llega el Ramadán», argumentan desde la Benemérita, «ese
contingente se reduce a la mitad o menos, y la única explicación para ello
es que se van con sus familias a pasar el mes sagrado y después
vuelven a Ceuta a sobrevivir como pueden y a merodear por la Estación
Marítima buscando la oportunidad de cruzar el Estrecho bajo un camión o
por cualquier otro medio».
La situación ha llegado a tal punto
que la Ciudad ha asumido finalmente la necesidad de derrumbar las naves
del Sardinero, donde los inmigrantes se las han ingeniado incluso para
tener electricidad tendiendo cables ilegales sobre la instalación de un
bloque de viviendas cercano, como única solución viable para eliminar ese
foco irreductible de inmigrantes.
Como en un «estercolero». Dentro
del estercolero, sin embargo, nada ha cambiado tras las insistentes
redadas de los últimos meses. «Todos somos argelinos aquí», insiste A. R.,
que dice dormir rodeado de ratas cuyo tamaño compara con el de su
antebrazo. «Por la noche ya han mordido a dos compañeros en las piernas y
en los labios», asegura. No es de extrañar. En las dos naves no hay más
que porquería pese a las tareas de limpieza que cada ciertas semanas se
encomiendan a las brigadas del Gobierno autonómico. Aunque la Cruz Blanca
les deja un
grifo con agua corriente no tienen seos [hacen sus
necesidades al aire libre] y lavan su ropa como en el medievo.
«Comemos un día sí y tres no», afirman. Valiéndose de su maña o de la
caridad de la población local, que se ha acostumbrado a dar limosna cada
vez que acude al supermercado o aparca su coche, sobreviven día a día sin
un horizonte concreto.

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