Los subsaharianos forman cooperativas para comprar cayucos

El Mundo, 02-07-2006

Las rutas son más peligrosas pero más baratas, debido a la menor intervención de las mafias – Los inmigrantes se asocian para comprar GPS La inmigración ilegal se democratiza. Las mafias que trafican con seres humanos van perdiendo poder poco a poco y las rutas son más largas y peligrosas, pero también más baratas. Cada vez es más frecuente que los propios inmigrantes se organicen a modo de cooperativa y compren entre varios el cayuco para acceder a las islas Canarias, según informaron fuentes diplomáticas.


La nueva tendencia es que un grupo de subsaharianos se reúna, junte 1.000 euros por cabeza y compre la embarcación, el motor, la gasolina, los víveres – agua y arroz – y el GPS. El sistema de navegación por satélite es fundamental para alcanzar con éxito las costas españolas y les permite quedar en un punto concreto de alta mar para repostar.


La figura del cabecilla local sigue estando vigente para darles cobertura y es quien se encarga de buscar alojamiento y agrupar a los inmigrantes. También tiene otra misión importante: dispone de un informador en el puerto que le comunica las operaciones que realizan las Fuerzas de Seguridad.


Hasta ahora, esta figura no era necesaria debido a la escasa vigilancia existente en las costas africanas, pero la situación ha cambiado desde la llegada a Mauritania de la patrullera de la Guardia Civil Río Duero y del buque Petrel.


La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía también ha detectado que la menor actuación de las mafias está provocando un abaratamiento de los precios. Según relata su presidente, Rafael Lara, anteriormente el viaje para embarcarse en la patera era larguísimo y las mafias eran piezas fundamentales en el periplo.


Las redes de traficantes trabajaban desde el país de origen hasta que el inmigrante tomaba la piragua y era esencial tener un contacto en Tánger o El Aaiún. Sin embargo, ahora los cayucos salen desde Mauritania y Senegal y, por tanto, la ruta hasta alcanzar la costa para subirse en la embarcación es relativamente corta.


Los precios por tomar el cayuco varían mucho en función del tipo de embarcación y del número de personas que viaje en ella, ya que, aunque parezca mentira, también existen distintos estatus en la inmigración clandestina.


Por ejemplo, Adama Traure, inmigrante de 22 años procedente de Malí, pagó 1.000 euros. Y salió desde Marruecos, lo que demuestra que las mafias no han abandonado totalmente la ruta marroquí. Desde las dependencias de la Cruz Roja en Madrid, este maliense relata su calvario: «El sufrimiento me hizo salir. No había qué comer, no había trabajo. Era muy duro».


Él es uno de los más de 6.000 subsaharianos enviados desde Canarias a la Península en lo que va de año. Tras permanecer 40 días en el centro de internamiento de El Matorral en Fuerteventura, este maliense fue trasladado en avión a Madrid y ahora es acogido por la Cruz Roja.


Según informa André Ntibarusiga, coordinador del programa de atención a inmigrantes y refugiados de dicha ONG, la mayoría de los subsaharianos no entiende la orden de expulsión que les incoa la policía en Canarias y piensa que si el Gobierno español les desplaza a la Península es porque les va a dar un empleo: «Lo primero que preguntan es: ‘¿Por qué me han traído aquí?’», afirma el coordinador.


Desde la Cruz Roja se ocupan de quitarles la venda y de explicarles el callejón sin salida en el que se encuentran: llevan a cuestas una orden de expulsión imposible de cumplir, pero que les impide trabajar y alcanzar la legalidad.


La mayoría de los subsaharianos vienen indocumentados, pero traen memorizado el número de teléfono de su familia o de algún amigo en España. La ONG les aconseja siempre que llamen a sus parientes y pidan que les envíen por correo el pasaporte, porque es un documento imprescindible para poder empadronarse.


Los datos del coordinador de la Cruz Roja no dejan lugar a dudas: el 85% de los africanos que arriba a la Península tiene amigos o familiares en España, lo que da una idea de la gran influencia que ejercen las redes familiares a la hora de tomar la siempre difícil decisión de emigrar.

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