Políticos de todo color y responsabilidad, actores, profesores, músicos, peluqueros, voluntarios, curiosos, vecinos y un sinfín de perfiles se han pasado por Las Raíces para comprobar la miseria que allí reina. Aquello se ha convertido en una parada obligatoria para los amantes de los buenos selfies, que a falta de un viaje a la África desnutrida para la posterior foto con los niños desnutridos, es una interesante y cercana opción para saciar el apetito de gloria.

Esta opción es la más elegida por todos los políticos que han paseado por el campamento. Van, chocan el codo con los allí presentes, les recuerdan lo mal que están, lo penoso de su situación, y que eso es algo que debe ser temporal. Reciben el aplauso unánime de los jóvenes inmigrantes, y para casa. Algo parecido a lo que hizo el ministro Escrivá cuando visitó Arguineguín, con aquella célebre frase de «aquí uno se da cuenta de la realidad». Creo que es lo más interesante que ha dicho el ministro en relación a su ¿gestión? en materia migratoria. Banalidades ministeriales a un lado, lo de Las Raíces es una bomba de relojería que le estallará al Gobierno de Sánchez en sus manos. En Canarias, ningún político del PSOE quiere estos campamentos, y critican abiertamente las políticas de Madrid. Las frecuentes y violentas peleas que se producen en Las Raíces son tan previsibles como lógicas. Han metido en ese recinto a convivir a personas de distintas costumbres, religiones y culturas. Todas ellas con un denominador común: la rabia. Y además con poca comida. Y frío. Y algunas con antecedentes penales por violencia. ¿Qué esperaban, la casa de la pradera? Y poco ha pasado.