Mentir o la política de lo peor
La extrema derecha española extiende la idea de que son falsas muchas de las denuncias de mujeres afectadas por el maltrato o el acoso machista
Diario Vasco, , 26-03-2021La extrema derecha española parece seguir a pie juntillas la conocida frase del propagandista nazi Joseph Göbbels: una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Sus bulos son como letanías de un rosario ideológico muy bien tramado que, tergiversando algunos aspectos concretos de la realidad, convierten en engañosas afirmaciones y lanzan al epicentro de las redes sociales y de algunos medios de comunicación muy interesados en amplificar su eco. Suelen ser consignas que remiten siempre a imaginarios negativos sobre la inmigración, los musulmanes o los judíos o, con especial crudeza, sobre el movimiento feminista, homosexual y transfeminista. En este caso, para echar más leña al fuego, también extienden la idea de que son falsas muchas de las denuncias de mujeres afectadas por el maltrato o acoso machista (la propia Isabel Diaz Ayuso del PP, sin el menor atisbo de vergüenza, comentó hace unos días que también hay violencia de género sobre el propio hombre, de hecho –dijo literalmente– sufre incluso más agresiones que nosotras).
La filósofa panameña Linda Martin Alcoff, en el excelente ‘Violación y resistencia. Cómo comprender las complejidades de la violación sexual’, escrito desde la experiencia propia de sobreviviente –fue violada con nueve años– nos recuerda que unos de los aspectos de la violación que más perplejidad provoca es la forma en la que muchas personas –incluidas mujeres que están atrapadas en su subjetividad heteropatriarcal– persisten en repudiar la significación del daño, desacreditar la palabra de las víctimas, situar la culpa en el lugar equivocado, poner en tela de juicio la veracidad de los hechos o desmentir las estadísticas. De hecho, para ella, insistir en la cuantificación del fraude en las denuncias es una de las formas más sofisticadas para perpetuar los relatos de dominación patriarcal.
A pesar de todo, incluso con los datos verídicos en la mano, ese supuesto fraude nunca sería significativo si también tuviéramos en cuenta el número de hechos nunca denunciados, la profunda herida que la violencia sexual ha perpetrado en las mujeres a lo largo de los siglos, y que aún persiste, o la manera en la que se ha convertido el ‘silencio’ en la mejor arma para reducir su capacidad de hablar por ellas mismas.
El silencio de las víctimas se justifica en que contar lo sucedido solo acarreará nuevas humillaciones
Como se ha podido revivir con el estreno del documental sobre el caso Nevenka Fernández (la primera española que a principios de este siglo –no hace tanto tiempo–, tras denunciar a su jefe por acoso sexual, consiguió una pionera condena contra un cargo público), hablar en público en calidad de afectada, todavía en muchos lugares del mundo, sigue trayendo desaprobación social, tensión en las relaciones personales e incluso inseguridad por amenazas explícitas de venganza (Nevenka tuvo que abandonar Ponferrada; su madre le llegó a decir: «Vete porque te van a hacer la vida imposible»). En otras ocasiones el silencio también se funda en la percepción realista y pesimista de que el resultado obtenido al contar lo sucedido tan solo acarreará nuevas humillaciones (el primer fiscal de aquel caso tuvo que ser apartado por su descarada toma de posición machista contra la testigo a la que llegó a tratar como acusada).
Para algunas víctimas estas situaciones son como volver a sufrir las padecidas y Martin Alcoff dice que pueden llegar a sentirse como una «segunda violación». Contra esa predeterminación del sistema a seguir ‘desconfiando’ de las víctimas, propone aumentar la capacidad de las personas para desvelar las complejidades que se ocultan tras el poder y la dominación masculina, el racismo, el heterosexismo, los intereses espurios de algunos medios de comunicación o la autoprotección institucional; resistirse a la exclusiva hegemonía del terreno jurídico, porque no es el único en el cual decretar la verdad y la culpabilidad; desplegar una conciencia de ‘empirismo inverso’ para combatir el déficit de credibilidad hacia las víctimas; crear lugares propios de comunicación, más allá de los ‘legítimos y reconocidos’ para hablar por sí mismas; educar a la opinión pública y a las propias mujeres acerca de la historia de injusticia epistémica que les ha perjudicado, y mantener un interés en la verdad, intentando generar nuevas normas y prácticas relacionadas con esa veracidad.
Imaginar otras posibilidades de subjetividad sexual requeriría un espacio social y cultural mucho más democratizado para conseguir, por poner un ejemplo, que consentir no fuera una respuesta que solo se le exige a la mujer, dejando al hombre la responsabilidad de la pregunta –lo que ya de por sí anticipa una relación de control y poder sobre la situación–, sino un ‘sentir con’ como el originario significado etimológico de la palabra. De tal manera que –concluye Martin Alcoff– ese requisito de ‘sentir juntos’ asegure que la relación sexual conlleva un compromiso interactivo e intersubjetivo en el que cada cual permanece en contacto pleno con los estados emocionales y las experiencias de las otras personas, y los cinco sentidos se reavivan con plenitud consciente en una relación de amoroso cuidado.
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